ACADEMICUS



UN PUENTE ENTRE EL MUNDO ACADÉMICO Y UNIVERSITARIO Y LA SOCIEDAD.


martes, 15 de febrero de 2011

martes, 8 de febrero de 2011

MONSERRAT CABALLÉ DOCTORA HONORIS CAUSA POR LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA



Montserrat Caballé, doctora honoris causa por la Universidad de Barcelona
La soprano ha resaltado que se considera una mujer afortunada porque la música ha guiado su vida



Barcelona. (EFE).- La soprano catalana Montserrat Caballé, una de las voces más singulares de la historia de la ópera, ha sido investida hoy doctora honoris causa por la Universidad de Barcelona, en un acto en el paraninfo en el que se ha emocionado y donde ha hecho un llamamiento en favor de la paz y la convivencia.

La cantante ha sido apadrinada por el catedrático de Historia de la Música Xosé Aviñoa, quien ha explicado que fueron los Amigos del Liceo los que sugirieron este doctorado y que la Universidad "aceptó gustosamente", puesto que así se puede reconocer la trayectoria de una soprano convertida "en uno de los personajes de más relevancia de la historia de la interpretación operística universal".

Aviñoa ha recordado que con sólo ocho años ya quiso felicitar las Navidades a su familia con la interpretación de "Un bel di vedremo" de "Madama Butterfly" y no ha escondido que las dificultades económicas por las que pasaba su familia la llevaron incluso a trabajar ocasionalmente en una tienda de comestibles de joven.

Sin embargo, gracias a la ayuda de la familia Bertrand, Caballé pudo iniciar sus estudios de canto y sacar provecho de su proverbial voz y de su célebre 'fiato'.

Xosé Aviñoa ha repasado su debut en los principales teatros de ópera del mundo y no ha obviado que, en el caso del Liceo de Barcelona, donde interpretó su primer concierto a los 29 años, ha mantenido un idilio que "sigue vivo, a pesar de algunas circunstancias que, en determinadas épocas, lo han entelado por decisiones institucionales no siempre acertadas".



La soprano catalana Montserrat Caballé recibe el abrazo del decano de la Universidad de Barcelona Didac Ramirez tras ser investida este mediodía Doctora Honoris Causa por la Universidad de Barcelona en reconocimiento a su trayectoria internacional.- EFE


Arropada por su familia, con su marido y su hija Montserrat en primera fila, Montserrat Caballé ha reconocido que ha debido aguantar las lágrimas cuando el rector Dídac Ramírez ha pronunciado las pertinentes palabras de investidura, le ha colocado el birrete, y le ha entregado un anillo y unos guantes blancos, como símbolo de la pureza.

Apoyada en una muleta, la nueva doctora ha iniciado su discurso reconociendo que le faltaba el aire y que desearía tener "una riqueza de vocabulario y una facilidad de palabra que una ocasión tan especial merece".

Aunque ha hecho una mención a la familia Bertrand y al doctor Rocha y ha resaltado que se considera una mujer afortunada porque la música ha guiado su vida, sus palabras han abandonado pronto esta senda y lo que ha querido es adentrarse, como embajadora de la UNESCO, en el camino de la cultura de la paz e incluso del ecologismo.

En este sentido, ha hablado del "maravilloso planeta Tierra", al que ha calificado de milagro del Universo, donde se desarrolla la convivencia: "Aunque los humanos nos hayamos olvidado y el deterioro del planeta va en aumento, incrementándose la pobreza a pasos agigantados" y con "guerras absurdas" que se generan por la confrontación de ideologías diversas.

A su juicio, lo primordial en este momento es que se unan los esfuerzos para conseguir la paz, la convivencia y el desarrollo de la ciencia.

Asimismo, ha aseverado que los Derechos Humanos "no se tienen, ni se ofrecen, sino que se conquistan y se merecen cada día", y ha agregado que la paz en el mundo "empieza en uno mismo. Sin futuro compartido, no habrá futuro", ha apostillado.

Por su parte, el rector Dídac Ramírez ha mantenido que la incorporación de la doctora Montserrat Caballé a la universidad barcelonesa aportará las virtudes que la caracterizan: "la profesionalidad, el sentimiento, el humanismo, la alegría y el optimismo contagioso".

El título de la universidad barcelonesa se suma a los que Montserrat Caballé ya tiene de México, Moscú, Valencia, Santander y Nápoles.

El coro de cámara Dyapason ha puesto el toque musical al acto, al que, entre otros, han asistido el secretario de Universidades de la Generalitat, Antoni Castellà, el director general del Liceo, Joan Francesc Marco, y el ex rector de la Universidad de Barcelona Josep Maria Bricall.

