ACADEMICUS



UN PUENTE ENTRE EL MUNDO ACADÉMICO Y UNIVERSITARIO Y LA SOCIEDAD.


martes, 20 de diciembre de 2011

ESTA SEMANA EN EL TEATRO COLÓN DE BUENOS AIRES 19 al 25 de diciembre de 2011






Martes 20 de diciembre, 20:30 horas.

La Temporada 2011 culmina con un programa de lujo: Paloma Herrera y el Ballet Estable protagonizan El Corsario

Interpretan el extraordinario ballet, inspirado en el poema de Lord Byron, en una reposición de Anne Marie Holmes, con música de Adolph Adam, Riccardo Drigo y Léo Délibes, bajo la dirección artística de Lidia Segni, con el diseño de escenografía de Christian Prego, el diseño de iluminación de Roberto Oswald, el diseño de vestuario de Aníbal Lápiz y la interpretación musical de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por Hadrian Avila Arzuza.

Esta semana El Corsario repite el miércoles 21 y jueves 22, a las 20:30 horas, con Juan Pablo Ledo y Karina Olmedo en los roles protagónicos.

Entradas: desde $30.

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Viernes 23 de diciembre, 20:30 horas.

La Orquesta Estable del Teatro Colón, en un inolvidable concierto de Navidad

Con la dirección de Pedro Ignacio Calderón y la participación de los solistas Freddy Varela Montero, Adrián Felizia y Andrés Mouroux, el programa estará integrado por las siguientes obras: Concierto Grosso Per la Notte di Natale de Arcangelo Corelli, la Suite de Cascanueces de Pyotr IIyich Tchaikovski y la Obertura Tanhauser de Richard Wagner.

Entradas: desde $10.



Las localidades se pueden adquirir en la boletería del Teatro Colón, Tucumán 1171 (4378-7109), de lunes a sábado, de 10:00 a 20:00 horas y domingo de 10:00 a 17:00 horas. O por internet ingresando a: www.teatrocolon.org.ar

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Visitas guiadas

El sábado 24 y domingo 25 de diciembre las visitas guiadas estarán suspendidas durante toda la jornada.

Para más información llamar al 4378-7127/8 o escribir a visitasguiadas@teatrocolon.org.ar.












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sábado, 17 de diciembre de 2011

TEATRO COLÓN DOMINGO 18 a las 17 BALLET EL CORSARIO PRIMERA BAILARINA PALOMA HERRERA



Domingo 18 de diciembre, 17:00 horas.

La Temporada 2011 culmina con un programa de lujo: Paloma Herrera y el Ballet Estable protagonizan El Corsario

Interpretarán el extraordinario ballet inspirado en el poema de Lord Byron y su magnífica historia de piratas, en una reposición de Anne Marie Holmes, con música de Adolph Adam, Riccardo Drigo y Léo Délibes, bajo la dirección artística de Lidia Segni y con la interpretación musical de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por Hadrian Avila Arzuza. Entradas: desde $30.



Las localidades se pueden adquirir en la boletería del Teatro Colón, Tucumán 1171 (4378-7109), de lunes a sábado, de 10:00 a 20:00 horas y domingo de 10:00 a 17:00 horas. O por internet ingresando a: www.teatrocolon.org.ar

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Visitas guiadas

Todos los días (inclusive los feriados), desde las 09:00 hasta las 15:45 (horario en el que sale el último grupo). Hay visitas cada 15 minutos. El valor del bono contribución es de $20 para argentinos y $60 para extranjeros. Para más información llamar al 4378-7127/8 o escribir a visitasguiadas@teatrocolon.org.ar.












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lunes, 5 de diciembre de 2011

BUÑUEL ÍNTMO E INÉDITO POR JESÚS RUIZ MANTILLA EL PAIS 04/12/2011


Hubo un tiempo en que Luis Buñuel estaba convencido de que jamás volvería a rodar una película. Fueron los años duros del primer exilio en Estados Unidos, recién acabada la Guerra Civil, cuando a la diáspora de las generaciones más brillantes de artistas, científicos, políticos e intelectuales españoles no les quedó otro remedio que esparcirse por el mundo en busca de lugares donde plantar raíces perdidas.

Pero a falta de equipos técnicos, actores con mayor o menor rango de estrella, dinero e historias más o menos sorprendentes que contar, el genio surrealista se las arregló con un tomavistas para rodar en la intimidad a su familia y amigos. Aquellos planos robados y rudimentariamente improvisados de sus dos hijos; su esposa, Jeanne, o amigos como Juan Negrín y Rosita Díaz Gimeno, han aparecido ahora, gracias a la labor de Javier Herrera, bibliotecario y experto en el cineasta, en la Filmoteca Española.

Muestran al Buñuel más íntimo, más cercano y familiar, el padre y el amigo, pero también al hombre que arrancaba a veces a duras penas sonrisas, juegos de mesa y horas de esparcimiento en casas de campo prestadas. No había ni rastro de aquellas imágenes, pero se supo que estaban rodadas y en alguna parte perdidas, tal y como recoge el catálogo de la exposición ¿Buñuel! La mirada del siglo, que tuvo lugar en el Reina Sofía de Madrid en 1996.

Años después, revolviendo entre los legajos, los libros, los cuadernos, las cartas, los tricornios y las pelucas que llegaron en cajas a la Filmoteca como legado del artista, Herrera ha hallado estos planos reveladores y los ha diseccionado para entender algo más los vericuetos de un personaje tan fascinante como misterioso.

Son ocho minutos rodados en su apartamento de la Calle 83, en Nueva York, en Central Park y en una casa de campo de Maine: "Con toda probabilidad, la de su amigo Alexander Calder", dice Herrera. Tienen dos partes perfectamente diferenciadas. Una dedicada a su hijo Rafael, recién nacido, y otra, al mayor, Juan Luis. Este último reconoce nítidamente aquellos momentos pasados del exilio familiar más reciente y los revive, un tanto extrañado, pero rigurosamente concentrado, ahora, 70 años después, en su casa de París.

El primer plano muestra un tren eléctrico: "¡Aquel tren! Me acuerdo perfectamente", asegura Juan Luis Buñuel. "Un día estaba yo tan tranquilo jugando con él y llegaron mi padre, Joan Miró y Calder borrachos. Me echaron de la habitación y se pusieron a usarlo ellos".

Padre y niño a la vez, eterno y severo gamberro, Luis Buñuel no dejó de bascular en la vida con comportamientos, impulsos y reacciones absolutamente contradictorios. El boxeador aficionado a los insectos, el amante de los cócteles, lector voraz, machista y delirante surrealista, pero a la vez padrazo, las expone a las claras en todo su cine. Sin explicación, sin pistas, dejándose llevar por esa máxima que plantó tanto en su vida como en su arte y que se resumía en tres palabras: "Horror a comprender".

Frente a esa frase, en Mi último suspiro, sus brillantes memorias, Buñuel antepone otro rasgo que representa todo un motor en su mente creativa: "Felicidad de recibir lo inesperado". La sorpresa, el sueño, el arrebato, la guía inefable e insobornable de la imaginación como vehículo para crear libérrimamente. Esa era su ley.

Por eso, Buñuel fue muchas cosas en la vida y en la historia del arte. Primero, referente de las vanguardias parisienses de principio de siglo, a las que asombró junto a Dalí con Un perro andaluz y La edad de oro. Pero también padrino inspirador de los autores del boom latinoamericano, que lo idolatraban en México, al tiempo que había dejado huella entre los grandes directores de Hollywood, desde Hitchcock hasta John Ford, o George Cukor y Billy Wilder, que lo agasajaron en su efímero regreso a Los Ángeles.

Allí había ido a parar en varios momentos de su vida. Primero, como aprendiz del oficio a sueldo de los estudios. Fue cuando trabó amistad, por ejemplo, con Chaplin, a quien quiso ayudar a parir gags. Después, en los años malos, como responsable de doblajes al español. Más tarde, como leyenda. Ya con su libertad ganada a pulso y reconociendo que nunca se habría adaptado a aquel sistema de los estudios. Pero sin rencores, sin resquemores. "Mis películas hubieran sido completamente distintas. ¿Qué películas? No lo sé. No las he hecho. En consecuencia, no lamento nada".

Desde la grandeza universal reconocida hasta el aragonés perdido y con dificultades para pagarse el alquiler en una metrópoli que deslumbrara y atemorizara años antes a su amigo Federico García Lorca, no hay tanto trecho. Y siempre un nexo, una cámara a mano con la que matar el gusanillo.

En la primera parte de la película hallada luce un protagonista: Rafael Buñuel. Nada se despista del objetivo. Rafael observa el tren, Rafael toma su papilla, Rafael en el baño... Es el homenaje de bienvenida al mundo a su segundo hijo, nuevo centro del universo doméstico, rodado casi íntegramente en el apartamento de la Calle 83.

Carlos Saura, amigo íntimo del cineasta, con quien se retaba a un pulso en cada encuentro y perdía, dice que la película "refuta muchas verdades preconcebidas". Era un padre preocupado. "Autoritario, pero gran tipo, tímido; un hombre lleno de paradojas, a quien no le costaba convivir con ellas plasmándolas solo en su cine como deseos ocultos, pero no en la vida real".

Junto al niño aparece sonriente su madre, Jeanne, que contó su sacrificada vida de entregada esposa junto al cineasta en Memorias de una mujer sin piano. "A mi madre la recuerdo siempre en la cocina", rememora Juan Luis. Buñuel la había conocido en París en 1925 y mantuvieron un matrimonio de 52 años del que, dice ella, nacieron sus dos "niños del agua": uno, concebido en el baño, y otro, en la ducha.

Los años de Nueva York, con empleos que le mantenían alejado de la vena incesantemente creativa, fueron duros, pero no tanto como para perder la integridad. "Un día íbamos mi padre y yo por la calle, di una patada a una bolsa y aparecieron 50 dólares. En lugar de quedárnoslos, decidió dejarlos en una comisaría. Allí nos dijeron que pasado un plazo legal podríamos reclamarlos. Lo hicimos en cuanto se cumplió el tiempo, y nos dieron el dinero. Con eso, mi padre hizo varias compras".

Los 50 dólares de entonces daban para mucho. Era lo que costaba el alquiler de una casa, que Jeanne describe en su libro: "Consistía en una salita, la cocina, una habitación y un baño. Los niños y yo dormíamos en el cuarto. Mi marido, en el sofá de la sala. No nos importó estar apretados: ¡era nuestra casa!".

Algunos amigos no ayudaban. "Dalí, por ejemplo", recuerda Juan Luis. El desencuentro entre los antaño íntimos de los tiempos de la Residencia de Estudiantes de Madrid ha sido un episodio estudiado a fondo y reconocido por ambos en sus memorias personales.

"Mi padre le pidió dinero, y él respondió que los amigos no se prestan", comenta el hijo. Eso, unido a la denuncia de izquierdista y ateo

-"lo que era peor en Estados Unidos", comenta el propio Buñuel en su libro-, le costaron el cargo que su amiga Iris Barry le había conseguido en el Museo de Arte Moderno de Nueva York como productor asociado, encargado de supervisar películas de propaganda antinazi a las órdenes de Nelson Rockefeller. "Era un buen puesto. Íbamos a buscarle a un despacho que quedaba justo al lado del Gernica", recuerda Juan Luis.

Hubo un encuentro en Manhattan al que Buñuel acudió con ganas de pegarle. Pero acabaron conversando de los viejos tiempos, los viejos amigos, la famosa orden de Toledo y las salidas por el Madrid nocturno. "Pero después no hubo más", comenta su hijo. El padre reconoció la faceta genial de Dalí por el hecho de serlo, pero también su manía por el exhibicionismo, que le repateaba.

