ACADEMICUS



UN PUENTE ENTRE EL MUNDO ACADÉMICO Y UNIVERSITARIO Y LA SOCIEDAD.


lunes, 31 de diciembre de 2012

LOS ENEMIGOS DE SARTRE Por MARIO VARGAS LLOSA para EL PAÍS DE MADRID

Estaba ordenando el escritorio y un libro cayó de un estante a mis pies. Era el cuarto volumen de Situations (1964), la serie que reúne los artículos y ensayos cortos de Sartre. Lo encontré lleno de anotaciones hechas cuando lo leí, el mismo año que fue publicado. Comencé a hojearlo y me he pasado un fin de semana releyéndolo. Ha sido un viaje en el tiempo y en la historia, así como una peregrinación a mi juventud y a las fuentes de mi vocación. Sus libros y sus ideas marcaron mi adolescencia y mis años universitarios, desde que descubrí sus cuentos de El muro, en 1952, mi último año de colegio. Debo haber leído todo lo que escribió hasta el año 1972, en que terminé, en Barcelona, los tres densos tomos dedicados a Flaubert (El idiota de la familia), otra de las tetralogías que dejó incompletas, como las novelas de Los caminos de la libertad y su empeño en fundir el existencialismo y el marxismo, Crítica de la razón dialéctica, cuya síntesis final, prometida muchas veces, nunca escribió. Después de veinte años de leerlo y estudiarlo con verdadera devoción, quedé decepcionado de sus vaivenes ideológicos, sus exabruptos políticos, su logomaquia y convencido de que buena parte del esfuerzo intelectual que dediqué a sus obras de ficción, sus mamotretos filosóficos, sus polémicas y sus úcases, hubiera sido tal vez más provechoso consagrarlo a otros autores, como Popper, Hayek, Isaías Berlin o Raymond Aron. Sin embargo, confieso que ha sido una experiencia estimulante —algo melancólica, también— la relectura de su polémica con Albert Camus del año 1952, sobre los campos de concentración soviéticos, de su recuerdo y reivindicación de Paul Nizan, de marzo de 1960, y del larguísimo epitafio (casi un centenar de páginas) que dedicó a la memoria de su compañero de estudios, aventuras políticas y editoriales, amigo y adversario, el filósofo Maurice Merleau-Ponty (1961). Era un soberbio polemista y su prosa, que solía ser siempre inteligente pero seca y áspera, en el debate se enardecía, brillaba y parecía insaciable su afán de aniquilación conceptual de su contrincante. No se equivocó Simone de Beauvoir cuando dijo de él que era “una máquina de pensar”, aunque habría que añadir que ese intelecto desmesurado, esa razón razonante, podía ser también, por momentos, fría y deshumanizada como un arenal. Leída hoy, no cabe la menor duda de que su respuesta a Camus era equivocada e injusta, y que fue el autor de El extranjero quien defendió la verdad, condenando la muerte lenta a que fueron sometidos millones de soviéticos en el gulag por el estalinismo a menudo por sospechas de disidencia totalmente infundadas y sosteniendo que toda ideología política desprovista de sentido moral se convierte en barbarie. Pero, aun así, los argumentos que esgrime Sartre, pese a su entraña capciosa y sofística, están tan espléndidamente expuestos, con retórica tan astuta y persuasiva, tan bien trabados e ilustrados, que suscitan la duda y siembran la confusión en el lector. Arthur Koestler pensaba en Sartre cuando dijo que un intelectual era, sobre todo en Francia, alguien que creía todo aquello que podía demostrar y que demostraba todo aquello en que creía. Es decir, un sofista de alto vuelo. Sartre considera a Nizan como un ejemplo, porque rompe moldes ideológicos La evocación de Paul Nizan (1905-1940), su condiscípulo en el liceo Louis le-Grand y en la École Normale Supérieure, a quien lo unió una amistad tormentosa, es soberbia y —adjetivo que rara vez merecían sus escritos— conmovedora. Hijo de un obrero bretón que, gracias a su talento, recibió una educación esmerada, Nizan fue muchas cosas —un dandi, un anarquista, autor de panfletos disfrazados a veces de novelas que seducían por su violencia intelectual y su fuerza expresiva— antes de convertirse en un disciplinado militante del Partido Comunista. Cuando el pacto de la URSS con la Alemania nazi, Nizan renunció al partido y criticó con dureza esa alianza contra natura. Poco después, apenas comenzada la Segunda Guerra Mundial, murió en el frente de una bala perdida. Pero su verdadera muerte fue la pestilencial campaña de descrédito desatada por los comunistas para envilecer su memoria. Camus rompió con Sartre por la cercanía de éste con el Partido; Nizan, por las diferencias y reticencias que guardaba con aquél. En su ensayo, que sirvió de prólogo a Aden, Arabie, Sartre hace un recuento muy vivo de la fulgurante trayectoria de ese compañero que parecía