Copyright La Vanguardia Ediciones S.L.
All rights reserved

JAVIER MARÍAS:LA ZONA FANTASMA Discusiones Ortográficas I para EL PAIS DE MADRID




No sé si una de las funciones, pero desde luego uno de los efectos y grandes ventajas de la ortografía española era, hasta ahora, que un lector, al ver escrita cualquier palabra que desconociera (si era un estudiante extranjero se daba el caso con frecuencia), sabía al instante cómo le tocaba decirla o pronunciarla, a diferencia de lo que ocurre en nuestra hermana la lengua italiana. Si en ella leemos “dimenticano” (“olvidan”), nada nos indica si se trata de un vocablo llano o esdrújulo, y lo cierto es que no es lo uno ni lo otro, sino sobresdrújulo, y se dice “diménticano”. Lo mismo sucede con “dimenticarebbero” (“olvidarían”), “precipitano”, “auguro” y tantos otros que uno precisa haber oído para enterarse de que llevan el acento donde lo llevan: “dimenticarébbero”, “prechípitano”, “áuguro”. Del francés ni hablemos: es imposible adivinar que lo que uno lee como “oiseaux” (“pájaros”) se ha de escuchar más o menos como “uasó”. El inglés ya es caótico en este aspecto: ¿cómo imaginar que “break” se pronuncia “breic”, pero “bleak” es “blic”, y que “brake” es también “breic”? ¿O que la población que vemos en el mapa como “Cholmondeley” se corresponde en el habla con “Chomly”, por añadir un ejemplo caprichoso y extravagante, y hay centenares?

Este considerable obstáculo era inexistente en español –con muy leves excepciones– hasta la aparición de la última Ortografía de la Real Academia Española, con algunas de sus nuevas normas. Vaya por delante que se trata de una institución a la que no sólo pertenezco desde hace pocos años, sino a la que respeto enormemente y tengo agradecimiento. El trabajo llevado a cabo en esta Ortografía es serio y responsable y admirable en muchos sentidos, como no podía por menos de ser, pero algunas de sus decisiones me parecen discutibles o arbitrarias, o un retroceso respecto a la claridad de nuestra lengua. Tal vez esté mal que un miembro de la RAE objete públicamente a una obra que lleva su sello, pero como considero el corporativismo un gran mal demasiado extendido, creo que no debo abstenerme. Mil perdones.

Lo cierto es que, con las nuevas normas, hay palabras escritas que dejan dudas sobre su correspondiente dicción o –aún peor– intentan obligar al hablante a decirlas de determinada manera, para adecuarse a la ortografía, cuando ha de ser ésta, si acaso, la que deba adecuarse al habla. Si la RAE juzga una falta, a partir de ahora, escribir “guión”, está forzándome a decir esa palabra como digo la segunda sílaba de “acción” o de “noción”, y no conozco a nadie, ni español ni americano (hablo, claro está, de mi muy limitada experiencia personal), que diga “guion”. Tampoco que pronuncie “truhán” como “Juan”, que es lo que pretende la RAE al prohibir la tilde y aceptar sólo “truhan”. De ser en verdad consecuente, esta institución tendría que quitarle también a ese vocablo la h intercalada (¿qué pinta ahí si, según ella, se dice “truan” y es un monosílabo?), lo mismo que a “ahumado”, “ahuyentar” y tantos otros. O, ya puestos, y siguiendo al italiano y a García Márquez en desafortunada ocasión, ¿por qué no suprimir todas las haches de nuestra lengua? Los italianos escriben “ipotesi”, “orrore”, “eresia” y “abitare”, el equivalente a “ipótesis”, “orror”, “erejía” y “abitar”. Y dado que la Academia parece inclinada a facilitarles las cosas a los perezosos e ignorantes suprimiendo tildes, no veo por qué no habría de eliminar también las haches. (Dios lo prohíba, con su hache y su tilde.)

