ACADEMICUS



UN PUENTE ENTRE EL MUNDO ACADÉMICO Y UNIVERSITARIO Y LA SOCIEDAD.


sábado, 22 de enero de 2011

MISTERIO DEL AIRE SONORO: DANIEL BARENBOIM


"Desde el West-Eastern Divan promovemos el diálogo entre las partes con nuestras convivencias anuales", afirma Daniel Barenboim.- Javier Barbancho
Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942, premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2002 junto a Edward Said) es autor de El sonido es vida (Belacqua) y ha publicado recientemente con Patrice Chéreau Dialogue sur la musique et le théâtre. Tristan et Isolde (Buchet Chastel). www.danielbarenboim.com. www.barenboim-said.org.



¿Cuál es el lugar de la música clásica en la actualidad? ¿Cómo hacer que perviva? ¿Qué vigencia tienen las grandes obras? Uno de los mejores músicos del mundo responde: "La música es una experiencia física y anímica" y "debe ser también provocativa, incluso subversiva"

De entre todas las definiciones de la música que me han impactado quizás la que más acertada me parece es la de Ferruccio Busoni. "Es aire sonoro", decía el músico. Yo así lo veo, así lo creo, así me enfrento a ella. No creo que se deba hablar nunca de músicas del pasado. Ni afrontar nosotros el oficio como la resurrección de algo muerto, inerte. Ese "aire sonoro" nace, vive y desaparece en el mismo momento que lo traemos a este mundo.

No estoy de acuerdo con el término intérprete. Somos ejecutantes. Son los políticos quienes necesitan intérpretes
Por eso no contemplo la obra de Bach, de Beethoven, de Brahms o de Wagner como algo ajeno a nuestro tiempo. Me han pedido celebrar este número 1.000 de Babelia con una reflexión sobre cómo traer a nuestro presente la música eterna. Lo hago honrado porque considero que EL PAÍS es uno de los grandes diarios mundiales, abierto y entregado a toda la riqueza y la complejidad de la época que nos ha tocado vivir.

Nosotros, los músicos, somos hijos de ese tiempo, de este mundo. Nuestra misión es ejecutar piezas concretas. No estoy de acuerdo con el término intérprete. Somos ejecutantes. Son los políticos quienes necesitan intérpretes para ser comprendidos, no los artistas, ni el genio creador. Y como tales, trasladamos los signos negros de un pentagrama a un mundo físico y carnal, fabricamos algo concreto con guías e instrumentos. Trasladamos, traducimos al público unas indicaciones que esperamos haber comprendido y profundizado.

Lo que sí aplicamos en esa ejecución son cuestiones estilísticas. Marcamos la diferencia entre cada compositor con eso. Lo que es lícito en Mozart no lo es en Boulez. Pero el resto del trabajo no consiste más que en convertir en masa física las oscuras manchas de cada partitura. En este sentido, la música es objetiva y tiene su valor. Pero esto mismo, la calidad que se deriva de la reflexión sobre la obra, llega a su expresión máxima en el momento de la ejecución. Las buenas se distinguen de las malas en que son aquellas en las que el oyente tiene la sensación de presenciar algo que se está inventando en ese mismo instante irrepetible. El público debe ser consciente de eso.

Es la experiencia que yo sentí cuando escuchaba a Furtwängler o a Arturo Rubinstein y lo que he perseguido después toda mi vida bien cuando dirijo desde un podio o cuando toco el piano, dicho sea de paso, el instrumento que más se asemeja a una orquesta de todos cuantos existen. Lo que varía ciertamente es la percepción de quien escucha. No es igual nuestro mundo al del siglo XVIII. La forma de ser, la forma de vida ha cambiado como varía el estilo. Pero sólo el estilo. Lo fundamental, el sentimiento que nos sugiere una gran obra, no se ha transformado tanto. En nuestro interior experimentamos exactamente igual el amor, el odio, la envidia, la compasión y la venganza a como lo hicieron nuestros antepasados.

La música pues es una experiencia física y anímica. Como tal, se crea por el ejecutor. Es decir, se hace concreta y como tal se percibe por quien la recibe, con un estado de ánimo cambiante que nos producirá, según el momento, sensaciones encontradas y diferentes a como la escuchamos en distintas ocasiones.

Ahí está la magia, ahí reside el misterio. No es cuestión de poder, ni de carácter. Entronca más con la sensibilidad y con el sentido práctico. Cuando escucho hablar del poder de los directores de orquesta mi reacción es escéptica. El poder como tal está en los músicos de las orquestas. Un director por el hecho de levantar la mano con la batuta no produce nada. El sonido reside en manos de quien toca el instrumento. Su cometido es que todos los miembros de un grupo piensen lo mismo en el instante de producir la música. Esa es la clave de su carisma. También conseguir que toquen para él en un momento concreto pero sin dejar de ser ellos mismos. Ahí se marca el camino para llegar al auténtico pulmón colectivo que debe ser la música. No en la elegancia ni el en frac, sino en la capacidad de convencerles de una idea común.