destinado a ocupar un lugar eminente en la vida cultural y que cesó, de aquella manera trágica, a sus 35 años. En tanto que, cuando refuta a Camus, aparece como un perfecto compañero de viaje, en el que dedica a defender la vida y la obra de Nizan, Sartre es un debelador implacable del sectarismo dogmático que cubría de calumnias infames a sus críticos y prefería descalificarlos moralmente antes que responder a sus razones con razones. El ensayo es también una premonición de lo que podría llamarse el espíritu de mayo de 1968, pues en él Sartre propone a Nizan como un ejemplo para las nuevas generaciones, por haber sido capaz de romper los moldes ideológicos y las convenciones y esquemas dentro de los que se movía la izquierda francesa, y haber buscado por cuenta propia y a través de la experiencia vivida un modo de acción —una praxis— que acercara el medio intelectual a los sectores explotados de la sociedad. El ensayo sobre Merleau-Ponty es, también, una autobiografía política e intelectual, un recuento de los años que compartieron, como estudiantes de filosofía en la École Normale Supérieure, su descubrimiento de la política, del marxismo, de la necesidad del compromiso, y, sobre todo, su toma de conciencia del odio que les inspiraba el medio burgués de que ambos provenían. Este odio impregna todas las frases de este ensayo y se diría que, a menudo, es él, antes que las ideas y las razones, y antes también que la solidaridad con los marginados, el que dicta ciertas tomas de posición y pronunciamientos de los dos amigos. Sartre es muy sincero y poco le falta para reconocer que, en su caso, la revolución no tiene otro objetivo primordial que borrar de la tierra a esa clase social privilegiada, dueña del capital y del espíritu, en la que nació y contra la que alienta una fobia patológica. En este ensayo aparece la famosa afirmación sartreana (“Todo anticomunista es un perro”) que llevó a Raymond Aron a preguntar a Sartre si había que considerar a la humanidad una perrera. Leída hoy, su respuesta a Camus era equivocada e injusta Merleau-Ponty fue el último de los intelectuales de alto nivel con los que Sartre fundó Les Temps Modernes en romper con la revista que, durante años, fue para muchos jóvenes de mi generación una especie de Biblia política. A partir del alejamiento de Merleau-Ponty, en los años cincuenta, sólo quedarían con Sartre los incondicionales, que, durante toda la guerra fría, aprobarían sus idas y venidas y sus retruécanos a veces delirantes en esa danza sadomasoquista que vivió hasta el final con todas las variantes comunistas (incluida la China de la revolución cultural). Este ensayo impresiona porque muestra la fantástica evolución de Europa en el medio siglo transcurrido desde que se escribió. Cuando Sartre lo publica, la URSS parecía una realidad consolidada e irreversible. La guerra fría daba la impresión de poder transformarse en cualquier momento en guerra caliente y, aunque Sartre y Merleau-Ponty discrepan sobre muchas cosas, ambos están convencidos de que la tercera guerra mundial es inevitable y que, una vez que estalle, el Ejército soviético tardará muy poco en ocupar toda Europa occidental. La política impregna hasta los tuétanos la vida cultural en todas sus manifestaciones y los extremos apenas dejan espacio a un centro democrático y liberal que tiene pocos defensores en el mundo intelectual. No sólo Sartre y Merleau-Ponty ven en De Gaulle y la Quinta República a un fascismo renaciente y en Estados Unidos a un nuevo nazismo. Semejante disparate es en aquellos años de esquematismo e intolerancia un lugar común. Produce vértigo que pensadores que nos parecían los más lúcidos de su tiempo se dejaran cegar de ese modo por los prejuicios políticos. Ahora bien. Pese a las orejeras ideológicas que delatan, aquellos debates tienen algo que en el mundo de hoy ha sido barrido por, de un lado, la banalidad y la frivolidad, y, por otro, el oscurantismo académico: la preocupación por los grandes temas de la justicia y la injusticia, la explotación de los más por los menos, el contenido real de la libertad, cómo conciliar ésta con la justicia e impedir que sea sólo una abstracción metafísica, etcétera. En nuestros días los debates intelectuales tienen un horizonte muy limitado y transpiran una secreta resignación conformista, la idea de que aquellas utopías de los tiempos de Sartre y Camus han quedado para siempre erradicadas de la historia. Hoy por hoy, tratándose de política, el sueño está prohibido, ya sólo son admisibles los sueños literarios y artísticos. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2012. © Mario Vargas Llosa, 2012