En cuanto a “guié” o “crié”, si se me vetan las tildes y se me impone “guie” y “crie”, se me está indicando que esas palabras las debo decir como digo “pie”, y no es mi caso, y me temo que tampoco el de ustedes. Hagan la prueba, por favor. Tampoco digo “guió” y “crió” como digo “vio” o “dio”, a lo que se me induce si la única manera correcta de escribirlas es ahora “guio” y “crio” (en la Ortografía de 1999 poner o no esas tildes era optativo, y no alcanzo a ver la necesidad de privar de esa libertad). En cuanto a “riáis” o “fiáis”, si yo leo “riais” y “fiais”, como ordena la RAE, me arriesgo a creer que he de pronunciar esas formas verbales igual que la segunda sílaba de “ibais”, lo cual, francamente, no es así. Y si leo “hui” en vez de “huí”, nada me advierte que no deba decir esa palabra exactamente igual que la interjección “huy” (tan frecuente en el fútbol) o que “sí” en francés, es decir, “oui”, es decir, “ui”. Si un número muy elevado de hablantes percibe todos estos vocablos como bisilábicos con hiato, y no como monosilábicos con diptongo, ¿a santo de qué impedirles la opcionalidad en la escritura? La RAE parece tenerle pánico a la posibilidad de elegir en cuestión de tildes (que es algo menor y que no afecta a la sacrosanta “unidad de la lengua”). Pero es que además es incongruente en eso, porque sí permite dicha opcionalidad en “periodo” y “período”, “policiaco” y “policíaco”, “austriaco” y “austríaco” (yo siempre las escribo sin tilde), lo mismo que en “alvéolo” y “alveolo”, “evacúa” y “evacua” y otras más. ¿Por qué no permitir que cada hablante opte por “truhán” o “truhan”, como aún puede hacerlo (por suerte) entre “solo” y “sólo”, “este” y “éste”, “aquel” y “aquél”? La posibilidad de seguirles poniendo tildes a estas palabras no es para mí irrelevante. ¿Cómo saber, si no, lo que se está diciendo en la frase “Estaré solo mañana”? Si se la escribe en un mail un hombre a su amante, la diferencia no es baladí: sin tilde significa que estará sin su mujer; con tilde que mañana será el único día en que estará en la ciudad. No es poca cosa, la verdad. Por menos ha habido homicidios.


© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

lunes, 7 de febrero de 2011

JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA Discusiones ortográficas II




Además de las expuestas el pasado domingo, hay algunas objeciones que quisiera hacer a las nuevas normas de la reciente Ortografía de la Real Academia Española y de las otras veintiuna, sobre todo americanas, que la han acordado por unanimidad.

a) Mayúsculas y minúsculas. En realidad no entiendo por qué tal cosa ha de ser regulada, ya que, a mi parecer, pertenece al ámbito estilístico personal de cada hablante –o, mejor dicho, de cada escribiente–. Habrá ateos que escriban siempre “dios” deliberadamente, y todo creyente optará por “Dios”, por poner un ejemplo extremo. Según la RAE, supongo, habría que escribirlo en toda ocasión con minúscula, ya que ha decidido que todos los nombres que sean comunes (“rey”, “papa”, “golfo”, “islas”, etc.) han de ir así obligatoriamente aunque formen parte de lo que para muchos hablantes funciona como nombre propio. Así, “islas Malvinas”, “papa Benedicto”, “mar Mediterráneo” o “rey Juan Carlos”. E, igualmente, al referirse a un rey concreto, omitiéndole el nombre, habría que escribir “el rey” y nunca “el Rey”. Yo no pienso seguir esta norma, porque considero que algunos títulos y nombres geográficos funcionan como nombres propios y topónimos, o son sustitutivos de ellos. Cuando en España decimos “el Rey” –y dado que sólo hay uno en cada momento–, utilizamos esa expresión como equivalente de “Juan Carlos I”, algo a lo que casi nadie recurre nunca. De la misma manera, “Islas Malvinas” funciona como un nombre propio en sí mismo, equivalente a “República Democrática Alemana”, que era el oficial del territorio también conocido como Alemania Oriental o del Este. Según las últimas normas, deduzco que nos tocaría escribir “la república democrática alemana”, con lo cual no sabríamos bien si se habla de un país o de qué. Si yo leo “el golfo de México”, ignoro si se trata de una porción de mar o de un golferas mexicano –tal vez del golferas por antonomasia, ¿acaso Cantinflas?–. Y si leo “príncipe de Gales”, dudo si se me habla del tejido así llamado o del heredero a la corona británica.

b) Zeta. La RAE ha decidido que el nombre de esa letra se escriba sólo con c, porque con ésta se representa ese sonido –en parte de España– antes de e y de i. Siempre me pareció tan adecuado que el nombre de cada letra incluyera la letra misma que durante largo tiempo creí que la x se escribía “equix”, aunque todos digamos “equis” y así se escriba de hecho. Pero es que además el reciente Diccionario panhispánico de dudas, de la misma RAE, valida grafías como “zebra” (aunque la juzga en desuso), “zinc” o “eczema”. Y, desde luego, no creo que se oponga a que sigamos escribiendo “Ezequiel” y “Zebulón”. No veo, así pues, por qué “zeta” pasa a ser ahora una falta. No está mal que haya algunas excepciones o extravagancias ortográficas en las lenguas, y en español son tan pocas que no veo necesidad de suprimirlas.