Y en ello no deben entrar otros fines. Mi experiencia con el West-Eastern Divan, la iniciativa que montamos Edward Said y yo mismo, se basa en eso. Muchos lo han definido como una manera de utilizar la música para llamar la atención sobre el conflicto de Oriente Próximo. No lo es. Se trata de una iniciativa meramente musical y no política. Pero durante los años que la hemos puesto en práctica, ahora en nuestra sede andaluza, hemos demostrado a las autoridades de ambas partes que si bien consideran que israelíes y palestinos no pueden convivir juntos tendrán que explicar cómo es posible que jóvenes músicos de ambas partes interpreten sinfonías de Mahler, Chaikovski o Beethoven, atril con atril, y luego no sean capaces de habitar un mismo suelo.

La música debe ser también provocativa, incluso subversiva me atrevería a decir. Está en su naturaleza. Cuando en las óperas de Mozart observamos los acompañamientos orquestales para las voces no los concebía de manera pasiva, sino para conseguir que los diferentes planos de las piezas se empujaran, se provocaran entre sí con un efecto concreto. Ese espíritu está ahí, en la gran música. Desde el Divan estamos convencidos de que no hay solución militar al conflicto. Enseñamos, deseamos y promovemos el diálogo entre las partes con nuestras convivencias anuales. Si bien no obligamos ni esperamos que nadie acepte ni acate las exigencias del otro sí que al menos las conozca, las escuche y las respete. Ese y no otro es el camino correcto hacia el encuentro de la armonía.





Publicado en Edición Impresa en la sección de Babelia
EL PAÍS © EDICIONES EL PAÍS, S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid (España)

REPORTAJE: ENCUENTRO Umberto Eco - Javier Marías


El escritor y académico español Javier Marías (izquierda) y el semiólogo italiano Umberto Eco, durante su encuentro en diciembre, en Madrid, para este número mil de Babelia.- Luis Sevillano













DIALOGO POLITEISTA



WINSTON MANRIQUE SABOGAL 22/01/2011. Babelia, El Pais de Madrid. Todos los derechos reservados.



Dos de los más influyentes intelectuales de hoy hablan sobre literatura, el ciberespacio, la libertad de expresión y la ruptura de cánones tradicionales. Del presente y el riesgo de sus consecuencias

Tan pronto se ven, Umberto Eco se apresura hacia Javier Marías que sorprendido ve cómo el escritor italiano se inclina ante él en una reverencia teatral, diciéndole: "Majestad"; a lo que Marías, saliendo de su sorpresa y con una media sonrisa, contesta casi en susurro: "Duque". Y empiezan a reír mientras se abrazan. Dos años antes, Marías, como rey literario de Redonda, había nombrado a Eco Duque de la Isla del Día de Antes.

Es la una y media del lunes 13 de diciembre de 2010. Están en el restaurante Balzac de Madrid en el primer diálogo que sostienen para un medio de comunicación, invitados para este número 1.000 de Babelia, y que harán en italiano como una cortesía de Marías con el profesor Eco. Cuando se sientan alrededor de la mesa redonda donde almorzarán, el semiólogo italiano (Alessandria, 1932) se queja de dolor de garganta y cuenta el trajín en que anda por la promoción de su último libro, El cementerio de Praga (Lumen), y el narrador y académico español (Madrid, 1951) desvela que acaba de terminar una novela que saldrá en primavera: Los enamoramientos (Alfaguara). Es el preludio de una conversación que se extenderá durante dos horas y terminará con ellos paseando y posando para el fotógrafo en un punto de encuentro simbólico de lo que aún no saben que van a decir.

JAVIER MARÍAS. Hace poco escribí en una de mis columnas de El País Semanal, a propósito de su última novela, tan criticada por L'Osservatore Romano, que pensaba que se había superado aquello de que en las artes las obras tuvieran que tener un carácter moral o edificante. Un hallazgo por parte de esa crítica, aunque para ellos era negativo, es que decía algo parecido a que su novela era un voyeurismo amoral.

UMBERTO ECO. ¡Es que esto es la novela, eso es una novela!

J. Marías. Justamente una novela es lo contrario de un juicio.

U. Eco. Deja abierta la puerta a las contradicciones.

J. Marías. Aunque hay novelistas que todavía se sienten como jueces, es una cosa extraña. Eso del voyeurismo amoral está muy bien visto. Porque una novela, a menudo, es así, el novelista no tiene que juzgar, tiene que mostrar, a veces explica lo que ha sucedido, cómo se ha llegado a este punto, pero eso no quiere decir que se justifique o que se ensalce el tema o presuma.

U. Eco. Luego está el lector que tiene la tendencia, o la mala fe, de atribuir al autor lo que piensa el personaje.

J. Marías. ¿No es preocupante en el sentido de que es volver a cierto primitivismo?

U. Eco. Usted escribe novelas, el 20% las leen de forma correcta, el resto equivocada.

J. Marías. Esto ha vuelto con fuerza. Yo escribo con un narrador en primera persona desde hace 20 años, y se tiende a confundir al narrador con el autor, con el yo.