sábado, 22 de septiembre de 2012

GOETHE SE MUERE.RELATOS THOMAS BERNHARD ALIANZA EDITORIAL. UN CUENTO INÉDITO: ARDÍA

Como sabe usted, llevo ya más de cuatro meses huyendo, pero no, como le indiqué, en dirección sur sino en dirección norte, finalmente no me atrajo el calor sino el frío, no la arquitectura, mi querido arquitecto y artista de la construcción, sino la Naturaleza, y realmente esa Naturaleza del norte muy determinada de la que con tanta frecuencia le he hablado, esa, así llamada, Naturaleza del círculo polar, sobre la que hace treinta años redacté un escrito, uno de esos innumerables escritos escondidos, escritos secretos, que nunca estuvieron destinados a la publicación, sólo a la aniquilación, porque recientemente vuelvo a tener la intención de seguir viviendo, no sólo de prolongar mi existencia sino de continuar sin freno alguno, mi querido arquitecto, mi querido artista de la construcción, mi querido charlatán de superficies. Por decirlo así, haciendo época en secreto, secretamente, mi querido señor. Primero pensé no volver a escribirle en ningún caso, porque nuestra relación me parece ya desde hace muchos años haber terminado real e irrevocablemente, sobre todo terminado espiritualmente, no tener nunca más contacto con usted fue mi intención, como es natural no volver a escribirle una línea, cualquier línea más me parece ya desde hace mucho un completo absurdo, dirigirla a un ser que en otro tiempo fue durante decenios un amigo, un compañero espiritual pero finalmente, durante muchos decenios, nada más que un enemigo, un enemigo de mis pensamientos, un enemigo de mi forma de pensar, un enemigo de esta existencia mía que, sin embargo, no es más que una existencia espiritual. le escribí varias cartas en Viena y en Madrid, finalmente en Budapest y Palermo, pero no envié esas cartas, realmente dirigí y franqueé todas esas cartas, pero no las envié, para no convertirme en víctima de una vil falta de gusto. Destruí esas cartas y me juré no escribirle una línea más, como a todos los otros, tampoco a usted una línea más. No me permití ninguna correspondencia. Por eso viajo desde hace varios años por Europa y Norteamérica, posiblemente con una inútil locura, como diría usted, sin contactos, sin correspondencia, porque mi capacidad de comunicar se extinguió de repente después de habérmela negado yo durante años. Por decirlo así, entré dentro de mí y no volví a salir. Sin embargo, no puedo decir que esa época careciera de sentido para mí. En pocas palabras, escribí varios artículos para el Times, que como es natural no aparecieron porque no los envié al Times, después de haberme asentado en Oslo en el sentido más literal de la palabra. Oslo es una ciudad aburrida y la gente de allí carece de espíritu, es totalmente carente de interés, como posiblemente todos los noruegos, ésa es una experiencia que sin embargo sólo hice mucho más tarde, después de haber llegado hasta la altura de Murmansk. Allí conocí una raza de perros hasta hoy totalmente desconocida en Centroeuropa, el llamado schaufler, además de que la comida es mala, y el gusto artístico noruego, execrable. Un país totalmente antifilosófico, en el que toda clase de pensamiento se asfixia en el plazo más breve. Lo intenté en un asilo en Mosjöhn, una pequeña ciudad de gente pobre, en la que disipan el aburrimiento tocando el piano; al parecer, una de cada dos familias de Mosjöhn tiene un piano, yo mismo, en una casa donde pasé, mejor sobreviví, la primera noche tuve que ver y oír un piano de cola Bösendorfer que estaba tan desafinado que hasta la música de peor gusto, por ejemplo la de Schubert, tocada en él, se volvía interesante; la gente de Mosjöhn, como supongo los noruegos en general, con sus pianos desafinados, han conseguido tener realmente una idea de la llamada música moderna de hoy, es decir, como puedo decir, más o menos por sí mismos, porque no tienen ni idea de ella. Sin embargo, esas experiencias noruegas, que casi me quitaron toda esperanza sobre mi futuro y que realmente se agotaron con la adquisición de gorros de piel y zapatillas y botas de fieltro y, como queda dicho, las más perversas de todas las posibilidades de tocar el piano, no son las que me hacen escribirle estas líneas. He tenido un sueño y, como usted es coleccionista de sueños, no quiero privarle de ese sueño mío soñado en Rotterdam, porque, como sabe, soy un patrocinador y seguidor incondicional de las ciencias y especialmente de la suya y, situándome sencillamente por encima del total enfriamiento de nuestra relación, le cuento ese sueño que soñé en Rotterdam, después de haber dejado Oslo, haberme detenido un tiempo en Lübeck y Kiel y en Hamburgo, y unas semanas también en la repulsiva Brujas, en la que, como en Noruega, lo intenté como cuidador, aunque como cuidador de locos, lo soñé y lo anoté, porque, como sabe, la verdad es que sueño a diario pero no anoto todos esos sueños soñados a diario. ¡Qué pocos sueños realmente soñados y anotados por mí hay! Como usted sabe, desde hace muchos años huyo de Austria a alguna región mejor que Austria y en ningún caso quiero volver a Austria, a no ser que me vea obligado a ello por la fuerza. De manera que viajo, mejor, vago ya desde hace años por Europa y, como sabe, por Norteamérica, de un lado a otro, con la intención de encontrar un lugar en el que pueda realizar mis planes, precisamente los planes filosóficos de existencia de los que le hablé con tanta frecuencia y tanto tiempo, hasta que usted no pudo soportarlo más, sobre todo en el sur del Tirol y sobre todo en Renon. Porque no quería convertirme en un cerebro de Oxford, y tampoco en un cerebro de Cambridge; con el mayor esfuerzo sobre todo, lejos de todas las universidades, me dije siempre en los últimos años y, como sabe, rehúso desde hace años todos los libros de contenido universitario, evito la filosofía, cuando puedo, la