c) Qatar. La RAE decide que este país y sus derivados –“qatarí”– se escriban con c. El origen de esa peculiar grafía –aceptada en casi todas las lenguas– está, al parecer, en la recomendación de arabistas, que distinguen dos clases diferentes de fonema /k/ en árabe. Por eso, arguyen, se escribe “Kuwait” y se escribe “Qatar”, pese a que nosotros percibamos el fonema en cuestión de una sola manera. La representación gráfica de las palabras –eso lo sabe cualquier poeta– tiene un poder evocativo y sugestivo que las nuevas normas desdeñan. Si yo leo “Qatar”, en seguida se me sugiere un lugar exótico y lejano. Si leo “Catar”, en cambio, lo primero que me viene a la imaginación es una cata de vinos. Pero es que además, para ser consecuente, la RAE tendría que condenar la ortografía “Al Qaeda” y proponer “Al Caeda” o quizá “Al Caida” o quién sabe si “Al Caída”. Los internautas iban a tener graves problemas para encontrar información sobre esa organización terrorista, desconocida en el resto del mundo, y de la que lamentablemente hoy se habla a diario.

d) Ex. Decide la RAE que no se separe ese prefijo del vocablo que lo acompañe, y que se escriba “exmarido”, etc. Sin embargo, y dado que en español hay numerosas palabras largas que empiezan por “ex” sin que esa combinación sea un prefijo, un estudiante primerizo de nuestro idioma puede verse en dificultades para saber si “exayuntamiento” es un vocablo en sí mismo o si “exacerbación” o “execración” se componen de dicho prefijo y de las inexistentes “acerbación” y “ecración”.

e) Adaptaciones. Las grafías “mánayer” o “pirsin”, que la RAE propone, son tan irreconocibles como lo fue “güisqui” en su día (fea y además mal transcrita, como si escribiéramos “güevos”). En cuanto a “sexi”, es directamente una horterada, siento decirlo.

En la Academia hay quienes consideran que discutir y objetar a estas cosas es perderse en minucias. Puede ser. Pero habrá de concedérseme que también lo es, entonces, dictaminar sobre ellas y aplicarles nuevas normas. Si la Ortografía se ha molestado en mirarlas, no veo por qué no debamos hacerlo quienes estamos en desacuerdo con sus modificaciones. Termino reiterando lo que ya dije hace una semana: mis modestas objeciones no me impiden reconocer el gran trabajo que, en su conjunto, supone la nueva Ortografía, obra admirable en muchos sentidos. Habría sido redonda si no hubiera querido enmendar lo que quizá ya estaba bien, desde su versión de 1999. Porque para mí nuestra lengua es ahora un poco menos elegante y menos clara.

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

LA IMAGEN Una Ilusión óptica por JUAN JOSÉ MILLÁS para El País semanal



No se les ve la cara, pero son como nosotros. Ocurre en Irán, pero el lugar no cambia nada. Los ajusticiados, en un momento solemne de la vida de cualquiera, murieron en chancletas.

He aquí una foto clásica de ahorcados. Decimos que es clásica porque se atiene con fidelidad a las reglas del género, la principal de las cuales es no sacar la cabeza, por si el ahorcado nos sacara la lengua. Además, de este modo uno se imagina la expresión del muerto como le da la gana, en función de sus necesidades sentimentales o venéreas. Ahora bien, si es duro enfrentarse al rostro de un difunto ajusticiado, más arduo resulta aún contemplar el de los vivos que asisten al espectáculo. Mírenlos ahí, en plan pánfilo, como el que se asoma a una puesta de sol. Por no faltar, no faltan ni los fotógrafos aficionados a los tópicos, de los que obtienen conmovedoras postales. Quizá lo que buscan los de los móviles en ristre es eso, una postal que enviarán a su novia o a sus padres, o con la que se masturbarán a escondidas.

Si esfuerzan un poco la vista, comprobarán que a la derecha de la imagen, en la casa del fondo, la vida cotidiana sigue su curso: hay una señora tendiendo la ropa en la azotea y un grupo de gente bajo una sombrilla, quizá tomándose un aperitivo. Ni siquiera los cadáveres colgantes han sido ataviados para la ejecución (momento solemne donde los haya en la vida de cualquiera) con sus mejores galas. Ahí los tienen, en pantalones de chándal y chancletas de andar por casa. Podemos hacernos la ilusión de que el drama ocurre en Irán, que nos cae un poco lejos, pero se trata de eso, de una ilusión óptica, pues por lejos que se encuentren, geográficamente hablando, las víctimas y los verdugos son seres humanos, lo mismo que nosotros.