No todo eran decepciones para don Luis. Contaba con muchos amigos cercanos. Del exilio, de las letras y del arte. El escultor Calder y Juan Negrín, hijo del jefe del Gobierno de la República, fueron dos ejemplos cercanos. La segunda parte de la película da prueba de ello. Está dedicada a su hijo mayor y va antecedida de un rótulo que dice "Vanvis Buñuel, 1941". Para Javier Herrera, el encabezado era un misterio. Pero el protagonista lo resuelve al ver el cartel: "Cuando yo era pequeño no me salía bien mi nombre pronunciado. En vez de Juan Luis, decía eso: 'Vanvis'. Así que se le quedó el mote.

Vanvis juega en los columpios, se refresca en una charca para ahuyentar el bochornazo neoyorquino de julio. Vanvis y su padre tratan de cazar una ardilla, luego, el niño sale corriendo hacia una casa perdida junto a un lago, sube al desván con un candil, como en una película de misterio...

La localización de esta parte se sitúa en Central Park y en el paraíso junto a un lago de Maine. Allí se reúnen los Buñuel con Juan Negrín y la actriz Rosita Díaz Gimeno. Juegan al pimpón, al balón volea sin balón y a las damas chinas... Ellas visten pantalones; ellos, camisas amplias de cuadros y sport. "Mientras en España íbamos de negro y con boina, algunos exiliados demuestran cuál es el estilo del país que tuvo que salir fuera de sus fronteras simplemente por la forma de vestir o con un tomavistas", asegura Manuel Gutiérrez Aragón. Era la diáspora moderna, adelantada, bien formada, abierta de mente. Una España que se difuminó y se perdió para el progreso.

La pareja de amigos mantuvo una relación especial con la familia Buñuel. "Juan sabía de los problemas de oído de mi padre y ya le quería operar. Pero él se negó", comenta el hijo mayor de Buñuel. Negrín acabó ejerciendo de neurocirujano en la ciudad. En sus problemas de escucha, seguramente, influyó su afición por disparar armas. "Recuerdo siempre a mi padre disparando fuera de casa o leyendo dentro".

En la segunda parte hay otro personaje que cobra una importancia fundamental. "Rosita era guapísima, muy lista, y Negrín estaba muy enamorado de ella", comenta Juan Luis. Ocurría que, al parecer, su padre también...

Los diarios de Max Aub dan una pista. Buñuel la había conocido en Los Ángeles en el año 1934, doblando películas para la Paramount. Trabajó en teatro y televisión y formó parte del consejo asesor del Departamento de Lengua y Literatura de Princeton. Era muy amiga de Buñuel, tanto, que, de hecho, acabó siendo madrina de Rafael, algo que su madre no vio mal en sus memorias: "Era guapa, con personalidad, a Luis le encantaba. Desde antes eran amigos de Luis, pero yo los conocí en Nueva York... Tenían bastantes joyas. Nos hicimos íntimos".

Incluso llegaron a pensar en abrir juntos un bar, como recogió Fernando Gabriel Martín en El ermitaño errante. La intimidad casi toma otro cariz, tal como Buñuel confesó a Aub en una carta: "En Nueva York, Jeanne vivía bastante lejos, quiero decir, vivíamos bastante lejos, y se ocupaba de los niños. Teníamos poco dinero. Yo trabajaba en el museo y me enamoré de R". Pero luego agregó: "Hoy me alegro de que no pasara nada. Para mí, la mujer de un amigo es sagrada". Aunque hay más detalles añadidos por Max Aub en sus Diarios, siempre con iniciales y refiriéndose a Rosita como R. y a Negrín como J. Cuenta el escritor que Buñuel, años después, todavía la recordaba: "Hablábamos largo rato de R. D., traída a cuenta por Sert. Nada nuevo, algunas precisiones inútiles, pero graciosas: J. en el andén del metro -del tren- de Long Island, y él, con R. Apretujados en el vagón, besándose con afán, por primera vez".

Los Negrín acabaron adaptándose al estilo de vida americano. Buñuel y Jeanne lo habrían, probablemente, conseguido. Pero su destino era seguir haciendo cine. No allí. Si se hubiera quedado en Nueva York, podría haber abandonado el oficio. Pero las denuncias, la precaza de brujas, el ambiente antiizquierdista nada propicio para un integrante del surrealismo, acabó beneficiando su vocación. No sin antes desesperarse, es cierto. Pero el azar, esa gran fe que profesaba Luis Buñuel, su única religión, le tenía marcado otro camino.

Las presiones de un tal Mr. Pendergast, ultracatólico que había tomado más que en serio las confesiones de Dalí sobre Buñuel en la que fue primera entrega de sus memorias -tituladas Vida secreta de Salvador Dalí-, llegaron al Departamento de Estado. Quienes durante un año se habían dedicado a escondidas a defenderle y ahuyentar los golpes para que no le salpicara nada no pudieron seguir. Los ecos de una escandalosa La edad de oro, en la que Buñuel equiparaba a Cristo con el marqués de Sade, eran demasiado. Buñuel decide dimitir, pese a que sus superiores le aconsejan no hacerlo. Dalí no mueve un dedo. "Fue la venganza fría por haberle obviado de los títulos de crédito en aquella película", cree Herrera.

Del despacho del MOMA, con una ciática que le atormentaba y muletas, consigue algo puramente alimenticio como es grabar textos para documentales del ejército americano, distribuidos después por América Latina como propaganda. Furioso, recuerda en sus memorias, se cita con Dalí dispuesto a pegarle. Le dice: "Eres un cerdo. Por tu culpa estoy en la calle". Él responde: "He escrito este libro para hacerme un pedestal a mí mismo, no para hacértelo a ti".

Buñuel se guarda la bofetada. Solo se volvieron a ver una vez. Viejos ya, seguramente liberado él de todo rencor, declara que le hubiese gustado tomarse una última copa de champán con el pintor. Dalí, que lo había intentado repetidas veces sin éxito, responde: "A mí también, pero no bebo".

Los años de Nueva York fueron amargos, pobres y poblados de incertidumbre. Pero también, felices. El documental muestra esa jovialidad, al Buñuel atlético y familiar, jamás dispuesto a renunciar a la mesa de la amistad. Las imágenes son elocuentes. Y muy importantes para el crítico Carlos Boyero, un amante del cine ensimismado por el mundo de Buñuel hasta tal punto, que una vez, adolescente, le persiguió por las calles de Toledo mientras rodaba Tristana. "Esta película recién descubierta me haría gracia si no supiera quién es su autor", comenta. "Las imágenes, con un sabor añejo, hablan de una cotidianidad feliz. Sabiendo que es Buñuel, el creador de algunas de las películas más desgarradas, torturadas, crueles y corrosivas de la historia del cine, descubrir que este hombre cuya cabeza era un volcán, que usaba los sueños para dinamitar las convenciones y constatar que era un padre feliz, un marido complaciente, vete a saber si amante... Verle filmar a su hijo en cosas tan cotidianas como el baño, la papilla o captar sus risas, resulta conmovedor".

Lo mismo que su imagen, tan intensa, inquietante, sorprendido en momentos por la cámara cuando, tanto Juan Luis Buñuel, como Herrera, creen que es Rosita Díaz quien rueda: "Verle ensimismado jugar a las damas chinas", según Boyero, "disfrutando de su plenitud, de su madurez, a quien se sabe iconoclasta y salvaje, convierten estas imágenes en un documento único".

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

ESTA SEMANA EN EL TEATRO COLÓN 5 AL 11 DE DICIEMBRE



Martes 6 de diciembre, 20:30 horas. Entrada Gratuita.

La Orquesta Académica, junto a alumnos y egresados de la carrera de canto del Instituto Superior de Arte

El Concierto contará con la dirección musical de Gregor Bühl junto a un amplio grupo de intérpretes que darán vida a un programa que incluye obras de Robert Schumann, Edward Elgar y fragmentos de la ópera Le cantatrici villane de Valentino Fioravanti.



Las localidades se podrán retirar hoy y mañana en la boletería del Teatro Colón, Tucumán 1171 (4-378-7109), de 10:00 a 20:00 horas. Se entregarán 2 localidades por persona hasta agotar la capacidad de la sala.

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Martes 6 de diciembre, 20:30 horas.

Mentir, una ópera sobre la vida de Ada Falcón, en el Centro de Experimentación

Con la Dirección Musical de Rut Schreiner y Dirección Escénica de Ariel Farace, el libreto de Mentir está basado en una de las gloriosas voces del Tango argentino y fue escrito a lo largo del año por nueve libretistas en un taller de dramaturgia que se realizó bajo la coordinación de Alejandro Tantanián. Entradas: $40.

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Miércoles 7 de diciembre, 20:30 horas.

La Viuda Alegre: humor, simpatía y encanto despiden la Temporada Lírica

La opereta cuenta con la Dirección Musical de Gregor Bühl y la Dirección Escénica de Candace Evans.

Esta semana repite el sábado 10 a las 20:30 y el domingo 11 de diciembre a las 17:00 horas. Entradas: desde $40.



Las localidades se pueden adquirir en la boletería del Teatro Colón, Tucumán 1171 (4378-7109), de lunes a sábado, de 10:00 a 20:00 horas y domingo de 10:00 a 17:00 horas. O por internet ingresando a: www.teatrocolon.org.ar

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Visitas guiadas

Por única vez, el viernes 9 de diciembre, las visitas guiadas estarán suspendidas durante toda la jornada.

Todos los días (inclusive los feriados), desde las 09:00 hasta las 15:45 (horario en el que sale el último grupo). Hay visitas cada 15 minutos. El valor del bono contribución es de $20 para argentinos y $60 para extranjeros. Para más información llamar al 4378-7127/8 o escribir a visitasguiadas@teatrocolon.org.ar.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

LA SEMANA EN EL TEATRO COLÖN 29/11 al 4/12




Martes 29 de noviembre, 20:30 horas.

La Viuda Alegre: humor, simpatía y encanto despiden la Temporada Lírica 2011

La opereta, uno de los mayores triunfos del teatro musical de todos los tiempos, contará en esta oportunidad con la Dirección Musical de Gregor Bühl y la Dirección Escénica de Candace Evans.

Esta semana repite el viernes 2 a las 20:30 y el domingo 4 de Diciembre a las 17:00 horas.

Entradas: desde $40.

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Miércoles 30 de noviembre, 20:30 horas

Mentir, una ópera sobre la vida de Ada Falcón, llega al Centro de Experimentación

Con la Dirección Musical de Rut Schreiner y Dirección Escénica de Ariel Farace, el libreto de Mentir está basado en una de las gloriosas voces del Tango argentino y fue escrito a lo largo del año por nueve libretistas en un taller de dramaturgia que se realizó bajo la coordinación de Alejandro Tantanián.

Esta semana repite el Jueves 1 de Diciembre a las 20:30 horas.

Entradas: $40.

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Jueves 1 de diciembre, 18.00 horas. Entrada gratuita.

Las Vanidosas Ridículas: presentación del Instituto Superior de Arte

Con la dirección musical de Carlos Vieu y la dirección escénica de Betty Gambartes, alumnos y ex alumnos del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón protagonizan esta ópera de Valentino Fioravanti que representa el estilo de la escuela bufa napolitana,

en la sala Margarita Xirgu, Chacabuco 875.

Esta semana repite el Sábado 3 a las 16.00 horas y el Domingo 4 a las 11.00 horas.