literatura, cuando puedo, en general toda lectura, cuando puedo, por miedo de que precisamente esa lectura me vuelva realmente loco y demente y finalmente me mate; de ahí también mis dificultades para atravesar siquiera Europa y Norteamérica. De Asia he tenido siempre el mayor de los miedos, y mi viaje por la India terminó en un fracaso total, como sabe, porque, como sabe, soy de débil constitución física. Y América Latina se ha puesto muy de moda y eso me repele, todo el mundo va allí desde Europa y se agolpa so capa de prestar ayuda social y socialista, que en realidad no es otra cosa que una repulsiva variedad de la meticulosidad cristianosocial. Los europeos se aburren mortalmente y sólo para escapar a ese mortal aburrimiento europeo se meten por todas partes en el, así llamado, Tercer Mundo. Lo misionero es una antivirtud alemana, que hasta ahora sólo ha traído al mundo desgracias, que ha precipitado siempre el mundo entero en crisis. La iglesia ha envenenado a África con su repulsivo Buen Dios y ahora está envenenando con él a América Latina. La iglesia católica es la envenenadora del mundo, la destructora del mundo, la aniquiladora del mundo, ésa es la verdad. Y el alemán de por sí envenena continuamente todo el mundo de fuera de sus fronteras y no descansará hasta haber envenenado mortalmente a todo ese mundo. Por eso hace tiempo que me he retirado totalmente dentro de mí, de mi antimanía de querer ayudar a la gente en África y en Sudamérica. No se puede ayudar a la gente en nuestro mundo, que está lleno de hipocresía desde hace ya siglos. Al mundo como a la gente no se los puede ayudar, porque ambos son por completo hipocresía. Pero eso lo sabe ya por mí y tampoco se trata de eso. La realidad es que le escribo sólo, es decir, que sólo quiero comunicarle lo que hoy he soñado, porque le será útil, según creo. He soñado con Austria con tal intensidad porque he huido de ella, de Austria como el país más odioso y más ridículo del mundo. Todo lo que la gente ha encontrado siempre hermoso y admirable en ese país no era ya más que odioso y ridículo, siempre sólo repulsivo, y no encontraba un solo punto en esa austria que fuera siquiera aceptable. Sentía mi país como un yermo perverso y una horrible abulia. Sólo ciudades terriblemente mutiladas, un paisaje únicamente espantoso, y en esas ciudades mutiladas y ese paisaje espantoso gentes viles y falsas e infames. No se podía saber qué era lo que había hecho esas ciudades tan mutiladas, ese país tan desolado, a esas gentes tan viles e infames. El paisaje era tan vil como la gente, tan mutilado, tan infame, tanto el uno como la otra espantosos de una forma totalmente mortal, tiene que saber. Si veía gente, sólo veía muecas viles donde habrían debido tener una cara, si abría el periódico, tenía que vomitar ante la abulia y la infamia que había allí impresas, todo lo que veía, lo que oía, todo lo que tenía que percibir me daba náuseas. Estaba condenado a ver y oír durante semanas esa Austria repulsiva, tiene que saber, hasta que finalmente, por deses- peración ante ese oír y ver mortales, me quedé en los huesos; por repugnancia ante esa Austria no probaba ya bocado, no podía tomar un trago. Veía, dondequiera que mirase, sólo fealdad y vileza, una naturaleza odiosa y falsa y vil y gentes odiosas y viles y falsas, la absoluta suciedad y vileza de esas gentes. Y no crea que sólo veía el gobierno y la, así llamada, alta sociedad de esa Austria, todo lo austríaco me resultaba de repente de lo más odioso, de lo más estúpido, de lo más repulsivo. En un estado sumamente lesionado, como diría usted, me senté finalmente, después de haber recorrido varias veces esa Austria odiosa y vil y estúpida, a mi estilo sin aliento, tiene que saber, sobre un bloque de conglomerado en la haunsberg de Salzburgo, desde donde miré la ciudad totalmente embrutecida por sus habitantes y totalmente aniquilada por los arquitectos, los colegas de usted, pero todavía cociéndose en su perversa megalomanía. ¿Qué han hecho las gentes austríacas en sólo cuarenta o cincuenta años de esa joya europea?, pensé, sentado en el conglomerado. [...] Debí dar una cabezada en el bloque de la haunsberg de Salzburgo, por decirlo así agotado por el mundo, porque de repente me desperté en la Kahlenberg vienesa. E imagínese, mi querido arquitecto y artista de la construcción, lo que pude ver desde la Kahlenberg, después de despertar, no sentado en un bloque de conglomerado como en la haunsberg de Salzburgo sino en un podrido banco de madera por encima de la llamada himmelstraße: Toda aquella Austria repulsiva, en definitiva nada más que bestialmente apestosa, con todas sus gentes viles e infames y con sus mundialmente famosos edificios de iglesias y monasterios y teatros y conciertos ardía y quedaba calcinada ante mis ojos. Tapándome las narices, pero con ojos y oídos muy abiertos y con un monstruoso deseo de percibir dejé que se calcinara lentamente y con el efecto más teatral posible ante mí, hasta que no fue más que una superficie apestosa, al principio negroamarilla, luego negrogris, de cenizas pegajosas, y nada más. Y cuando del gobierno austríaco, que, como sabe, es el más estúpido gobierno del mundo, y del clero católico austríaco, que ha sido siempre el más taimado del mundo, apenas veía ya más que restos socialcristianos y católicos y nacionalsocialistas en aquel desierto calcinado negrogris, respiré profundamente, aunque tosiendo, aliviado. Respiré tan aliviado que me desperté. Para mi felicidad, en Rotterdam, en esa ciudad que para mí, por todos los motivos, es la que me está más próxima y por consiguiente la que más quiero, como sabe. Aunque no vale la pena hablar, en ningún caso, de esta Austria ya ridícula desde hace muchos decenios, puede ser interesante sobre todo para usted, señor, según pienso, saber que, después de tantos decenios, he vuelto a soñar con ella.