© EDICIONES EL PAÍS, S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid (España)
Una empresa de PRISA

miércoles, 2 de febrero de 2011

BENEDICTO XVI: "VERDAD Y AUTENTICIDAD DE VIDA EN LA ERA DIGITAL


MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA XLV JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Verdad, anuncio y autenticidad de vida en la era digital

5 de junio 2011



Queridos hermanos y hermanas

Con ocasión de la XLV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, deseo compartir algunas reflexiones, motivadas por un fenómeno característico de nuestro tiempo: la propagación de la comunicación a través de internet. Se extiende cada vez más la opinión de que, así como la revolución industrial produjo un cambio profundo en la sociedad, por las novedades introducidas en el ciclo productivo y en la vida de los trabajadores, la amplia transformación en el campo de las comunicaciones dirige las grandes mutaciones culturales y sociales de hoy. Las nuevas tecnologías no modifican sólo el modo de comunicar, sino la comunicación en sí misma, por lo que se puede afirmar que nos encontramos ante una vasta transformación cultural. Junto a ese modo de difundir información y conocimientos, nace un nuevo modo de aprender y de pensar, así como nuevas oportunidades para establecer relaciones y construir lazos de comunión.

Se presentan a nuestro alcance objetivos hasta ahora impensables, que asombran por las posibilidades de los nuevos medios, y que a la vez exigen con creciente urgencia una seria reflexión sobre el sentido de la comunicación en la era digital. Esto se ve más claramente aún cuando nos confrontamos con las extraordinarias potencialidades de internet y la complejidad de sus aplicaciones. Como todo fruto del ingenio humano, las nuevas tecnologías de comunicación deben ponerse al servicio del bien integral de la persona y de la humanidad entera. Si se usan con sabiduría, pueden contribuir a satisfacer el deseo de sentido, de verdad y de unidad que sigue siendo la aspiración más profunda del ser humano.

Transmitir información en el mundo digital significa cada vez más introducirla en una red social, en la que el conocimiento se comparte en el ámbito de intercambios personales. Se relativiza la distinción entre el productor y el consumidor de información, y la comunicación ya no se reduce a un intercambio de datos, sino que se desea compartir. Esta dinámica ha contribuido a una renovada valoración del acto de comunicar, considerado sobre todo como diálogo, intercambio, solidaridad y creación de relaciones positivas. Por otro lado, todo ello tropieza con algunos límites típicos de la comunicación digital: una interacción parcial, la tendencia a comunicar sólo algunas partes del propio mundo interior, el riesgo de construir una cierta imagen de sí mismos que suele llevar a la autocomplacencia.

De modo especial, los jóvenes están viviendo este cambio en la comunicación con todas las aspiraciones, las contradicciones y la creatividad propias de quienes se abren con entusiasmo y curiosidad a las nuevas experiencias de la vida. Cuanto más se participa en el espacio público digital, creado por las llamadas redes sociales, se establecen nuevas formas de relación interpersonal que inciden en la imagen que se tiene de uno mismo. Es inevitable que ello haga plantearse no sólo la pregunta sobre la calidad del propio actuar, sino también sobre la autenticidad del propio ser. La presencia en estos espacios virtuales puede ser expresión de una búsqueda sincera de un encuentro personal con el otro, si se evitan ciertos riesgos, como buscar refugio en una especie de mundo paralelo, o una excesiva exposición al mundo virtual. El anhelo de compartir, de establecer “amistades”, implica el desafío de ser auténticos, fieles a sí mismos, sin ceder a la ilusión de construir artificialmente el propio “perfil” público.

Las nuevas tecnologías permiten a las personas encontrarse más allá de las fronteras del espacio y de las propias culturas, inaugurando así un mundo nuevo de amistades potenciales. Ésta es una gran oportunidad, pero supone también prestar una mayor atención y una toma de conciencia sobre los posibles riesgos. ¿Quién es mi “prójimo” en este nuevo mundo? ¿Existe el peligro de estar menos presentes con quien encontramos en nuestra vida cotidiana ordinaria? ¿Tenemos el peligro de caer en la dispersión, dado que nuestra atención está fragmentada y absorta en un mundo “diferente” al que vivimos? ¿Dedicamos tiempo a reflexionar críticamente sobre nuestras decisiones y a alimentar relaciones humanas que sean realmente profundas y duraderas? Es importante recordar siempre que el contacto virtual no puede y no debe sustituir el contacto humano directo, en todos los aspectos de nuestra vida.

También en la era digital, cada uno siente la necesidad de ser una persona auténtica y reflexiva. Además, las redes sociales muestran que uno está siempre implicado en aquello que comunica. Cuando se intercambian informaciones, las personas se comparten a sí mismas, su visión del mundo, sus esperanzas, sus ideales. Por eso, puede decirse que existe un estilo cristiano de presencia también en el mundo digital, caracterizado por una comunicación franca y abierta, responsable y respetuosa del otro. Comunicar el Evangelio a través de los nuevos medios significa no sólo poner contenidos abiertamente religiosos en las plataformas de los diversos medios, sino también dar testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él. Asimismo, tampoco se puede anunciar un mensaje en el mundo digital sin el testimonio coherente de quien lo anuncia. En los nuevos contextos y con las nuevas formas de expresión, el cristiano está llamado de nuevo a responder a quien le pida razón de su esperanza (cf. 1 P 3,15).

