ACADEMICUS
UN PUENTE ENTRE EL MUNDO ACADÉMICO Y UNIVERSITARIO Y LA SOCIEDAD.
viernes, 4 de septiembre de 2009
Marc Fumaroli: "Los referentes de la verdadera grandeza han desaparecido"
Marc Fumaroli (Marsella, 1932), escritor, historiador, miembro de la Academia Francesa.
Abomina de lo moderno por lo moderno y de lo políticamente correcto por definición. Atildado, cultísimo, ceremonioso y elegante, recibe a EL PAÍS en un despacho del Collège de France, del que es profesor honorario. Desde hace años, el amable y educado estudioso del arte y la retórica se ha convertido en un brillante y ácido crítico de la sociedad cultural del presente más rabioso y de sus manifestaciones artísticas contemporáneas, de las que él, por lo general, abomina explicando el porqué. Su polémico libro El Estado cultural (Acantilado) da fe de su preocupación por el mundo en el que vive. Recientemente, ha ganado el Premio Reino de Redonda, que concede desde 2001 la editorial del mismo nombre, del escritor Javier Marías.
PREGUNTA. ¿Contento con este premio?
RESPUESTA. No sólo contento: muy orgulloso. El jurado está compuesto por personalidades internacionales de calidad e independencia absolutas. Es más que el Nobel, porque al jurado del Nobel no lo conoce nadie y está influido por lo políticamente correcto. Y este jurado es completamente incorrecto.
P. ¿Por qué ha elegido como título del Reino de Redonda el de Duke of Houyhnhnms? (en referencia a "aquellos caballos de Los viajes de Gulliver, de Swift, 'que nos hacen avergonzarnos de nuestra humanidad").
R. Porque adoro Los viajes de Gulliver, un gran libro irónico. Creo que Schopenhauer sostenía que los tres grandes libros alegóricos del mundo son El Quijote, Los viajes de Gulliver y El Criticón de Gracián. En Los viajes..., Gulliver descubre toda suerte de monstruos, todos humanos, y después encuentra un mundo habitado por caballos inteligentes y generosos, denominados Houyhnhnms, que viven juntos en una sociedad utópica. Creo que ése es buen sitio para instalarme y ponerme el título de Duke.
P. El jurado ha reconocido su labor a la hora de tender puentes con el pasado. ¿Está de acuerdo?
R. Sí, con la condición de definir "pasado". Yo no soy un pasadista en absoluto. El pasado en cuanto pasado no me interesa, porque es algo que tiende a la desaparición. Yo creo, eso sí, en la inteligencia de lo mejor de la humanidad, en el tesoro cultural acumulado a lo largo de los siglos. Desde Homero hasta Joyce, desde Platón y Aristóteles hasta San Agustín y Santo Tomás. Esta tradición literaria y filosófica no ha creado un mundo estable y habitable, pero nos permite mirar en el que vivimos con distancia, con una mirada crítica, no nos deja encerrarnos en nuestras ilusiones.
P. ¿En nuestras ilusiones?
R. Sí, ilusiones que acaban en un desengaño. Hay toda una corriente ciega que sostiene que el mundo moderno se ha desarrollado gracias al egoísmo. Hay que buscar por otros lados, convencernos de que el camino que hemos tomado no es el bueno.
P. ¿Cuándo perdimos el camino correcto?
R. Lo perdimos con la filosofía anglosajona del siglo XVIII, con Locke y Adam Smith, entre otros. En el fondo, el mundo de ahora es el mundo del todos contra todos, en el que han desaparecido todos los referentes de verdadera grandeza, en el que la admiración, la emulación o la educación es imposible. Cada uno debe aprender por sí mismo. Los jóvenes no poseen nada que les haya sido transmitido por las generaciones precedentes y ellos no transmitirán nada a los que les vendrán después.
P. En su último libro publicado en Francia, París-New York et retour, compara la cultura americana y la europea.
R. No tanto la cultura en el sentido universal como la imagen. Considero que la imagen y por tanto la imaginación se encuentran en la base del conocimiento humano. Así que me pregunté dónde se encuentran las imágenes contemporáneas y las he estudiado a la luz del pasado. Y me he dado cuenta de que estamos sumidos en un régimen de imágenes, en principio, feas, sin futuro, de una materia pobre, digital, que se emiten en pantallas, que son efímeras. Y están por todos lados, nos asaltan desde que nos levantamos de la cama. Y esto condiciona nuestra imaginación, la constriñe.
P. Así que somos más pobres en cuanto a imágenes que en el siglo XVII, por ejemplo.
R. Efectivamente, porque las de ahora son imágenes industriales que ejercen una presión irresistible. Yo soy un apasionado del arte. Y creo que las imágenes comerciales que nos invaden, y sus hermanas gemelas, las que están en las galerías de lo que se denomina "arte contemporáneo", no son en realidad arte: son mero producto de la técnica y del mercado. Imágenes artísticas hay muy pocas. Antes, tenían el poder de educar los sentidos y la sensibilidad. Y eran, cómo decir, más nutritivas desde el punto de vista artístico que el océano en el que nosotros estamos sumergidos. No es que lo de entonces fuera el ideal, pero si comparamos una cosa y otra, no estoy seguro de que no nos hayamos llevado la peor parte.
P. Usted ha acuñado el término cultura pizza. ¿Qué significa?
R. Responde a la idea de que no ya no hay tradición nacional, tradición local, de que todo debe ser mestizo, un collage, una instalación, un vídeo, de que todo debe ser una mezcla, de que todo debe ser kitsch. La alta cultura, a lo largo de los siglos, ha estado unida a la tierra, al aire, a la misma luz de un lugar que permanece. El hombre necesita una cultura para adaptarse a la naturaleza. En un mundo completamente técnico como el nuestro nuestra relación con la naturaleza casi ha desaparecido.
P. Es usted muy pesimista
R. No. No soy pesimista, porque los pesimistas creen que la humanidad está completamente corrompida y que avanza hacia la autodestrucción. Yo no creo eso: la humanidad tiene un fondo tan excelente como desastroso. Pero ese fondo excelente tropieza con la megalomanía, la ambición desmesurada o, simplemente, con la maldad egoísta. Entre esas dos fuerzas se libra siempre un combate. Y los pocos que tienen algo noble dentro de ellos, lejos de desesperarse, se esfuerzan en compensar esa pulsión autodestructiva de la otra parte. Esa lucha está representada en esas dos parejas de personajes alegóricos, una de Rabelais y la otra de Cervantes: Pantagruel es un gigante generoso y Panurge es un tipo egoísta, avaro, vengativo, mezquino y tramposo. No se puede entender la humanidad sin esos dos polos opuestos. Sólo en el paraíso o en la utopía uno encontraría un mundo poblado sólo de pantagrueles. La otra pareja, claro, es Don Quijote, ese idealista español, esa suerte de Cristo caballeresco, y Sancho, presa de sus pequeñas ambiciones. La diferencia entre las dos parejas es que mientras Pantagruel y Panurge son completamente antitéticos, Don Quijote y Sancho no lo son del todo. Sancho tiene un lado muy simpático y, además, el sentido común que le falta a Don Quijote. Cervantes es relativamente más filantrópico que yo. Yo estoy más cerca de Rabelais y de Swift. -
ANTONIO JIMÉNEZ BARCA 11/07/2009
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