lunes, 17 de septiembre de 2012

OLGA FERRI (1928-2012)

La bailarina argentina Olga Ferri murió este fin de semana en Buenos Aires. Alumna de Esmée Bulnes, había nacido el 20 de septiembre de 1928. Luego de su paso por la Escuela de Danza del Teatro Colón, integró el Ballet Estable como solista (a los dieciocho años) y fue primera bailarina a partir de 1949. Como tal, protagonizó estrenos de obras con coreografías de Margarita Wallmann, Leonide Massine, Heinz Rosen, Jack Carter y Rudolf Nureyev, entre otros. Su carrera internacional recorrió los escenarios de París, Londres, Munich, Berlín, destacándose como solista del Ballet del Marqués de Cuevas y del London Festival Ballet. En 1971 Rudolf Nureyev la eligió para acompañarlo en el estreno de su versión de El cascanueces en el Teatro Colón. Desde ese mismo año, compartió ininterrumpidamente su actividad como bailarina con la docencia, fundando junto a su marido, el bailarín Enrique Lommi, su estudio particular. Por esa sede pasaron gran cantidad de alumnos que gracias a sus enseñanzas transitaron carreras internacionales: su discípula dilecta, Paloma Herrera, hoy bailarina del American Ballet Theatre. Iñaki Urlezaga, Ludmila Pagliero (primera bailarina del Ballet de la Ópera de París) y muchos otros bailarines que hoy revistan en compañías de Italia, Alemania y toda Europa. También recibieron allí su formación buena parte de los integrantes del actual Ballet del Teatro Colón, testigos y recipiendarios de su labor docente, la cual ejerció con entrega y perfección técnica. En 1977 Olga Ferri se retiró oficialmente de la danza con Coppelia. En dos oportunidades fue directora del Ballet Estable del Teatro Colón, la última durante la temporada 2008. Fue autora del libro La danza y sus lesiones más frecuentes, escrito en colaboración con el médico traumatólogo Luis Pintos. Entre las distinciones que obtuvo figuran el Premio Konex de Platino (1989), el Gran Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes (1977), la Orden al Mérito de los Caballeros de San Martín de Tours (1984) y el nombramiento como Ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires (2008).

domingo, 16 de septiembre de 2012

CONCIERTO DE MUSICA BARROCA A LAS 20 EN LA PARROQUIA DEL SANTÍSIMO REDENTOR LARREA ESQUINA BERUTI.

El Lunes 17 de septiembre a las 20, en la Parroquia del Santísimo Redentor, Larrea 1252 equina Beruti, la soprano
Inés Mones Cazón, acompañada por Maximiliano Rodríguez en tropeta y Veronica Bardy en órgano interpretará obras de Johann Sebastian Bach, F. Hândel y D. Scarlatti.

sábado, 15 de septiembre de 2012

MAXIN VENGEROV PRESTIGIO, VIRTUOSISMO Y CALIDAD EN EL ABONO BICENTENARIO DEL TEATRO COLON DE BUENOS AIRES

                                   POR ALEJANDRO A. DOMINGUEZ BENAVIDES







Maxin Vengerov y Roustem Saitkoulov

Programa

Johann Sebastian Bach
Partita para violín solo No 2 en Re menor, BWV 1004

Franz Schubert
Gran Dúo en La mayor

Ludwig van Beethoven
Sonata para violín y piano en La mayor, Op. 47, "Kreutzer"






Por último la Sonata para violi­n nº 9 en la mayor, conocida como "Kreutzer",  compuesta por Ludwig van Beethoven y publicada en 1802 con el número 47 de su catálogo. Esta obra se caracteriza por su exigente parte de violí­n, por su duración inusual (una ejecución  atípica dura algo menos de 40 minutos) y por su gran intensidad emocional.