El compromiso de ser testigos del Evangelio en la era digital exige a todos el estar muy atentos con respecto a los aspectos de ese mensaje que puedan contrastar con algunas lógicas típicas de la red. Hemos de tomar conciencia sobre todo de que el valor de la verdad que deseamos compartir no se basa en la “popularidad” o la cantidad de atención que provoca. Debemos darla a conocer en su integridad, más que intentar hacerla aceptable, quizá desvirtuándola. Debe transformarse en alimento cotidiano y no en atracción de un momento.

La verdad del Evangelio no puede ser objeto de consumo ni de disfrute superficial, sino un don que pide una respuesta libre. Esa verdad, incluso cuando se proclama en el espacio virtual de la red, está llamada siempre a encarnarse en el mundo real y en relación con los rostros concretos de los hermanos y hermanas con quienes compartimos la vida cotidiana. Por eso, siguen siendo fundamentales las relaciones humanas directas en la transmisión de la fe.

Con todo, deseo invitar a los cristianos a unirse con confianza y creatividad responsable a la red de relaciones que la era digital ha hecho posible, no simplemente para satisfacer el deseo de estar presentes, sino porque esta red es parte integrante de la vida humana. La red está contribuyendo al desarrollo de nuevas y más complejas formas de conciencia intelectual y espiritual, de comprensión común. También en este campo estamos llamados a anunciar nuestra fe en Cristo, que es Dios, el Salvador del hombre y de la historia, Aquél en quien todas las cosas alcanzan su plenitud (cf. Ef 1, 10). La proclamación del Evangelio supone una forma de comunicación respetuosa y discreta, que incita el corazón y mueve la conciencia; una forma que evoca el estilo de Jesús resucitado cuando se hizo compañero de camino de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35), a quienes mediante su cercanía condujo gradualmente a la comprensión del misterio, dialogando con ellos, tratando con delicadeza que manifestaran lo que tenían en el corazón.

La Verdad, que es Cristo, es en definitiva la respuesta plena y auténtica a ese deseo humano de relación, de comunión y de sentido, que se manifiesta también en la participación masiva en las diversas redes sociales. Los creyentes, dando testimonio de sus más profundas convicciones, ofrecen una valiosa aportación, para que la red no sea un instrumento que reduce las personas a categorías, que intenta manipularlas emotivamente o que permite a los poderosos monopolizar las opiniones de los demás. Por el contrario, los creyentes animan a todos a mantener vivas las cuestiones eternas sobre el hombre, que atestiguan su deseo de trascendencia y la nostalgia por formas de vida auténticas, dignas de ser vividas. Esta tensión espiritual típicamente humana es precisamente la que fundamenta nuestra sed de verdad y de comunión, que nos empuja a comunicarnos con integridad y honradez.

Invito sobre todo a los jóvenes a hacer buen uso de su presencia en el espacio digital. Les reitero nuestra cita en la próxima Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, cuya preparación debe mucho a las ventajas de las nuevas tecnologías. Para quienes trabajan en la comunicación, pido a Dios, por intercesión de su Patrón, san Francisco de Sales, la capacidad de ejercer su labor conscientemente y con escrupulosa profesionalidad, a la vez que imparto a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 24 de enero 2011, fiesta de san Francisco de Sales.



BENEDICTUS PP. XVI



© Copyright 2011 - Libreria Editrice Vaticana

martes, 1 de febrero de 2011

FRANCIA VUELVE A RENEGAR DE CELINE, LOS HIPOCRITAS ENCIENDEN HOGUERAS



«Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón". (Louis-Ferdinand Céline)

Hace dos años en uno de nuestros monogràficos tocando el tema congoleño presentamos las tesis de Céline, ese escritor maldito que sonrojó a la burguesía europea al denunciar como funcionaban las colonias en Africa, aspecto conocido por el autor en sus viajes. La prosa del francés era encendida, pasionaria y pese a ser calificada de panfleto por sus detractores su calidad literaria es innegable entre los grandes o "especiales" del siglo XX. Sus obras alcanzaron una tremenda difusión e impacto social. Incluso en la Francia no ocupada llegaron a prohibirse. Salvando las distancias provocó similar hoguera Cesare Pavese con una de sus obras "El oficio de vivir". Sólo que la distancia de la rudeza literaria de ambos autores estriba en que Pvese denunció lo que se llama vida y Céline tomó partido contra el sistema, contra la política y los políticos y contra la hipocresía. Tuvo un encendido discurso antisemita y el lobby judío no le perdona sus escritos. La obra de Céline es una narrativa del desarraigo donde cobra impacto la denuncia de la crueldad y miseria en la que vivían millones de ciudadanos siervos y cuyo confrontamiento ya apuntaba hacia el discurso único y las salidas genocidas.