Las localidades para las funciones de esta semana se podrán retirar a partir del martes 29 de noviembre, en la boletería del Teatro Colón, Tucumán 1171 (4-378-7109), de lunes a sábado, de 10:00 a 20:00 horas y domingo de 10:00 a 17:00 horas.

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Jueves 1 de Diciembre, 20:30 horas

Junto a grandes invitados culmina el Ciclo 2011 de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires



El decimonoveno y último concierto, bajo la conducción de su maestro titular Enrique Arturo Diemecke, contará con la actuación del Cuarteto Petrus, la soprano Laura Rizzo, el contratenor Damián Álvarez , el barítono Luis Gaeta, la participación del Coro Estable del Teatro Colón y el Coro de Niños del Teatro Colón.

El programa estará integrado por Introducción y allegro, Op. 47 para cuarteto y orquesta de Edward Elgar (1857-1934), el Concierto para cuarteto de cuerda en La menor, Op. 131 de Ludwig Spohr (1784-1859) y Carmina Burana de Carl Orff (1895-1982).

Entradas: desde $10.





Las localidades se pueden adquirir en la boletería del Teatro Colón, Tucumán 1171 (4378-7109), de lunes a sábado, de 10:00 a 20:00 horas y domingo de 10:00 a 17:00 horas. O por internet ingresando a: www.teatrocolon.org.ar

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Visitas guiadas

Todos los días (inclusive los feriados), desde las 09:00 hasta las 15:45 (horario en el que sale el último grupo). Hay visitas cada 15 minutos. El valor del bono contribución es de $20 para argentinos y $60 para extranjeros. Para más información llamar al 4378-7127/8 o escribir a visitasguiadas@teatrocolon.org.ar.

ESTA SEMANA EN EL TEATRO COLÓN DEL 29 de noviembre al 4 de diciembre



Martes 29 de noviembre, 20:30 horas.

La Viuda Alegre: humor, simpatía y encanto despiden la Temporada Lírica 2011

La opereta, uno de los mayores triunfos del teatro musical de todos los tiempos, contará en esta oportunidad con la Dirección Musical de Gregor Bühl y la Dirección Escénica de Candace Evans.

Esta semana repite el viernes 2 a las 20:30 y el domingo 4 de Diciembre a las 17:00 horas.

Entradas: desde $40.

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Miércoles 30 de noviembre, 20:30 horas

Mentir, una ópera sobre la vida de Ada Falcón, llega al Centro de Experimentación

Con la Dirección Musical de Rut Schreiner y Dirección Escénica de Ariel Farace, el libreto de Mentir está basado en una de las gloriosas voces del Tango argentino y fue escrito a lo largo del año por nueve libretistas en un taller de dramaturgia que se realizó bajo la coordinación de Alejandro Tantanián.

Esta semana repite el Jueves 1 de Diciembre a las 20:30 horas.

Entradas: $40.

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Jueves 1 de diciembre, 18.00 horas. Entrada gratuita.

Las Vanidosas Ridículas: presentación del Instituto Superior de Arte

Con la dirección musical de Carlos Vieu y la dirección escénica de Betty Gambartes, alumnos y ex alumnos del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón protagonizan esta ópera de Valentino Fioravanti que representa el estilo de la escuela bufa napolitana,

en la sala Margarita Xirgu, Chacabuco 875.

Esta semana repite el Sábado 3 a las 16.00 horas y el Domingo 4 a las 11.00 horas.



Las localidades para las funciones de esta semana se podrán retirar a partir del martes 29 de noviembre, en la boletería del Teatro Colón, Tucumán 1171 (4-378-7109), de lunes a sábado, de 10:00 a 20:00 horas y domingo de 10:00 a 17:00 horas.

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Jueves 1 de Diciembre, 20:30 horas

Junto a grandes invitados culmina el Ciclo 2011 de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires



El decimonoveno y último concierto, bajo la conducción de su maestro titular Enrique Arturo Diemecke, contará con la actuación del Cuarteto Petrus, la soprano Laura Rizzo, el contratenor Damián Álvarez , el barítono Luis Gaeta, la participación del Coro Estable del Teatro Colón y el Coro de Niños del Teatro Colón.

El programa estará integrado por Introducción y allegro, Op. 47 para cuarteto y orquesta de Edward Elgar (1857-1934), el Concierto para cuarteto de cuerda en La menor, Op. 131 de Ludwig Spohr (1784-1859) y Carmina Burana de Carl Orff (1895-1982).

Entradas: desde $10.





Las localidades se pueden adquirir en la boletería del Teatro Colón, Tucumán 1171 (4378-7109), de lunes a sábado, de 10:00 a 20:00 horas y domingo de 10:00 a 17:00 horas. O por internet ingresando a: www.teatrocolon.org.ar

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Visitas guiadas

Todos los días (inclusive los feriados), desde las 09:00 hasta las 15:45 (horario en el que sale el último grupo). Hay visitas cada 15 minutos. El valor del bono contribución es de $20 para argentinos y $60 para extranjeros. Para más información llamar al 4378-7127/8 o escribir a visitasguiadas@teatrocolon.org.ar.














sábado, 26 de noviembre de 2011

MEJOR EL CAMINO QUE LA POSADA POR CARLOS GARCÍA GUAL BABELIA EL PAIS DE MADRID 26/11/2011


BIBLIOTECA DE LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA


Leí este libro de Llovet hace unos meses, en su versión catalana, de un tirón, y me alegra ver que ahora aparece en castellano, ya con éxito merecido y muchos lectores. Escrito como confesión personal, con inteligencia y apasionamiento, como conviene al tema y a su autor, Adiós a la Universidad no es la queja de un "intelectual melancólico", o, si lo fuera, es también, desde luego, mucho más. Es un juicio experto, actualizado, meditado y crítico, sobre la deriva de esa vieja institución europea, nacida en la Edad Media y reconstruida en la época de la Ilustración sobre las pautas de un ideal laico, humanista y científico. Como indica su título, el libro justifica una despedida personal, algo prematura, de las aulas universitarias (de la Universidad de Barcelona), pero es, a la vez, una consideración, que no creo intempestiva, sobre la degradación universitaria -con un enfoque que afecta, sobre todo, a las llamadas Humanidades, o, más vulgarmente, estudios de Letras-.

Aunque Llovet se refiere a la decadencia de esos estudios en la Universidad española (y se basa en su experiencia de muchos años en la Central de Barcelona) hay que señalar que, como es sabido, las Humanidades tienen graves crisis en todas partes. Hace ya unos veinte años publiqué en la revista Claves de la Razón Práctica dos o tres ensayos sobre esos temas: El debate de las humanidades, La degradación de la educación universitaria y El eclipse de la literatura. Me hacía eco de algunos libros que analizaban la crisis en Estados Unidos. El más conocido entonces era el de Allan Bloom, The Closing of American Mind (que aquí se tradujo como El cierre de la mente moderna, 1989). Ahora ha insistido en ello, desde otro enfoque, más atento a lo económico, como es signo de los tiempos, Martha Nussbaum en Sin fines de lucro (Katz, 2010). El argumento para reducir la educación humanística es uno definitivo: la escasa o nula rentabilidad de esa educación. ¿A quién le importa que la gente esté más o menos educada, mientras consuma a buen ritmo y tenga TVE e Internet para saber al punto todo? "El que quiera ser culto que lo pague de su bolsillo", como dijo un político.

Dentro de este marco tan adverso a la generosa tradición intelectual que inspiró los viejos ideales universitarios (antes de que se pensara que las Universidades tenían que ser, ante todo, rentables) debemos situar, creo, la reflexión tan personal de Llovet, que nos cuenta con un admirable estilo narrativo y estupendas anécdotas su experiencia y su trayectoria de cuarenta años en un relato de muchas sugerencias y clara amenidad. En ella abundan las ilusiones perdidas y las apuestas intelectuales sin buen final, como esa licenciatura de Literatura Comparada, o las rebajas notorias en los planes de estudio de las actuales Facultades de Letras (desgajadas de la antigua de Filosofía y Letras). Y, en conjunto, se queja de que nuestros estudiantes tienen un horizonte más limitado y más pragmático que antes. (Y leen mucho menos, desde luego). "La Universidad ha quedado reducida a un centro expendedor de títulos y, en el mejor de los casos, de abilities". Los capítulos centrales del libro: 'Estudiantes, profesores y la transmisión del saber' e 'Investigar y publicar' tienen una espléndida lucidez. No menos acertadas me parecen sus observaciones sobre el desastroso Plan Bolonia, que rebaja aún más los niveles de la enseñanza, de modo que, en su mezquino horizonte, nuestras Facultades se banalizan pronto y, con torpe especialismo, "se convierten en algo de tan escasa altura intelectual como una escuela de idiomas o de manualidades". (Y recoger en apéndice el texto de J. L. Pardo: 'La descomposición de la Universidad' está muy bien).

En los capítulos finales: 'Universidad y sociedad', 'Figuras del intelectual', 'Humanidades y nuevas tecnologías' y 'Elogio de la palabra', la reflexión sobre la tradición y el presente cultural demuestra la extensa cultura filosófica y la agudeza crítica de Llovet, que evoca la Ilustración, la lectura, de Platón y Heidegger y muchos otros "maestros del pensar", y critica la degradación del lenguaje y los riesgos de las nuevas tecnologías, esa "sobrevaloración de la técnica" que acaba por embotar toda reflexión auténtica y personal. Ya H. Marcuse, allá por 1968, auguraba la trampa de esa "cultura unidimensional" que los medios imponen cada día más. Los efectos están ahí, según Llovet: "Sin una ciudadanía emancipada desde el punto de vista intelectual, toda democracia tiende a la plutocracia, a la burocracia o a las distintas y más sutiles formas de totalitarismos, como ya es el caso de las actuales mercadocracias".

Tal vez porque mi experiencia universitaria coincide con la suya, comparto todas sus críticas, y admiro la precisión y amenidad con que las expresa. Les agregaría otra en la que él aquí no insiste: la endogamia obtusa de nuestras Universidades, tan satisfechas de sí mismas, blindadas burocráticamente a todo profesor "intruso". (Ver el excelente libro de V. Pérez Díaz: Universidad, ciudadanos y nómadas, Oviedo, 2010). Creo que lo que da prestigio a una Universidad -en contra de tantos burócratas de turno- es ante todo la excelencia vivaz de sus profesores. Lo que uno recuerda de su vida universitaria son los buenos maestros -esos profesores de inolvidables clases magistrales con ideas propias, y poco fardo erudito-, lo que parecen olvidar los pedagogos que dictaminan planes y métodos fatuos. El adiós de Jordi Llovet a la Universidad, decepcionado de su rumbo actual, como otros colegas en estos mismos años, puede dejarnos un cierto sabor amargo. Pero, de todos modos, como importa más el camino que la posada, que diría Cervantes, me alegra este divertido, inteligente y verídico libro de memorias, que es un muy veraz testimonio de un intelectual universitario de perfil ilustrado y refinada ironía.

Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2011. 408 páginas. 21 euros.


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martes, 27 de septiembre de 2011

CRITICA: EL TEJIDO CONJUNTIVO DE LA NACIÓN por JOSEP RAMONEDA 24/09/2011 para Babelia diario El País de Madrid.


MARC FUMAROLI (1932)escritor, historiador, miembro de la Academia Francesa.