Comienza con una introducción lenta, ejecutada principalmente por el violì­n. Aparece el piano y la melodì­a pasa a modo menor, hasta que comienza la parte principal del movimiento - un furioso Presto en la menor -. Cerca del final, Beethoven vuelve a traer a primer plano parte del Adagio inicial, antes de cerrar el movimiento con una coda angustiosa.

El primer movimiento tiene fuertes contrastes con el segundo, una tonada tranquila  seguida de cinco variaciones distintivas. Al final de este movimiento central se rompe la calma con un atronador acorde en el piano, que conduce directamente al virtuoso y exuberante tercer movimiento, una tarantella , y la obra termina jubilosa .

El violinista Maxim Vengerov demostró  que  su apertura a otros estilos como el jazz y el rock,  como se nos ha presentado, ha enriquecido su caudal interpretativo y ha hecho mella en las complejas -volvemos a insistir- obras que eligió para nuestro disfrute.

     













MACBETH DE WILLIAM SHAKESPEARE DIRECCION DE JAVIER DAULTE 19 de septiembre 20:30 TEATRO SAN MARTIN SALA CASACUBERTA.

lunes, 10 de septiembre de 2012

El Ballet Estable del Teatro Colón de Buenos Aires protagoniza una Gala Internacional junto a bailarines destacados de compañías de todo el mundo. Miércoles 12 de septiembre 20:30

 
En un anticipado punto cúlmine de temporada, las primeras figuras y solistas del Ballet Estable del Teatro Colón, junto a figuras estelares de la danza de todo el mundo y bajo la dirección de Lidia Segni, darán vida a una serie de ballets tradicionales y contemporáneos.
Bailarines estelares del Berlin Ballet, del Ballet de la Opera de Berlin, del Royal Ballet de Londres y del Ballet de la Opera de Múnich protagonizarán la primera parte del programa, mientras que los solistas y las primeras figuras del Ballet Estable deslumbrarán en La Bayadera, Acto de las Sombras, con música de Ludwig Minkus y coreografía de Lidia Segni, según Marius Petipa.
Gala Internacional de Ballet
Programa
Primera parte
Esmeralda(Berlin Ballet)
Iana Salenko – Marian Walter
Música: C. Pugni
Coreografía: J. Perrot
Sonnet XXII (Opera de Berlin)
Soraya Bruno – Martín Buczko
Música: Phillip Glass
Coreografía: Tim Plegge
I’ve got Rhythm (Royal Ballet de Londres)
Steven McRae
Música: G. Gershwin, cantada por Gene Kelly
Coreografía: Johann Koborg
Trascended(Ballet de la Opera de Munich)
Katherina Markowskaja – Tigran Mikayelyan
Música: Phillip Glass
Coreografía: Terence Kohler
Not Anymore (Berlin Ballet)
Iana Salenko – Marian Walter
Música: Lhasa de Sela
Coreografía: Raymondo Rebek
Onieguin(Opera de Berlin)
Soraya Bruno – Martín Buczko
Música: P. I. Tchaikovski / Maria Callas
Coreografía: B. Fonseca
Romeo y Julieta (Royal Ballet de Londres)
Roberta Marquez – Steven McRae
Música: S. Prokofiev
Coreografía: K. McMillan
Don Quijote (Ballet de la Opera de Munich)
Katherina Markowskaja – Tigran Mikayelyan
Música: L. Minkus
Coreografía: M. Petipa
Segunda parte
La Bayadera- Acto de las Sombras
Música: L. Minkus
Coreografía: Lidia Segni según Marius Petipa
Nikia Karina Olmedo
Solor Juan Pablo Ledo
Primera Variación Carla Vincelli
Segunda variación Nadia Muzyca
Tercera variación Maricel De Mitri
Las localidades ya se encuentran a la venta en la boletería del Teatro Colón, Tucumán 1171 (4378-7109), de lunes a sábado, de 10:00 a 20:00 horas y domingo de 10:00 a 17:00 horas. O por internet ingresando a: www.teatrocolon.org.ar
Localidades desde: $30
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domingo, 9 de septiembre de 2012

La rosarina María Florencia Machado obtuvo el primer puesto del Concurso Internacional de Canto

 
 