El Ministerio de Cultura francés ha cedido a las presiones de las organizaciones judías y ha decidido suspender los actos conmemorativos del 50 aniversario de la muerte del escritor. El ministro Miterrand destacó la contribución de Céline a la historia de la literatura pero destacó el hecho de: "Haber puesto su pluma a disposición de una ideologia repugnante, la del antisemitismo". Y ahora todos se ceban, Bertrand Delanoe, alcalde de París asegura: "Era un excelente escritor, pero un perfecto cabrón". Parece ser que su antisemitismo virulento pesa en la balanza para seguirlo manteniendo en la galería de malditos de la cultura francesa. Sin duda no se dan cuenta que ese "malditismo" engrandece el interès por una obra atractiva y con fondo. Lo que no quieren recordar es que, en su tiempo, el antisemitismo recorría Europa con una fuerza arrolladora y de él eran partícipes e inspiradores muchos quienes luego, después de borrar cuidadosamente su pasado, escribieron una nueva historia aliándose contra Hitler. Claro, ellos eran los dueños de la pluma que escribe la historia y para que sea redonda hay que quemar legajos. Y aquellos quienes no se doblaron o alzaron la voz insistentes siguen sufriendo el crepitar de la llama totalitaria y son los mismos que alzaban voces cuando Reagan quería quemar a Darwin.
publicado el 24 de enero de 2011 en www.ousferrats.com


Copyright © 2011 Ousferrats · Creado con WordPress
Basado en Lightword Theme Arriba ↑

MARIO VARGAS LLOSA: LOS RÉPROBOS


La genialidad artística no es un atenuante del racismo, pero la decisión del Gobierno francés de suspender los actos del cincuentenario de Céline envía un mensaje peligrosamente equivocado


El ministro de Cultura de Francia, Frédéric Mitterrand, ha hecho saber que el Gobierno francés ha decidido sacar de la lista de celebraciones nacionales de este año al escritor Louis-Ferdinand Céline, fallecido hace 50 años. De este modo accedía a una solicitud de la asociación de hijos de deportados judíos y varias organizaciones humanitarias que protestaron contra el proyecto inicial de rendir un homenaje oficial a Céline, teniendo en cuenta sus violentos panfletos antisemitas y su colaboración con los nazis durante la ocupación hitleriana de Francia.
En efecto, Céline fue, políticamente hablando, una escoria. Leí en los años sesenta su diatriba Bagatelles pour un masacre y sentí náuseas ante ese vómito enloquecido de odio, injurias y propósitos homicidas contra los judíos, un verdadero monumento al prejuicio, al racismo, la crueldad y la estupidez. El doctor Auguste Destouches -Céline era un nombre de pluma- no se contentó con volcar su antisemitismo en panfletos virulentos. Parece probado que, durante los años de la ocupación alemana, denunció a la Gestapo a familias judías que estaban ocultas o disimuladas bajo nombres falsos para que fueran deportadas. Es seguro que si, a la liberación, hubiera sido capturado, habría pasado muchos años en la cárcel o hubiera sido condenado a muerte y ejecutado como Robert Brasillach. Lo salvó el haberse refugiado en Holanda, donde pasó algunos meses en prisión. Holanda se negó a extraditarlo alegando que, en la Francia exaltada de la liberación, era difícil que Céline recibiera un juicio imparcial.

Dicho esto, hay que decir también que Céline fue un extraordinario escritor, seguramente el más importante novelista francés del siglo XX después de Proust, y que, con la excepción de En busca del tiempo perdido y La condición humana de Malraux, no hay en la narrativa moderna en lengua francesa nada que se compare en originalidad, fuerza expresiva y riqueza creadora a las dos obras maestras de Céline: Viaje al final de la noche (1932) y Muerte a crédito (1936).

Desde luego que la genialidad artística no es un atenuante contra el racismo -yo la consideraría más bien un agravante-, pero, a mi juicio, la decisión del Gobierno francés envía a la opinión pública un mensaje peligrosamente equivocado sobre la literatura y sienta un pésimo precedente. Su decisión parece suponer que, para ser reconocido como un buen escritor, hay que escribir también obras buenas y, en última instancia, ser un buen ciudadano y una buena persona. La verdad es que si ese fuera el criterio, apenas un puñado de polígrafos calificaría. Entre ellos hay algunos que responden a ese benigno patrón, pero la inmensa mayoría adolece de las mismas miserias, taras y barbaridades que el común de los seres humanos. Solo en el rubro del antisemitismo -el prejuicio racial o religioso contra los judíos- la lista es tan larga, que habría que excluir del reconocimiento público a una multitud de grandes poetas, dramaturgos y narradores, entre los que figuran Shakespeare, Quevedo, Balzac, Pío Baroja, T. S. Eliot, Claudel, Ezra Pound, E. M. Cioran y muchísimos más.