"La diplomacia del ingenio. De Montaigne a La Fontaine" por Marc Fumaroli Traducción de Caridad Martínez
Acantilado. Barcelona, 2011
704 páginas. 39 euros





En la Francia clásica, en la época de los últimos Valois y de los primeros Borbones, la literatura crea los rasgos distintivos de la nación francesa. Ni la poesía, ni el teatro, ni la novela, ni la elocuencia sagrada tienen un papel determinante en este momento cultural constituyente. Es la hora del ensayo, de las memorias, de los discursos, de las fábulas y de los cuentos. "La prosa pasó a ser a la vez asunto de Estado y vínculo social: el tejido conjuntivo de la nación francesa". Así puede sintetizarse La diplomacia del ingenio de Marc Fumaroli. Un libro clásico en los estudios literarios franceses, publicado en los años noventa, que ahora Acantilado recupera en español.

Marc Fumaroli es uno de los más reconocidos especialistas del siglo XVII francés. El libro reúne 16 ensayos publicados a lo largo de los últimos treinta años, dedicados a los grandes protagonistas de la eclosión de lo que sería el modo francés de entender el mundo. Los ensayos de Montaigne, las memorias del cardenal de Retz, el Discurso de Descartes, los cuentos de Perrault o las fábulas de La Fontaine son hitos destacados en la construcción cultural de la nación. No es que Fumaroli considere a Molière, a Racine o a Bossuet, ajenos al espíritu francés. Simplemente, cree que la verdadera singularidad de la cultura francesa en su dimensión más política y pública está en la prosa del racionalismo filosófico, del moralismo de las fábulas y de las sentencias, del pensamiento crítico de los ensayos. Si a Italia le pierde la estética, si Alemania está atrapada por el espíritu metafísico y trascendental, Francia es el lugar de la verdad y del racionalismo crítico.

Este triunfo de la prosa es, para Fumaroli, "una excepción francesa". Por aquellos tiempos, el estilo nacional francés se definiría "en fuerte antítesis con España". El resultado fue "el triunfo de una prosa sin afectación de arte" que "aún perdura". "Mesura, deber, ironía" definen la búsqueda incesante que preside los Ensayos de Montaigne y que Fumaroli considera el fundamento de l'esprit francés. Un espíritu que desconoce los ramalazos del ingenio español y se muestra pegado a la realidad y la experiencia. "De la inteligencia de su prosa", afirma Fumaroli, "pende el destino de los franceses".

Una pregunta se impone: ¿tiene sentido todavía hablar de cultura nacional? ¿Tiene sentido hablar del espíritu de una nación? Ciertamente podríamos decir, con Hegel, que hay rasgos distintivos en las maneras de hablar, de trabajar y de desear de los ciudadanos. La relación, los hábitos, la historia, la tradición impregnan y definen ideas recibidas comúnmente aceptadas. Cultura humana hay una, pero muchas decantaciones de ella. Felizmente las culturas puras no existen y es en la contaminación entre tradiciones distintas que se va formando el tejido cultural de la humanidad. Durante mucho tiempo la ecuación de una lengua, una cultura, una nación igual a un Estado ha impregnado la modernidad, pero hace años que empezó la desacralización de esta fórmula legitimadora de las políticas nacionales. Fumaroli no pone tanto el énfasis en la cultura como en los rasgos de la nación. La prosa no poética sería, en este sentido, el mecanismo que engarzaría cultura popular y cotidiana con alta cultura, ideas recibidas e ideas innovadoras, vida privada y vida pública, ciudadanía y política. De hecho, en la Francia republicana, la ciudadanía será una pieza esencial de esta ciceroniana cultura. Los Ensayos de Montaigne como tejido conjuntivo de la nación.


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lunes, 26 de septiembre de 2011

TRIBUNA: MARIO VARGAS LLOSA El Estado palestino EL PAIS DE MADRID 25/09/2011


El reconocimiento por la ONU es un acto de justicia con un pueblo cautivo. Se precisa una presión internacional para que los dirigentes israelíes salgan de su encastillamiento prepotente.
MARIO VARGAS LLOSA 25/09/2011

Cuál debería ser la posición de un amigo de Israel ante al pedido del presidente Mahmud Abbas de que la ONU reconozca a Palestina como un Estado de pleno derecho? Convendría antes definir qué entiendo por "amigo de Israel", ya que en esta definición caben actitudes distintas y contradictorias. A mi juicio, es amigo de Israel quien, reconociendo el derecho a la existencia de ese país -admirable por tantas razones- obra, en la medida de sus posibilidades, para que ese derecho sea reconocido por sus vecinos árabes e Israel, garantizado su presente y su futuro y pueda vivir en paz y armonía dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas.

En la actualidad, Israel se halla lejos de alcanzar semejante estabilidad y seguridad. Es verdad que vive un notable progreso económico, gracias a su desarrollo tecnológico y científico tan bien aprovechado por la industria, y que su poderío militar supera con creces el de sus vecinos. Pero tanto en el interior como en el exterior la sociedad israelí experimenta una crisis profunda, como se vio hace poco en sus principales ciudades con las formidables demostraciones de sus indignados, que manifestaban su hartazgo con los sacrificios y limitaciones de todo orden que impone a la sociedad civil el estado crónico de guerra larvada en que se eterniza su existencia y el deterioro de su imagen internacional que, probablemente, nunca se ha visto tan dañada como en nuestros días.

El antisemitismo no explica este desprestigio como quisieran algunos extremistas, que divisan detrás de toda crítica a la política del Gobierno de Benjamín Netanyahu el prejuicio racista. Este no ha desaparecido, por supuesto, porque forma parte de la estupidez humana -el odio hacia el otro que se encarniza contra el negro, el árabe, el amarillo, el gitano, el indio, el cholo, el homosexual, etcétera-, pero la realidad es que, en nuestros días, Israel ha perdido aquella superioridad moral que la opinión pública del mundo entero le reconocía, cuando la imposibilidad de un acuerdo de paz entre palestinos e israelíes parecía sobre todo culpa de aquellos, por su intolerancia a reconocer el derecho de Israel a la existencia y su justificación del terrorismo. Ahora, la impresión reinante y justificada es que aquella intolerancia ha cambiado de campo y el obstáculo mayor para que se reanuden las negociaciones de paz con los palestinos es el propio Gobierno de Netanyahu y su descarado apoyo político, militar y económico al movimiento de los colonos que sigue extendiéndose por Cisjordania y Jerusalén oriental y encogiendo como una piel de zapa el que sería territorio del futuro Estado palestino.

El avance y multiplicación de los asentamientos de colonos en territorio palestino, tanto en Cisjordania como en Jerusalén Oriental, que no ha cesado en momento alguno -ni siquiera durante el período de cuarentena que dijo imponer el Gobierno-, hace que sean muy poco convincentes las declaraciones de los actuales dirigentes israelíes de que están dispuestos a aceptar una solución negociada del conflicto. ¿Cómo puede haber una negociación seria y equitativa al mismo tiempo que los colonos, armados hasta los dientes y protegidos por el Ejército, prosiguen imperturbables su conquista del Gran Israel?

En el último viaje del primer ministro israelí a Washington, Netanyahu se permitió desairar al presidente Obama, mandatario del país que ha sido el mejor aliado y defensor de Israel, al que subsidia anualmente con más de tres billones de dólares, porque Obama propuso que se reabrieran las negociaciones de paz bajo el principio de los dos Estados, en el que el palestino tendría las fronteras anteriores a la guerra de 1967, propuesta sensata, convalidada por la ONU y la opinión internacional, a la que en principio ambas partes se habían declarado dispuestas a aceptar como punto de partida de una negociación. El desaire de Netanyahu contó con el apoyo de un sector del Congreso estadounidense y de las corrientes más extremistas del lobby judío norteamericano, pero las encuestas mostraron de manera inequívoca que aquella actitud prepotente debilitó aún más la solidaridad con Israel de una parte importante de la opinión pública de los Estados Unidos, donde la primavera árabe ha sido recibida con simpatía, como un proceso democratizador en la región que debería, a la corta o a la larga, traer a Israel más beneficios que perjuicios.

Creo que a mediano o largo plazo el numantismo -convertir a Israel en un fortín militar inexpugnable, capaz de pulverizar en caso de amenaza a todo su entorno- y la sistemática destrucción de la sociedad palestina, desarticulándola, cuadriculándola con muros, barreras, inspecciones, expropiaciones y reduciendo cada vez más su espacio vital mediante el avance de las colonias de extremistas fanáticos empeñados en resucitar el Israel bíblico, son políticas suicidas, que ponen en peligro la supervivencia de Israel. Por lo pronto, esas políticas solo han servido para multiplicar la tensión y crear un clima en el que en cualquier momento podría estallar una nueva Intifada. Y, por supuesto, un nuevo conflicto bélico en una región donde, demás está decirlo, la causa palestina tiene un respaldo unánime. Por otro lado, una de las consecuencias más lamentables de estas políticas es que lo mejor que tenía Israel para mostrar al mundo -su sistema democrático- ha perdido su carácter modélico, al ser poco menos que expropiado por coaliciones de ultranacionalistas que, como las que sostuvieron a Sharon y sostienen ahora a Netanyahu, han ido introduciendo reformas y exclusiones que limitan y discriminan cada vez más la libertad y los derechos de los árabes israelíes (casi un millón de personas), convertidos hoy en día en ciudadanos de segunda clase.

Creo que desde el gran fracaso de las negociaciones de Camp David y Taba del año 2000-2001, auspiciadas por el presidente Clinton, en las que Arafat cometió la insensatez de negarse a aceptar una propuesta en la que Israel reconocía el 95% de los territorios de la orilla occidental del Jordán y la franja de Gaza y que los palestinos participaran en la administración y gobierno de Jerusalén Oriental, la sociedad israelí ha tenido un proceso de radicalización derechista. El campo de los partidarios de la moderación, la negociación y la paz se ha reducido hasta la inoperancia política. Ese campo fue muy fuerte e influyente y gracias a él fueron posibles los acuerdos de Oslo, que tantas esperanzas despertaron. Eso, en nuestros días, ha quedado tan atrás que, pese a haber pasado tan pocos años, parece la prehistoria.

Y, sin embargo, pese a todo, creo que hay que volver a ese camino, pues, si se persevera en el actual, no habrá solución alguna sino más guerra, violencia, sufrimiento, en Palestina, Israel y todo el Oriente Próximo. Para ello, es indispensable una presión internacional que induzca a los dirigentes israelíes a salir de su encastillamiento prepotente y los convenza de que la única solución real saldrá no de la fuerza militar sino de una negociación seria, con concesiones recíprocas.

El reconocimiento del Estado palestino por las Naciones Unidas es un acto de justicia con un pueblo cautivo en su propio país que vive una servidumbre colonial intolerable en el siglo XXI. Reconocer este hecho no implica justificar a las organizaciones terroristas ni a los fanáticos de Hamás que se niegan a reconocer el derecho a la existencia de Israel, sino enviar un mensaje de aliento a la gran mayoría de los palestinos que rechazan la violencia y aspiran solo a trabajar y vivir en paz, como los indignados israelíes. Aunque representan ahora solo una minoría, muchos ciudadanos de Israel están lejos de solidarizarse con las políticas extremistas de su Gobierno y luchan por la causa de la paz. Los verdaderos amigos de Israel debemos aliarnos con ellos, en su difícil resistencia, porque son ellos quienes advierten con lucidez y realismo que las políticas belicistas, intolerantes, represivas y de apoyo a la expansión de los asentamientos de Benjamin Netanyahu tendrán consecuencias catastróficas para el futuro de Israel.

La primavera árabe crea un contexto histórico y social que debería servir para facilitar una solución negociada bajo el principio de los dos Estados que ambas partes, en principio, dicen aceptar. Pero hay que poner en marcha esa negociación cuanto antes, para evitar que los extremistas de ambos bandos precipiten hechos de violencia que la posterguen una vez más. Podría no haber otra oportunidad.