Tras superar las instancias de audición y las eliminatorias, la mezzosoprano María Florencia Machado llegó a la final y esta noche fue elegida como la mejor voz del Concurso Internacional de Canto organizado por el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón.
Al cabo de un emocionante concierto de cierre del concurso, durante el cual María Florencia interpretó “Parto, parto”, de La Clemenza di Tito de Mozart y “Werther, Werther, Werther!” de Werther! de Massenet, el barítono Sherrill Milnes -miembro del jurado- la anunció como ganadora del certamen.
Por su parte, la soprano de Corea del Sur Jung Nan Yoon obtuvo el segundo puesto, mientras que la soprano rosarina Jaquelina Livieri, el tercero y el barítono de ruso Alexey Lavrov, el cuarto lugar, en esta final inolvidable.
Los cuatro galardonados tendrán la oportunidad de ganar premios monetarios y, como parte del reconocimiento, se les ofrecerán compromisos de presentaciones en los más prestigiosos teatros de ópera de Sudamérica.
El Concurso Internacional de Canto comenzó con una exhaustiva etapa de audiciones en los grandes teatros del mundo, como el Metropolitan de New York, la Royal Opera House de Londres y el Teatro Bolshoi de Moscú, entre otros, al cabo de la cual fueron seleccionados 21 semifinalistas. Durante esta última semana se realizó en el Teatro Colón una jornada de eliminatorias al cabo de las cual fueron elegidos los 8 finalistas que esta noche cantaron a sala llena y acompañados por la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por el maestro Enrique Arturo Diemecke.
El jurado de excelencia, representativo del mundo de la ópera en sus niveles más significativos: institucional, artístico y académico, estuvo integrado por Kiri Te Kanawa, Sumi Jo,Sherrill Milnes, Lenore Rosenberg, Nicholas Sears y Renaud Loranger.
El certamen fue concebido por el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón con la misión de descubrir a los más talentosos jóvenes cantantes de la actualidad y generar oportunidades para el desarrollo de sus promisorias carreras.
 

sábado, 8 de septiembre de 2012

EL LIBRO DE LA SEMANA S. Greenblatt y 'El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno'

Gian Francesco Poggio Braacciolini (1380-1459)

Para el Pais de Madrid

La aventura de las ideas

S. Greenblatt y 'El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno'

Sostiene que lo que llamamos Renacimiento empieza con el descubrimiento de un texto de Lucrecio

Uno de los capítulos fundamentales de nuestra historia intelectual se encuentra en ese texto


El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear
el mundo moderno
Stephen Greenblatt
Traducción de Juan Rabasseda
y Teófilo de Lozoya
Crítica. Barcelona, 2012
320 páginas. 25,90 euros (electrónico: 15,99)
Uno de los aspectos más patéticos de la experiencia humana es nuestra ignorancia de las verdaderas consecuencias de nuestros actos. Emprendemos un viaje, abrimos un libro, entablamos una conversación, y en un futuro imprevisible ocurrirán eventos que determinarán la suerte de nuestros descendientes. Así lo entendió Pascal, quien declaró que si la nariz de Cleopatra hubiese sido más chica, el aspecto de la tierra entera hubiese sido otro.
Un helado día de enero de 1417, un hombre joven, regordete, de ojos vivos y protuberantes (si la miniatura que lo retrata en su traducción latina de Jenofonte es fiel) cruzaba a caballo una zona montañosa del sur de Alemania. Su meta era (probablemente) el monasterio benedictino de Fulda, fundado en el siglo ocho por un discípulo de San Benito, y su misión descubrir en los enmohecidos recovecos del monasterio los libros de olvidados autores paganos. El nombre del joven era Poggio Bracciolini y su patria Florencia, donde sus amigos, grandes lectores como él, seguían la tradición iniciada por Petrarca casi un siglo antes de buscar en los basureros eclesiásticos las obras maestras de la antigüedad griega y latina. Así Petrarca había rescatado del olvido la monumental Historia de Roma de Tito Livio, varios discursos y cartas de Cicerón y la obra poética de Propercio. Poggio esperaba emular a su maestro.
En Fulda, Poggio fue recibido con cautela, pero, gracias a sus cartas de recomendación, se le permitió consultar el grueso catálogo de la biblioteca abacial. Para apaciguar la desconfianza del bibliotecario, pidió consultar primero el manuscrito de uno de los padres de la Iglesia, Tertuliano, pasando así de las obras canónicas a las paganas. Descubrió así un poema épico de Silio Itálico, de quien sólo se había conservado el nombre, una importante obra sobre la astronomía, de Manilio, autor de quien ni el nombre había sobrevivido hasta entonces, y un largo fragmento del historiador Amiano Marcelino. Por fin, vio que el catálogo mencionaba una obra del filósofo y poeta Tito Lucrecio Caro, De rerum natura, Acerca de la naturaleza de las cosas, escrita probablemente hacia el año 50 antes de Cristo. Ovidio, Cicerón y otros más lo mencionaban con admiración en sus escritos, pero ni un solo verso había llegado hasta el siglo de Poggio. Con el resignado permiso del bibliotecario, el joven literato ordenó al escriba que lo acompañaba que hiciese una copia.
Aquí comienza lo que es para Stephen Greenblatt, erudito e imaginativo conocedor del Renacimiento europeo, uno de los capítulos fundamentales de nuestra historia intelectual. Con la obra maestra de Lucrecio, Poggio rescata para su época (y para las sucesivas) una fundamental reflexión acerca de nuestro universo, peligrosamente subversiva para los lectores de la católica Europa del siglo quince, y asombrosa premonición de las teorías astrofísicas de nuestro tercer milenio. En De rerum natura, Lucrecio declara que el universo, y todo lo que éste contiene, está hecho de partículas minúsculas siempre en movimiento, y que los dioses imaginados por los poetas no son necesarios para que ese universo exista. Platón había hecho decir a su Sócrates que la imaginación poética distrae de la percepción veraz de la realidad; Lucrecio retoma esta observación y la transforma en una rigurosa exigencia que precede y amplifica el ateísmo darwiniano de Richard Dawkins y tantos otros científicos de nuestros días.
En su tiempo, Lucrecio fue juzgado por sus lectores más un poeta virtuoso que un científico lúcido, un filósofo epicúreo en el verdadero sentido de la palabra (y no en la denigrada aceptación que damos hoy al epíteto). Quince siglos más tarde, en la época de Poggio, su visión del mundo alentó a artistas como Sandro Botticelli y sus propósitos aterraron a los teólogos del Vaticano, quienes condenaron su libro al Index. Como tantas otras obras prohibidas, De rerum natura sobrevivió a las llamas y, más tarde, su autor fue reconocido como el padre de una larga línea de científicos, desde Galileo, quien lo estudió detenidamente, hasta Newton, Darwin, Freud y Einstein, quienes alabaron su justeza y su intuición.
Lucrecio sirvió de inspiración a numerosos escritores y filósofos. En 1989, un bibliotecario de Eton College compró, por apenas 250 libras, una edición de De rerum natura impresa en 1563. Bajo la firma que hacía de ex libris, el bibliotecario descubrió otra, de un dueño anterior. En la tercera página de guarda, este antiguo y entusiasmado lector de Lucrecio había escrito: “Puesto que los movimientos de los átomos son tan variados, no es imposible que se hayan juntado alguna vez de esta manera, o que en el futuro volverán así a juntarse, dando nacimiento a otro Montaigne”. Lucrecio fue, para Michel de Montaigne, una suerte de hermano espiritual.
La feliz y convincente tesis de Greenblatt es que lo que llamamos Renacimiento o “Temprana Modernidad” empieza con el descubrimiento hecho por Poggio. Por supuesto, no sabemos si, de no haber existido la posibilidad de leer nuevamente el De rerum natura, Montaigne hubiese reflexionado de la misma manera acerca del sentido de la vida, Botticelli hubiese pintado su Primavera, Galileo hubiese descrito un universo unificado y autosuficiente, Einstein hubiese tratado de definir esas minúsculas partículas de las que estamos hechos nosotros y los gusanos y las estrellas. El hecho es que gracias a un joven lector empedernido, el De rerum natura existe y Lucrecio continúa conversando con nosotros, y sus versos nos ayudan a examinar, con algo más de sabiduría y de audacia, la asombrosa existencia de eso que llamamos mundo.
 