Que estos y otras eminencias fueran racistas no legitima el racismo, desde luego, y es más bien una prueba contundente de que el talento literario puede coexistir con la ceguera, la imbecilidad y los extravíos políticos, cívicos y morales, como lo afirmó, de manera impecable, Albert Camus. ¿Cómo se explicaría de otro modo que uno de los filósofos más eminentes de la era moderna, Heidegger, fuera nazi y nunca se arrepintiera de serlo pues murió con su carnet de militante nacional-socialista vigente?

Aunque no siempre es fácil, hay que aceptar que el agua y el aceite sean cosas distintas y puedan convivir en una misma persona. Las mismas pasiones sombrías y destructivas que animaron a Céline desde la atroz experiencia que fue para él la I Guerra Mundial, le permitieron representar, en dos novelas fuera de serie, el mundillo feroz de la mediocridad, el resentimiento, la envidia, los complejos, la sordidez de un vasto sector social, que abarcaba desde el lumpen hasta las capas más degradadas en sus niveles de vida de las clases medias de su tiempo. En esas farsas grandiosas, la vulgaridad y las exageraciones rabelesianas alternan con un humor corrosivo, un deslumbrante fuego de artificio lingüístico y una sobrecogedora tristeza.

El mundo de Céline está hecho de pobreza, fracaso, desilusión, mentiras, traiciones, bajezas, pero también de disparate, extravagancia, aventura, rebeldía, insolencia y todo él despide una abrumadora humanidad. Aunque el lector esté absolutamente convencido de que la vida no es solo eso, -es mi caso- las novelas de Céline están tan prodigiosamente concebidas que es imposible, leyéndolas, no admitir que la vida sea también eso. El gran mérito de ese escritor maldito fue haber conseguido demostrar que el mundo en que vivimos también es esa mugre y que era posible convertir el horror sórdido en belleza literaria.

La literatura no es edificante, ella no muestra la vida tal como debería ser. Ella, más bien, a menudo, en sus más audaces expresiones, saca a la luz, a través de sus imágenes, fantasías y símbolos, aspectos que, por una cuestión de tacto, buen gusto, higiene moral o salud histórica, tratamos de escamotear de la vida que llevamos. Una importante filiación de escritores ha dedicado su tarea creativa a desenterrar a esos demonios, enfrentarnos con ellos y hacernos descubrir que se parecen a nosotros. (El marqués de Sade fue uno de esos terribles desenterradores).

Hay que celebrar las novelas de Céline como lo que son: grandes creaciones que han enriquecido la literatura de nuestro tiempo, y, muy especialmente, la lengua francesa, dando legitimidad estética a un habla popular, sabrosa, vulgar, pirotécnica, que estaba totalmente excluida de la ciudadanía literaria. Y, por supuesto, como ha escrito Bernard-Henri Lévy, aprovechar la ocasión del medio siglo de la muerte de ese escritor "para empezar a entender la oscura y monstruosa relación que ha podido existir... entre el genio y la infamia".

Al mismo tiempo que hojeaba en la prensa lo ocurrido en Francia con el cincuentenario de Céline, leí en EL PAÍS (Madrid, 23 de enero de 2011) un artículo de Borja Hermoso titulado La rehabilitación de Roman Polanski. En efecto, el gran cineasta polaco-francés es, ahora, algo así como un héroe de la libertad, después que una espectacular campaña mediática, en la que grandes artistas, actores, escritores y directores, abogaron por él, y consiguieron que la justicia suiza se negara a extraditarlo a Estados Unidos. Esto fue celebrado como una victoria contra la terrible injusticia de la que, por lo visto, había sido víctima por parte de los jueces norteamericanos, que se empeñaban en juzgarlo por esta menudencia: haber atraído con engaños, en Hollywood, a una casa vacía, a una niña de 13 años a la que primero drogó y luego sodomizó. ¡Pobre cineasta! Pese a su enorme talento, los abusivos tribunales estadounidenses querían sancionarlo por esa travesura. Él, entonces, huyó a París. Menos mal que un país como Francia, donde se respetan la cultura y el talento, le ofreció exilio y protección, y le ha permitido seguir produciendo las excelentes obras cinematográficas que ahora ganan premios por doquier. Confieso que esta historia me produce las mismas náuseas que tuve cuando me sumergí hace medio siglo en las putrefactas páginas de Bagatelles pour un masacre.

Publicado el domingo 30 de enero de 2011.
© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011.© Mario Vargas Llosa, 2011.