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CRÍTICA: LIBROS / ENSAYO Feliz encuentro de dos genios LUIS FERNANDO MORENO CLAROS BABELIA-EL PAIS DE ESPAÑA 24/09/2011



La amistad entre Goethe y Schiller fue tal vez una de las más proverbiales y fecundas de la historia de la literatura. A Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), el célebre autor de Las penas del joven Werther y genio reconocido de las letras alemanas desde su juventud, le costó trabar conocimiento con otro genio incipiente: Johann Christoph Friedrich Schiller (1759-1805), diez años menor que él, y asimismo famoso por su sorprendente tragedia primeriza Los bandidos. Tampoco a Schiller le agradaba la actitud prepotente del "olímpico Goethe", pues le parecía orgulloso y distante. Sin embargo, sucedió lo que parecía imposible: aquellos dos hombres se hicieron amigos. Dejaron atrás sus temores y, superando celos literarios y diferencias de carácter, decidieron cooperar en pro del arte y del mutuo enriquecimiento personal.

Schiller afirmó que "ante la excelencia no cabe más que el amor", y así actúo con Goethe, que enseguida se sintió agasajado y correspondió como debía. La amistad de ambos se cimentó sobre las firmes columnas de la paridad y la confianza recíproca. Si de ellos uno se hubiese creído superior y hubiera hecho gala de necia vanidad, sin atender a los consejos del otro por considerarlo inferior en inteligencia, nada habría crecido entre ambos salvo espinas. Orgullosos de sí mismos y de su arte, cada uno a su manera, idiosincrásicos y distintos, supieron ser colaboradores y complementarios. "Cada uno de nosotros podía proporcionar al otro algo que le faltaba y recibir algo a cambio", diría Goethe; y cuando murió Schiller: "He perdido a un amigo y con él, la mitad de mi existencia".

El famoso biógrafo y filósofo alemán Rüdiger Safranski (1945) dedica este su último libro a detallar la historia de lo que Goethe calificó de "feliz acontecimiento", aquella amistad que comenzó en 1794 y que sólo concluiría con la muerte de Schiller. La obra es tan intensa e informativa como todas las de Safranski. Desde su primera biografía de E.T.A. Hoffmann (sin traducir al castellano) hasta sus libros sobre el Romanticismo y los que dedica a Schopenhauer, Heidegger, Nietzsche y Schiller (todos en Tusquets), Safranski ha desarrollado un estilo propio que podrá encantar al lector o saturarlo en ocasiones, ya que se basa en la acumulación de testimonios que sostienen una narración que avanza entre meandros; multiplica las citas literales, y lo mismo se explaya sobre un problema filosófico universal que sobre una anécdota particular. La información es desbordante y los detalles a veces obvian aspectos de carácter más general, por ejemplo, ¿cómo eran realmente las respectivas personalidades de Goethe y Schiller? El lector debe extraer esta información tan relevante a partir de los testimonios y las anécdotas, ensamblar un gran puzle con pequeñas piezas doradas.

Críticas aparte, lo cierto es que Safranski nos traslada con maestría a los míticos escenarios de Jena y Weimar, cenáculos por antonomasia de los "clásicos alemanes" (Herder, Wieland, Goethe y Schiller), en una época áurea de las artes alemanas; Goethe oficia de sumo pontífice desde Weimar, Schiller vive en Jena pero termina trasladándose también a Weimar para estar más cerca del amigo. De la colaboración de ambos surgen obras magníficas: entre otras, Wallenstein y La doncella de Orleans de Schiller, o Wilhelm Meister y Hermann y Dorothea, de Goethe. Junto a los dos genios mayores aparecen otras tantas figuras tales como Fichte y Hölderlin, los hermanos Schlegel y los Humboldt, el duque Carlos Augusto o la señora Von Stein; sin olvidar a las esposas de los poetas protagonistas: la noble Karoline von Wolzogen, de Schiller, y la plebeya Christiane, amante de Goethe y más tarde su esposa, aunque siempre se mantuvo en la sombra. Son multitud de personajes, profusión de hechos e ideas que nacían y se desarrollaban en tiempos fértiles y salvajes para la literatura, la filosofía y la ciencia europeas. Y descollando sobre todo ello, las dos imponentes figuras de Goethe y Schiller: la naturaleza fogosa e incontinente, y la reflexión y el entusiasmo; ambos autores reviven de nuevo gracias a la innegable magia de Safranski.


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ENTREVISTA: RICARDO MUTI "Solo se muestran seguros los jóvenes y los estúpidos" JESÚS RUIZ MANTILLA EL PAIS DE MADRID 25/09/2011


El director de orquesta Riccardo Muti recibirá este año el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.- SILVIA LELLI


Riccardo Muti (Nápoles, 1941) es, junto a Claudio Abbado, el director italiano vivo más prestigioso del mundo. Discípulo de Nino Rota, ha seguido la estela de grandes compatriotas suyos como Arturo Toscanini o Giulini. Su prestigio, aparte de a ser responsable de La Scala de Milán durante 19 años, le ha llevado a dirigir asiduamente las mejores orquestas del mundo, desde las filarmónicas de Berlín y Viena hasta otras de las que ha sido y es titular como la Sinfónica de Chicago.

También fue responsable del Maggio Musicale Fiorentino y ha acumulado éxitos con el repertorio italiano y francés -sobre todo- en el mundo de la ópera. Uno de los proyectos con los que más comprometido se siente es con la Joven Orquesta Cherubini, junto a la que recuperan repertorio de la escuela napolitana.


Entre los pinos, los tilos y los robles de los alrededores de Salzburgo, un napolitano como Riccardo Muti se siente extraño. Más si es verano y la temperatura no pasa de los 13 grados. A Muti lo que le gusta son otros árboles. Cree que existe la patria de los olivos y esa se halla en los contornos del Mediterráneo, donde él nació hace 70 años.

Pero para hacer gran música, aparte de venir de Italia, el país que fue cuna de la ópera, hay que hacer paradas en el norte. Y Salzburgo es una cita continua para él desde hace 40 años. Allí fue vecino de Herbert von Karajan. De él heredó a su mayordomo, Francesco, un originario de Asís que fue fiel al director hasta su último suspiro. "Él me dijo una vez que presentía que yo estaría cerca cuando se muriera, y no se equivocó. Cuando sufrió su infarto, me tocó hacerle el boca a boca", recuerda Francesco mientras esperamos a Muti en el salón de su casa. El mayordomo trabaja para él desde que Karajan muriera en 1989. De batuta en batuta.

Pero aparte de Salzburgo, Muti tiene otra cita obligatoria este año. Será Oviedo, cuando reciba el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Se lo han dado en reconocimiento a una carrera tan imponente como polémica. Ensalzado por su rigor en el gran repertorio de la ópera, Muti ha sido también denostado, odiado y acusado de autoritario en algunos momentos de su trayectoria. Sobre todo, tras su salida de La Scala de Milán, después de una ristra de enfrentamientos con los músicos, los políticos y otros responsables del teatro en una especie de trifulca "a la italiana", como define él.

Hoy vive alejado de intrigas, reconocido en uno de sus mejores momentos artísticos y volcado en la recuperación de un repertorio injustamente tratado como es el de los cimientos de la ópera napolitana. Ese trabajo le unirá al Teatro Real en lo que espera que sea una colaboración intensa en la etapa de Gerard Mortier. Consistirá en intercambiar títulos de óperas napolitanas en Madrid, donde en el siglo XVIII se representaban asiduamente de la mano de divos como los castratti Farinelli o Caffarelli en los reinados de Felipe V a Carlos III.

Trascendente y fieramente humano, Muti disfruta hablando de legendarios directores tanto como se muestra dispuesto a sacar los colores a Berlusconi en público poniendo a un teatro en pie para que le canten el 'Va pensiero' del Nabucco verdiano durante una representación. Es esa pieza en la que el coro exclama: "¡Oh mia patria, sì bella e perduta!". Eso es saber hacerse respetar.

Como napolitano, usted es un hombre del sur. Se me hace raro encontrarme con usted por esta Europa Central, a 13 grados en verano. Yo creo que en los países donde crecen olivos tenemos una manera de concebir las cosas muy parecida. Italia, España, Grecia, el norte de África, es un círculo mágico, que establece una diferencia de carácter, de temperamento. El Mediterráneo... Fue el centro de la cultura y la civilización en el mundo. El olivo es un árbol que une, proyecta una espiritualidad.

¿En qué sentido? En que compartimos una misma concepción de la vida y también un sentido de la muerte. Para nosotros, la muerte es la continuación de la vida, pero no en sentido católico. Para nosotros es un acontecimiento trágico, dramático, así la sentimos y la representamos, como cuando marchamos en procesión, es teatral. En la música y la literatura afrontamos el hecho de la muerte con unas percepciones violentas que vienen de nuestra naturaleza, pero también con dulzura. Cuando vamos a los museos y observamos los artistas mediterráneos y los del norte, nos diferencian la luz y las tinieblas. El día y la noche.

Tampoco es una tonta casualidad que viva usted en Salzburgo en la calle Karajan. Aquí, mi Francesco fue el mayordomo del maestro Karajan durante 30 años. Conmigo lleva 20 años. Es una casualidad. Yo llegué a Salzburgo en 1971, este año he cumplido 40 de colaboración con el festival, consecutivos. Todos los años. Yo tenía 30 y ahora he cumplido 70. Pensé que sería estupendo comprar una casa. Un día me mandaron unas flores por mi cumpleaños. Y por error se las dejaron a Karajan, que vivía a 400 metros de aquí, y Francesco me las trajo. Yo le pregunté si sabía de algún terreno y me mostró este. Era el destino. Por un ramo de flores equivocadas de dirección, yo encontré esta casa.

Mágico. Sí, un poco, es verdad.

Más con lo que admiraba usted a Karajan. Cierto. Fue quien me invitó a dirigir en Salzburgo. Me llamó por teléfono. Yo estaba en una ciudad de Carolina del Norte y recibo una llamada a las siete de la mañana. "¿Quién será?", me preguntaba. Y escuché: "Soy Karajan".

Y usted, firme. Le dije a mi mujer: "Es un estúpido gastándome una broma". Pero después me di cuenta de que efectivamente era él. Lo escuchó y me dijo que efectivamente era él. Yo le pregunté: "Maestro, ¿cómo se las ha arreglado para encontrarme?". Y él me respondió: "Si alguien quiere encontrar a una persona, la encuentra". Esto era un poco...

¿Aterrorizante...? Eso. Me preguntó: "¿Ha dirigido alguna vez Così fan tutte?". Le dije que no, que solo había hecho Las bodas de Fígaro. La última vez que se había representado en Salzburgo fue con Böhm y había sido el éxito más clamoroso del festival. ¡Para mí era un suicidio! Le dije: "¿Me deja pensármelo?". Y respondió: "¿Sí o no?". No tuve una relación muy fluida, me mantuve al margen de su círculo, no quería hacerle la corte, siempre quise mostrarme independiente. Pero cuando tuvo problemas grandes con la Filarmónica de Berlín, muchos le abandonaron, se alejaron de él, como cuando hieren al león. Fue entonces cuando me acerqué a él. Otros se fueron. Comencé una relación muy intensa en la que hablábamos no tanto de música, sino más bien de directores históricos: de Toscanini, de Furtwängler, pero conocía a otros como Antonio Guarnieri, por ejemplo.