 
 

domingo, 2 de septiembre de 2012

ESTA SEMANA EN EL TEATRO COLÒN 3 al 9 de SEPTIEMBRE

Encabezado_Gacetilla
Esta semana en el Teatro Colón
3 al 9 de septiembre
Lunes 3 de septiembre, 20:30 horas.
La excelencia artística de Sumi Jo y Darío Schmunck en un concierto gratuito en el Teatro Colón
Con motivo del 50º aniversario de las relaciones diplomáticas entre Argentina y Corea, la Orquesta Académica integrada por los alumnos de la Academia Orquestal del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón acompañará, bajo la batuta del maestro Enrique Arturo Diemecke,a dos grandes intérpretes de amplia carrera vocal internacional. El programa incluye obras de Beethoven, Adam, Verdi, Donizetti y Tchaikovski.
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Martes 4 de septiembre, 20:30 horas.
El pianista ruso Arcadi Volodos llega al país por primera vez en el marco del Abono Bicentenario
Considerado por la crítica como uno de los pianistas más destacados e interesantes de la actualidad musical internacional, Volodos interpretará un programa compuesto por piezas de Schubert, Brahms y Liszt.
Localidades desde: $43.
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Jueves 6 de septiembre, 20:30 .
La violinista Sarah Chang, junto a la Filarmónica de Buenos Aires
El décimo primer concierto de la temporada tendrá la dirección de Enrique Arturo Diemecke. El programa incluye el Concierto para violín en Re menor, Op. 47 de Jean Sibelius (1865-1957) y la Sinfonía Nº 4 en Mi bemol mayor, “Romántica”de Anton Bruckner (1824-1896).
Localidades desde $30.
L
Domingo 9 de septiembre, 11:00. Entrada Gratuita.
El Quinteto Filarmónico, en el ciclo de Intérpretes Argentinos del Teatro Colón
Celebrando su décimo aniversario, el grupo conformado por Claudio Barile (Flauta), Néstor Garrote (Oboe), Matias Tchicourel (Clarinete), Fernando Chiappero (Corno) y Gabriel La Rocca (Fagot),

ejecutarán obras de Darius Milhaud, Samuel Barber,Manuel de Falla y Paquito D’Rivera.

Las entradas se podrán retirar a partir del viernes 7 de septiembre, de 10:00 a 20:00  en la boletería del Teatro Colón, Tucumán 1171 (4378-7109). Se entregarán 4 localidades por persona hasta completar la capacidad de la sala.