Le veo ahí en una fotografía con Carlos Kleiber. ¿También tuvo una relación especial con él? Eran ustedes muy distintos. Sí, pero muy amigos. Él era un director encerrado en sí mismo, con gran pasión por la vida, pero atormentado. Tenía una alegría trascendente, que se notaba en su música. También fue un hombre muy crítico, sobre todo consigo mismo. Necesitaba amar y ser amado. Tampoco tenía mucha confianza en el ser humano. En esa foto intercambiamos las firmas, sobre mi imagen él puso la suya y yo la mía en él. Pero mírele, confiado, sonriente, porque sabía que yo sentía por él una gran admiración. Teníamos un sentido del humor no igual, pero fuerte. Yo napolitano y él berlinés, un tanto golfo.

¿Por qué Karajan adivinó que usted interpretaría tan bien a Mozart? Él supo que había dirigido Las bodas de Fígaro en Florencia. Se fijaba en el talento joven. Lo seguía. De él se dice que era egoísta, un dictador, pero a mí me ayudó.

Quizá Mozart, en esa diferencia que hablábamos entre el norte y el sur, puede que sea quien más puentes ha tendido en la música y la emoción para unir ambos mundos. Mozart era absolutamente universal. Puede ser seguido, comprendido y amado en cualquier lugar del mundo. Es el pan de la vida.

Fue tan adelantado que sorprendió a Lorenzo da Ponte cuando le dijo sobre 'Las bodas de Fígaro', la obra de Beaumarchais: "¿Usted cree que podríamos convertir esta comedia en un drama?". Ya entonces comprendía la transmutación de los géneros. Es incluso posmoderno. En ese sentido, también estaba fuera del tiempo. En el gusto y en la creación. Ambos afrontaban el problema de la vida. Eran hombres que hablaban sobre los hombres, no hombres que se dirigían a la divinidad. Son carnales, reflejan nuestras flaquezas, nuestras miserias, nuestros sueños, nuestros pecados, no como Beethoven, que era un moralista. Mozart nos comprende. Sus obras parten de una realidad: somos así, ¿quién se atreve a juzgarnos? Incluso a Don Giovanni. Ni él resulta odioso. Cuando acaba en el infierno, varios personajes quedan como perdidos sin su mal ejemplo.

Los contrastes nos definen. El bien contra el mal. La virtud contra el defecto. Un director de orquesta también se define en contraste con lo que no escucha en su justo término. ¿Cuáles deben ser sus cualidades? Lo primero es que debe hacer valer una autoridad, pero no en sentido dictatorial, sino de respeto ganado por la sabiduría. También un carisma, una capacidad de control sobre la orquesta que no debe imponerse, sino implantarse convenciendo. Es importante llegar. Antes de subirse al podio, la orquesta ya debe saber con quién trata.

Por eso es importante entrar bien el primer día, que se note cierta actitud. Así es. Todo esto debe existir sin descartar las cualidades naturales, una cierta capacidad de liderazgo, de guía. Se nace con eso. Y ante todo, una gran preparación. Robusta, sólida, no solo musical, también humanística. La orquesta debe saber esto. Tanto es así que los músicos de la Filarmónica de Viena solían decir: "Un director empieza a ser bueno a partir de los 60 años". La experiencia... Lo contrario a lo que ocurre hoy, que chavales de 20 años dirigen la Novena de Beethoven. No tienen formación para tales partituras.

Bueno, ustedes también dirigirían obras de ese calibre en su juventud... Yo dirigí por primera vez la Novena con 46 años. Había hecho todo. Pero hay obras, como Falstaff, de Verdi, por ejemplo, que no interpreté hasta los 47 o 48, no antes.

Cada cosa a su tiempo... Cierto, se puede dirigir a cualquier edad. Pero interpretar... Eso no, requiere una complejidad que se adquiere con la vida.

Después de su salida traumática de La Scala de Milán, ¿qué aprendió? Aquello no fue tan terrible como lo pintaron. Mis 19 años allá fueron maravillosos. Después se desató un conflicto político al que se apuntaron los sindicatos hasta degenerar en algo a la italiana.

Hasta el punto de que todo el mundo se puso en su contra. No, no; por ejemplo, recuerdo que al mes de salir de La Scala, regresé con la Filarmónica de Viena y fue un triunfo. Después fui a dirigir a Nueva York, y el primer violín me dijo: "Su pérdida es nuestra ganancia". El mundo musical jamás se lo explicó. Los periódicos confundieron tanto la situación que nadie se enteraba.

Pero aquello le dolería profundamente. Sí, sí, fue duro. Pero yo no soy un pelota, ni voy diciendo sí señor a nadie.

Eso seguro. No iba a aceptar ninguna componenda y me fui. Hoy es el día que recibo muchas cartas de músicos de La Scala en la que me piden que regrese.

¿Después de haberse unido para echarle? Sí, ya es demasiado tarde, ¿no?

Un poco hipócritas, ¿no le parece? Cierto. Mire este artículo en la prensa italiana (muestra un ejemplar de La Repubblica) que dice: "Querríamos volver a verle pronto de regreso sobre el podio de La Scala". Y que sería capaz de cambiar hasta el rock. Recoge también lo que decía Toscanini, que nuestro oficio es el más absurdo del mundo.

¿Sienten nostalgia? Eso parece. A mí, ¿qué me ha aportado la edad? Inseguridad. Cuando eres joven te sientes fuerte, convencido, seguro. Con la edad...

Eso nos pasa a todos. Cuanto más avanzamos, más dudas surgen.

Pero la duda es creativa. Para un artista es la vida. Solo se muestran seguros los jóvenes y los estúpidos.

A propósito... Eso nos lleva a la bronca que le echó este verano usted a Berlusconi en público. ¿Cómo fue? Tenemos estos problemas con el presupuesto de la cultura. Siempre lo he combatido. Me siento muy italiano y muy europeo en esto. Veo con preocupación que estamos perdiendo nuestra identidad cultural, y eso será la gran tragedia final para nosotros. Cuando interpreté Nabucco, la gente me pidió un bis en el coro del 'Va pensiero'. Para un italiano es un himno y un símbolo, incluso para quienes no saben de dónde viene, esa música es Italia. Sentí cuando el coro entonaba la frase: "Oh mi patria, tan bella como perdida", percibí una emoción extraña, como si realmente expresaran una verdad profunda.

¿Más que otras veces? Mucho más. La gente pedía bis y yo no suelo darlos. En casos como el 'Va pensiero' siempre lo piden y me parece rutinario. Pero esta vez decidí dirigirme al público. Y dije: "He percibido una extraña e insólita emoción. No quisiera que esta noche, este coro, en vez de ser un símbolo, se convierta en un llanto por una nación verdaderamente perdida considerando todo lo que se está haciendo contra la cultura. La única posibilidad para que no ocurra esto es que yo lo repita, pero para que todo el mundo lo cante". Fue emocionante. Todo el teatro cantó.

¿Berlusconi también? No sé. Pero lo que tuvo todo esto fue una gran repercusión en Italia. Hasta el punto de que Tremonti, el ministro de Economía, me citó y le dije lo que pensaba: que no es posible que se deje morir la cultura en nuestro país mientras en China existen 30 millones de pianistas y 15 millones de violinistas. Que China se convierta en una referencia y domine la cultura europea mientras nosotros no conocemos la suya. Así jugamos en desventaja y las generaciones del futuro quedan en sus manos. A través de la cultura dominas.

Eso ya lo han demostrado el Imperio Romano y Hollywood. Ciertamente. Y no puede dejarse en manos de un sistema cerrado. En una dictadura, lo primero que se controla es a los poetas, los artistas. Porque los artistas son una bomba de relojería. La mente no se puede controlar. Tremonti lo comprendió. Después me encontré a Berlusconi y me dijo: "Vamos a examinar el problema". Yo le contesté que así no avanzaríamos porque lo que Tremonti me había dicho es que lo resolvería. Esa noche se firmó el decreto que salvaba la situación. Pero no es suficiente. Existe otro: el de la educación, y eso nos afecta a casi todos en Europa. No se resuelve el asunto dando dinero, sino en las escuelas. Los niños deben ser conscientes desde muy pronto de haber nacido en países con una gran historia, en España, en Italia, en Francia, y sobre esa base construiremos la civilización de mañana. No podemos resignarnos a una ciudadanía que ignora su pasado, su herencia, y sucumbe a la superficialidad, donde no se dedica un minuto al pensamiento, a la palabra, al afecto. Yo no digo esto ahora que tengo 70 años, siempre lo he mantenido, antes lo decía con más firmeza.

Pero eso es porque era joven y seguro de sí mismo... Claro, ahora empiezo a dudar hasta de esto.

No creo, porque en esto coincide usted hasta con quien decían que era su enemigo de siempre: Claudio Abbado. No es cierto. Es otra historia. Larga, larga.

Clarifiquemos. Ya lo hemos hecho, pero insisto. Cuando entré a estudiar en Milán en el conservatorio, Abbado ya había comenzado su carrera. Nos llevamos nueve años. No éramos amigos. Nos encontrábamos de vez en cuando. Él se convirtió en director de La Scala, y yo, del Maggio Musicale Fiorentino. Ahí ciertos sectores comenzaron a sembrar una rivalidad.

Como en el fútbol. Como si fuéramos el Inter y el Milan, pero no ha sido así entre nosotros. Tenemos una relación duradera. Nunca hemos mantenido desencuentros. Ya somos mayores, deberíamos acabar con estas tonterías. Pero es verdad que, como usted dice, en la música a veces se inventan esas rivalidades parecidas a las deportivas, de hincha.

Y esa colaboración que va a emprender en Madrid, ¿de qué se trata? Empezamos con I due figaro, una partitura de Mercadante que se halló en Madrid.

Con respecto a la ópera napolitana, la relación con Madrid fue intensísima con figuras como Farinelli, el 'castratto' que vivió 20 años allí e introdujo en el reino a los mejores del género. Pero hoy es el día que no tiene una estatua ni una calle, ¿qué le parece? ¿Ah sí? Seguro que le harán justicia. La idea del Teatro Real de dar continuidad allí al Festival de Pentecostés tiene más lógica incluso que si se hace en Salzburgo. Durante cinco años hemos hecho en Austria música napolitana, pero donde realmente tiene lógica es en Madrid. Esa relación entre ambos lugares fue impresionante, ahí está el humus natural. Encontraremos más títulos. Cosas que hizo Farinelli y otro castratto, Caffarelli. Deberíamos hacer este reconocimiento.

Aunque eran completamente distintos. Sí, Farinelli, una gran persona, merece un busto, una estatua, y Caffarelli, insoportable, tremendo. Cuando se retiró este último, se hizo una casa en Nápoles en la que escribió: "Así como Anfión construyó Tebas, yo he edificado este palacio". Y alguien añadió debajo: "Él con un par y tú sin nada". Genial, ¿no?

El caso es ir a la raíz de un género que ha sido muy poco reconocido. Mozart encontraba Nápoles como su gran inspiración, más que la ópera veneciana. Aunque aquella ciudad se llevara toda la gloria de haberla creado. Esto es una gran injusticia y una confusión tremenda. Cuando Mozart viajó a Italia, su destino era Nápoles. Él sabía que allí se encontraba el fundamento de la música europea. En el último siglo, las óperas de repertorio que se representan más son 30. ¿De dónde vienen? El mundo de Bellini, Donizetti y Rossini, sin la escuela napolitana no existiría, y detrás, el resto. También Haydn, Schubert, por supuesto Mozart, beben de ahí.

Se le ve contento. Bastante.

¿Disfruta de la vida y de la música? Sí, sí, de la vida sí. La música es un tormento. El horizonte es muy lejano. Nunca llegas. La perfección es imposible, el problema es que la verdad no se alcanza.

¿Uno empieza a dejar de ser joven cuando comprende eso? ¿Cuando en vez de buscar la perfección se conforma con una verdad? La verdad no existe tampoco. Se van construyendo certezas, unas encima de otras, juntos, pero nunca solos. Escucho discos de hace 20 o 30 años y no sé dónde está la respuesta más auténtica a lo que he hecho. ¿Cuál me refleja mejor, más fielmente? No lo sé. Tampoco importa. Somos personas finitas, no infinitas.

¿Es esa su idea de la trascendencia? ¿En qué cree? Creo, pero no en un sentido católico. Creo en que cada uno de nosotros tenemos una energía divina y que al morir regresa al universo para poder formar parte de otras cosas. Esa energía no muere nunca y será eterna, esta es nuestra eternidad. Pero tampoco estoy seguro de esto. Como dice Macbeth: "Quien ha muerto no resucita". Nadie ha regresado del otro lado. Cuando dirijo un Réquiem de Verdi o Mozart siento una trascendencia. No puedo hacerlo sin creer. Si no lo siento, ¿para qué lo hago? Cuando hablamos reflejamos esa espiritualidad. ¿Por qué al morir nos volvemos pesados como el mármol y nos despedimos de nuestra ligereza? De repente, nos transformamos en piedras. ¿Por qué? Porque hemos liberado el hálito divino y este vuelve al universo. Son estas cosas las que me hacen pensar. La creatividad no son dos y dos son cuatro. Es otra cosa.





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CRÍTICA: LA ZONA FANTASMA: EL FIN DE UN IDILIO por JAVIER MARÌAS para EL PAIS DE MADRID 25/9/2011


Son tantas las librerías que he visitado a lo largo de mi vida, en diferentes países, que me he encontrado en ellas con toda clase de individuos, a menudo pintorescos o excéntricos, sobre todo en las de viejo, lance, anticuario o segunda mano. Lo que nunca me había ocurrido, hasta el pasado agosto, es que me echaran de uno de estos establecimientos por mí tan queridos.

Durante mis años en Inglaterra conocí a numerosos libreros extravagantes o maniáticos, y de algunos he hablado en otras ocasiones. Recuerdo a una mujer que solía viajar de feria en feria -de esas que se celebran en vestíbulos de hoteles o en claustros de iglesias-, con su preciado cargamento selecto. Tanto apego le tenía que se debatía entre su necesidad de venderlo, para ganarse la vida, y su aversión a desprenderse de él. Era como si quisiera poner impedimentos a los compradores que por otra parte le resultaban vitales, de manera que, antes de separarse de algún volumen, interrogaba a fondo al cliente sobre sus conocimientos del autor por el que se interesaba. Y, si veía que eran escasos o su interés espúreo (sí, yo escribo "espúreo", como Galdós y otros; me da igual lo que diga el DRAE), si percibía un ánimo especulativo, iba subiendo el precio sobre la marcha, una vez y otra, hasta disuadir al pretendiente. Más delirante era el dueño -un hombre elegante- de una librería sin mota de polvo y llena de grandes tesoros (ediciones firmadas por Sterne o Dickens o Henry James, rarezas bibliográficas descomunales). Cada vez que uno inquiría el precio de alguna joya, respondía invariablemente: "Ah, ese volumen no está en venta". Cuando le pregunté, desesperado, exactamente cuáles estaban en venta, para así acabar antes, me respondió ofendido: "Oh, la mayoría, la mayoría, ¿usted qué cree? No voy a atentar contra mi negocio". Pero, al intentarlo de nuevo con dos o tres ejemplares más, me decía: "Está visto que hoy no es su día de suerte. Ese tampoco está en venta". Supe luego por un amigo de Oxford que el hombre era un impostor: un coleccionista que había adquirido un local y fingía ser librero porque, tras hacerse con una magnífica y costosa biblioteca, no soportaba que nadie se la admirara, envidiara y codiciara. Su mayor disfrute era ver cómo sus ingenuos clientes anhelaban sus posesiones, para dejarlos siempre con un palmo de narices.

La librería de este agosto no era anticuaria, sino normal, y está en la calle Kohlmarkt de Viena. Aunque no leo alemán, no me sé resistir a entrar en esos locales. Quería ver si se había publicado algo nuevo de o sobre el austriaco Thomas Bernhard, uno de mis autores favoritos, y hacerme, si lo encontraba, con un DVD de entrevistas con él -una rodada en Madrid, otra en Palma-, para verlo y oírlo hablar, aunque no fuera a entender lo que decía. Me constaba que se vendía sólo en librerías. El dueño era un individuo que en seguida me recordó a Monóstatos, como era adecuado en Viena. Monóstatos (disculpe quien lo recuerde) es un personaje secundario de la ópera de Mozart La flauta mágica, quizá el más malvado y grotesco. Se lo suele representar calvo y torvo, y es el carcelero de la heroína, Pamina, a la que mantiene cautiva y desea callada e inútilmente. Este librero era completamente calvo, torvo y con larga barba, y parecía el carcelero de su propia tienda. Le pregunté si hablaba inglés. Respondió altanero: "¡Por supuesto!" (lo hablaba, pero mal, por cierto). Inicié mi segunda pregunta: "¿Tiene usted por casualidad un DVD ...?" No me dejó terminar, y con desprecio me soltó: "Aquí no vendemos DVDs. Sólo libros". "Ya, pero es que iba a preguntarle por un DVD de un escritor ..." Me volvió a cortar en seco y con malos modos: "Ya le he dicho. ¡No DVDs! Sólo vendemos libros". No pude reprimirme: "Dudo que vendan ninguno, si ni siquiera deja terminar sus preguntas a los clientes". Busqué los libros de Bernhard y saqué un volumen que me llamó la atención, del estante. Estaba retractilado, así que ni siquiera lo hojeé, miré sólo la contraportada. Se acercó feroz, devolvió el libro a su sitio y me abroncó: "¡No coja nada! ¡Pregúnteme a mí antes!". No daba crédito: "¿Es que aquí no se pueden mirar los libros?" "¡No, no se puede! ¡Me pregunta a mí antes de tocar ninguno!", respondió colérico. La primera librería del mundo en la que no se permitía echar un vistazo. No era posible, me pregunté si le había caído yo fatal por algún motivo. "Pero, ¿a usted qué le pasa?", no pude por menos de decirle. "¡No! ¿Qué le pasa a usted?", me contestó al borde de la apoplejía, y en seguida añadió: "¡Mejor se marcha! ¡Márchese, márchese, márchese!" Y me señaló la salida con su rígido dedo monostático. Aunque lo vi muy histérico, no estaba por largarme sin más (soy combativo), pero Carme, mi acompañante estupefacta, me convenció de dejarlo correr. Así que cogimos la puerta y me despedí con un sarcástico: "Ha sido usted muy amable". Monóstatos le había tomado gusto a repetir mis palabras, porque absurdamente me respondió: "¡No, usted ha sido muy amable!"

Remoloneé ante su escaparate, dudando si entrar de nuevo y preguntarle -como exigía- por todos y cada uno de sus intocables libros, y hacerle así perder la tarde, además de sacarlo aún más de quicio. Lo dejé estar. Pero para mí fue un día de luto: a partir de esa fecha sufro el insólito agravio de haber sido expulsado de una librería. No sólo me permiten ganarme la vida, vendiendo lo que escribo (y me he dejado una fortuna en ellas), sino que tal vez sean los lugares del mundo que más venero. El librero vienés Monóstatos me ha arrojado un baldón y ha terminado con mi inacabable idilio con esos establecimientos, en los que me había sentido tan a gusto siempre.


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miércoles, 31 de agosto de 2011

COMUNICADO DE PRENSA DEL TEATRO COLÓN DE BUENOS AIRES


Ante declaraciones difundidas en los medios de prensa por auto nominados "trabajadores del Teatro Colón" convocando a una huelga, se informa que el personal del Teatro está en pleno desarrollo de sus actividades y llevando adelante todas y cada una de las producciones anunciadas para la presente temporada, las que, al día de la fecha, suman 120 funciones.
Así mismo, el día 31 de agosto a las 20:30 horas, se presentará el Ballet Estable del Teatro Colón, junto a solistas invitados y la Orquesta Estable para realizar la segunda representación del ballet "Onieguin" el que ha obtenido en su debut un relevante éxito tanto en el público como en la crítica especializada.
También, el 31 de agosto a las 20:30 horas, en el Centro de Experimentación del Teatro Colón que acaba de representar con enorme suceso el espectáculo "Santa Nitoca"' debutará el "Ensamble Laborintus", conformado por un grupo de músicos franceses de vanguardia de elevada jerarquía artística.Al día de la fecha, las secciones escenotécnicas del Teatro Colón se encuentran montando en el escenario las extraordinarias estructuras escenográficas de la ópera "Lohengrin" de Richard Wagner, sexto título de la temporada 2011 a estrenarse el 20 de setiembre próximo.
Por último, la totalidad de los planteles administrativos y auxiliares artísticos y técnicos del Teatro cumplen con todas y cada una de las actividades programadas.
La dirección del Teatro siente la necesidad de emitir este comunicado ante manifestaciones vertidas en la prensa, las que anuncian un paro de actividades inexistente en el Teatro Colón.
Finalmente, se aclara que tanto la cesantía como los siete pedidos de desafuero gremial de empleados del Teatro dictaminado por la Procuración General, no tienen que ver con que se haya ejercido el derecho de huelga, o que se hayan realizado paros sorpresivos, acciones directas, suspensión de funciones con el público en la sala o el derroche de más de ocho millones de pesos que, naturalmente, recayeron sobre el ciudadano y el contribuyente de la ciudad, sino porque los involucrados violaron la Ley y los principios gremiales.

lunes, 29 de agosto de 2011

ANÁLISIS: PENSAMIENTO Prestar atención por JAVIER GOMÁ LANZÓN








27/08/2011 Babelia-El País de Madrid

Benjamin Disraeli, primer ministro tory y autor de novelas de éxito en su época (segunda mitad del XIX), dejó escrita la siguiente confesión: "Mi modo de ser exige o perfecta soledad o perfecta compañía". Hay una soledad activa, en la que sentimos la dicha de volver a encontrarnos con nosotros mismos tras haber estado absorbidos por otras solicitudes que enajenan temporalmente nuestra intimidad; y hay también una sociedad activa, en la que disfrutamos de los placeres comunitarios que sólo el comercio con los demás puede suministrarnos. Entremedias, una variedad de formas deficitarias de instalarse en el mundo, que son las que Disraeli impugna: ese aislamiento no buscado, empobrecedor, deprimente, que nos separa del entorno creando a nuestro alrededor un foso infranqueable; y en el otro extremo, el triste estado al que nos lleva el latoso, ese espécimen sobreabundante en la vida social que se caracteriza, en definición de Benedetto Croce, por "quitarnos la soledad sin darnos compañía". El hombre es una entidad atencional y por eso el latoso, que, con malas tretas, se hace con nuestra atención para luego defraudarla o maltratarla, nos está sustrayendo lo que más propiamente somos.

El hombre es tiempo, suele decirse, pero, hay que añadir, no cualquier tiempo, no, por ejemplo, el que erosiona la roca con lento desgaste sino sólo el consciente, atentamente vivido. Porque el yo, ese centro intangible y ubicuo, late fragmentariamente en todo cuanto hace, piensa, imagina, habla o siente, pero para encontrarlo entero hay que averiguar dónde pone su atención. En la atención al yo le va su ser. Y como los niños lo presienten, no se conforman con la presencia distraída de sus padres y lo quieren todo de ellos "reclamando su atención" constantemente con mil menudencias. La sociedad en su conjunto se sustenta sobre el arte de intercambiarse "atenciones" unos a otros para, aprendiendo a limitar la propia agresividad y el egoísmo a flor de piel, permitir la convivencia en paz y armonía. Reconvenimos a quien contraviene las reglas de urbanidad "llamándole la atención" sobre su indebido comportamiento; y al contrario, juzgamos "atenta" a esa otra persona de delicada cortesía que se muestra deferente en el trato con los demás y, poniéndose en el lugar del otro, mira por su bienestar y sus intereses. Una sociedad de hombres bien educados sería aquella en la que sus miembros han adquirido el hábito de cuidar del placer ajeno con muestras más o menos codificadas de respeto y consideración, una práctica que damas y gentilhombres llevaron a la categoría de obra maestra en aquellos salones parisinos del XVII y XVIII, escenario privilegiado de la "conversación civil". Y si ciudadanía y amistad son en alguna manera, como se observa, fenómenos atencionales, el enamoramiento vendría a exasperar esa tendencia, al menos para Ortega y Gasset, quien en Estudios sobre el amor cavila acerca de esta anomalía psicológica que arrastra al amante con morboso impulso a concentrar en el amado toda su atención, antes saludablemente dispersa en una rica variedad de asuntos.

Corolario de lo anterior es que la atención es sagrada y, para mí, uno de los dioses penates de mi particular panteón. Quien se aproxime a alguien que no le ha hecho ningún daño con el propósito de arrebatarle su perfecta soledad, que se pregunte antes si se siente con fuerzas de transportarle a una perfecta compañía y, si no se ve con esa capacidad, que, por favor, se abstenga, salvo casos de fuerza mayor.

Por eso es tan exacta la expresión española "prestar atención". La atención en todo caso se presta, no se regala a fondo perdido. Quien pide nuestra atención, toma ésta a préstamo y concurren sobre él las obligaciones del prestatario en lo concerniente al deber de poseer, conservar y usar con diligencia la cosa prestada. Más aún, en la medida en que ha tomado en préstamo nuestro bien más preciado, de sagrada naturaleza, y ha disfrutado de él durante cierto tiempo, lo correcto sería que nos lo devolviera con intereses, retribuido con la moneda de la amenidad, el pasatiempo, la alegría, la satisfacción de la curiosidad o la ampliación de conocimiento. Cuando se habla de altruismo en tantas ocasiones y contextos tan favorables debería tenerse en cuenta que no hay mayor filántropo que quien en la vida corriente trata con benevolencia una atención ajena previamente captada, mientras que quien la desatiende y se comporta no como lo que es, poseedor adventicio y provisional de ella, sino como propietario y por añadidura despótico y grosero ¿como esos gigantes "follones y lascivos" a los que valerosamente combate Don Quijote? ese tal es un delincuente, aunque haya creado la ONG más admirable del mundo. Pues somos tiempo, se decía al principio, y el latoso que nos permuta alevosamente soledad por aburrimiento, mata el tiempo que somos y en puridad nos está matando a nosotros, aunque por desgracia el código penal, siempre por detrás de la historia, no haya tipificado todavía este delito de lesa humanidad. Y conviene recordar, finalmente, que la condición de latoso no es exclusiva del individuo sino que una densa trama de actos protocolarios a los que las expectativas creadas en la vida privada y profesional nos obligan a asistir usuran nuestro tiempo sin aparente beneficio de nadie, y así hartas veces es precisamente la propia sociedad la que se constituye en el más temible y alienante de nuestros time consumers.

Excuso decir que el mismo riesgo se cierne sobre cada uno de nosotros respecto a los demás y, con especial intensidad, a los que componemos textos con la pretensión de que terceros de buena fe dediquen algún tiempo a su lectura. Llegado este punto, mi mejor contribución a la cruzada anti-lata que he iniciado sólo puede ser apresurarme a terminar mi artículo y devolverte, lector, compañía y soledad, en la confianza de que el préstamo que me has hecho no te haya resultado demasiado oneroso.


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PIEDRA DE TOQUE. LA FIESTA Y LA CRUZADA POR MARIO VARGAS LLOSA





Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos del éxito de la visita del Papa a Madrid. Mientras no tome el poder político la religión no solo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática
MARIO VARGAS LLOSA 28/08/2011

Bonito espectáculo el de Madrid invadido por cientos de miles de jóvenes procedentes de los cinco continentes para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud que presidió Benedicto XVI y que convirtió a la capital española por varios días en una multitudinaria Torre de Babel. Todas las razas, lenguas, culturas, tradiciones, se mezclaban en una gigantesca fiesta de muchachas y muchachos adolescentes, estudiantes, jóvenes profesionales venidos de todos los rincones del mundo a cantar, bailar, rezar y proclamar su adhesión a la Iglesia católica y su "adicción" al Papa ("Somos adictos a Benedicto" fue uno de los estribillos más coreados).

Salvo el millar de personas que, en el aeródromo de Cuatro Vientos, sufrieron desmayos por culpa del despiadado calor y debieron ser atendidas, no hubo accidentes ni mayores problemas. Todo transcurrió en paz, alegría y convivencia simpática. Los madrileños tomaron con espíritu deportivo las molestias que causaron las gigantescas concentraciones que paralizaron Cibeles, la Gran Vía, Alcalá, la Puerta del Sol, la Plaza de España y la Plaza de Oriente, y las pequeñas manifestaciones de laicos, anarquistas, ateos y católicos insumisos contra el Papa provocaron incidentes menores, aunque algunos grotescos, como el grupo de energúmenos al que se vio arrojando condones a unas niñas que, animadas por lo que Rubén Darío llamaba "un blanco horror de Belcebú", rezaban el rosario con los ojos cerrados.

Hay dos lecturas posibles de este acontecimiento, que EL PAÍS ha llamado "la mayor concentración de católicos en la historia de España". La primera ve en él un festival más de superficie que de entraña religiosa, en el que jóvenes de medio mundo han aprovechado la ocasión para viajar, hacer turismo, divertirse, conocer gente, vivir alguna aventura, la experiencia intensa pero pasajera de unas vacaciones de verano. La segunda la interpreta como un rotundo mentís a las predicciones de una retracción del catolicismo en el mundo de hoy, la prueba de que la Iglesia de Cristo mantiene su pujanza y su vitalidad, de que la nave de San Pedro sortea sin peligro las tempestades que quisieran hundirla.

Una de estas tempestades tiene como escenario a España, donde Roma y el gobierno de Rodríguez Zapatero han tenido varios encontrones en los últimos años y mantienen una tensa relación. Por eso, no es casual que Benedicto XVI haya venido ya varias veces a este país, y dos de ellas durante su pontificado. Porque resulta que la "católica España" ya no lo es tanto como lo era. Las estadísticas son bastante explícitas. En julio del año pasado, un 80% de los españoles se declaraba católico; un año después, solo 70%. Entre los jóvenes, 51% dicen serlo, pero solo 12% aseguran practicar su religión de manera consecuente, en tanto que el resto lo hace solo de manera esporádica y social (bodas, bautizos, etcétera). Las críticas de los jóvenes creyentes -practicantes o no- a la Iglesia se centran, sobre todo, en la oposición de ésta al uso de anticonceptivos y a la píldora del día siguiente, a la ordenación de mujeres, al aborto, al homosexualismo.

Mi impresión es que estas cifras no han sido manipuladas, que ellas reflejan una realidad que, porcentajes más o menos, desborda lo español y es indicativo de lo que pasa también con el catolicismo en el resto del mundo. Ahora bien, desde mi punto de vista esta paulatina declinación del número de fieles de la Iglesia católica, en vez de ser un síntoma de su inevitable ruina y extinción es, más bien, fermento de la vitalidad y energía que lo que queda de ella -decenas de millones de personas- ha venido mostrando, sobre todo bajo los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI.

Es difícil imaginar dos personalidades más distintas que las de los dos últimos Papas. El anterior era un líder carismático, un agitador de multitudes, un extraordinario orador, un pontífice en el que la emoción, la pasión, los sentimientos prevalecían sobre la pura razón. El actual es un hombre de ideas, un intelectual, alguien cuyo entorno natural son la biblioteca, el aula universitaria, el salón de conferencias. Su timidez ante las muchedumbres aflora de modo invencible en esa manera casi avergonzada y como disculpándose que tiene de dirigirse a las masas. Pero esa fragilidad es engañosa pues se trata probablemente del Papa más culto e inteligente que haya tenido la Iglesia en mucho tiempo, uno de los raros pontífices cuyas encíclicas o libros un agnóstico como yo puede leer sin bostezar (su breve autobiografía es hechicera y sus dos volúmenes sobre Jesús más que sugerentes). Su trayectoria es bastante curiosa. Fue, en su juventud, un partidario de la modernización de la Iglesia y colaboró con el reformista Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII.

Pero, luego, se movió hacia las posiciones conservadoras de Juan Pablo II, en las que ha perseverado hasta hoy. Probablemente, la razón de ello sea la sospecha o convicción de que, si continuaba haciendo las concesiones que le pedían los fieles, pastores y teólogos progresistas, la Iglesia terminaría por desintegrarse desde adentro, por convertirse en una comunidad caótica, desbrujulada, a causa de las luchas intestinas y las querellas sectarias. El sueño de los católicos progresistas de hacer de la Iglesia una institución democrática es eso, nada más: un sueño. Ninguna iglesia podría serlo sin renunciar a sí misma y desaparecer. En todo caso, prescindiendo del contexto teológico, atendiendo únicamente a su dimensión social y política, la verdad es que, aunque pierda fieles y se encoja, el catolicismo está hoy día más unido, activo y beligerante que en los años en que parecía a punto de desgarrarse y dividirse por las luchas ideológicas internas.

¿Es esto bueno o malo para la cultura de la libertad? Mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias, a las que, claro está, debe respetar y permitir que actúen libremente, es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad.

Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que esa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas. Y sabemos, también, que aquella función que los librepensadores decimonónicos, con tanta generosidad como ingenuidad, atribuían a la cultura, esta es incapaz de cumplirla, sobre todo ahora. Porque, en nuestro tiempo, la cultura ha dejado de ser esa respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino, la historia, que intentó ser en el pasado, y se ha transformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias, y, en otro, en una cábala de especialistas incomprensibles y arrogantes, confinados en fortines de jerga y jerigonza y a años luz del común de los mortales.

La cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías, marginales al gran público. La mayoría de seres humanos solo encuentra aquellas respuestas, o, por lo menos, la sensación de que existe un orden superior del que forma parte y que da sentido y sosiego a su existencia, a través de una trascendencia que ni la filosofía, ni la literatura, ni la ciencia, han conseguido justificar racionalmente. Y, por más que tantos brillantísimos intelectuales traten de convencernos de que el ateísmo es la única consecuencia lógica y racional del conocimiento y la experiencia acumuladas por la historia de la civilización, la idea de la extinción definitiva seguirá siendo intolerable para el ser humano común y corriente, que seguirá encontrando en la fe aquella esperanza de una supervivencia más allá de la muerte a la que nunca ha podido renunciar. Mientras no tome el poder político y este sepa preservar su independencia y neutralidad frente a ella, la religión no sólo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática.

Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos por eso de lo ocurrido en Madrid en estos días en que Dios parecía existir, el catolicismo ser la religión única y verdadera, y todos como buenos chicos marchábamos de la mano del Santo Padre hacia el reino de los cielos.


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