U. Eco. Cuando publiqué El nombre de la rosa me escribió un lector preguntando por qué afirmaba que la felicidad consiste en tener lo que se tiene. ¡Yo nunca he dicho eso, es una tontería! Fue un personaje.

J. Marías. Esa idea de que las novelas deben tener un mensaje o dignificar algo es un primitivismo raro que ha vuelto.

U. Eco. Es una idea católico-marxista.

J. Marías. Pero el marxismo no...

U. Eco. El realismo socialista quería que las novelas tuvieran un mensaje y hablaran de los problemas del pueblo... Mi respuesta es que una novela tiene un mensaje, pero hay que trabajar mucho para comprenderlo, requiere esfuerzo, no te lo da el autor.

J. Marías. Un mensaje que se podría buscar fuera del libro.

U. Eco. O muchos. La Odisea tiene múltiples mensajes.

J. Marías. En cierto sentido surge por la promoción de los libros. No sé usted, pero yo a veces al escribir una novela me encuentro con que tengo una idea vaga sobre qué es esta novela, aparte de la historia misma, y algunos aspectos que no son claros para mí. Pero una vez terminada la entiendo un poco mejor. Entonces llega la promoción, las entrevistas, donde se espera que el autor diga: "Lo que he querido decir es esto". Y uno se ve obligado a afirmar algo o defender una idea que luego es tergiversada. Si no hubiera entrevistas y cierta necesidad de banalizar, de encontrar un eslogan...

U. Eco. Yo intento humillar a los que hacen estas preguntas, desafiar, hacer que se sientan algo estúpidos. Cuando me preguntan: "¿Con qué personaje se identifica?", contesto: "¡Con los ad-ver-bios!". Se quedan estupefactos. Es verdad, los escritores nos identificamos con los adverbios.

J. Marías. Pero para hacer esto hay que ser usted.

U. Eco. ¡No, no!, hay que ser bastante malos

...Y, en cambio, nadie habla del estilo de la novela, de la construcción. La gente lee lo que dices y no le interesa la manera en que lo dices.

J. Marías. La palabra estilo desapareció del vocabulario, ni los críticos la usan.

U. Eco. Es la manera de formar, de hacer.

J. Marías. Y sin duda hay autores que reconocemos. (...) Otro aspecto de los idiomas es cómo están desapareciendo cosas normales y se construyen mal las frases. Se está reduciendo el vocabulario.

U. Eco. Sí, sí.

J. Marías. Recuerdo que mi madre, cuando yo era adolescente, si me preguntaba o pedía algo, y yo respondía de cualquier manera, me decía: "Por favor, no seáis tacaños con la lengua". Hoy la gente es algo tacaña.

U. Eco. Ocurre también con la escritura

... Luego está esa discusión sobre la literatura tradicional y experimental. Se trata de una diferencia un poco como derecha-izquierda, que en política ya no tiene sentido. La izquierda es el único partido conservador, porque quiere conservar la Constitución, el Parlamento. Así que la vanguardia y la literatura tradicional es una distinción que nació con la llegada del arte pop y de la posmodernidad, hacia mediados de los sesenta, cuando ya en la novela comercial se empezaba a usar el monólogo interior, que antes era un escándalo joyceano. Los narradores suramericanos, García Márquez, etcétera, redescubrieron la historia que había estado prohibida, pero se descubrió de forma más irónica. Hay una serie de barreras tradicionales. Recuerdo en Italia, en tiempos del grupo del 63, del que ya no hay un rostro emblemático, cuando un músico de vanguardia, Berio, escribió un ensayo sobre el rock, y otro músico de vanguardia, hablando de los Beatles, dijo: "Trabajan para nosotros"; y yo contesté: "¡Pero tú también trabajas para ellos!". Ya entonces había mezclas. Así que no diferenciaría tan claramente lo tradicional de lo experimental. Hay autores que se reconocen de forma inmediata, pero siempre los ha habido, el problema no es ése. En las obras comprometidas no hay una literatura experimental pura.

J. Marías. Lo que se llama experimental envejece cada vez más fácilmente, o se convierte en algo tradicional, o se incorpora a los usos normales. Hay una flexibilidad mayor. Siempre ha habido una enorme capacidad para hacer esto; aunque antes había un poco más de resistencia. Hoy no. Hoy normalmente todo se incorpora, todo se vuelve viejo, antiguo. El presente se convierte en pasado cada vez más rápido. Incluso en el momento en que un libro ya está disponible, parece que ya es pasado.

U. Eco. Algunas cosas resisten el paso del tiempo. Por fortuna existe este mecanismo, de lo contrario no permanecería nada, ni Sófocles, ni Eurípides...

...Y las palabras de Eco y Marías se entrecruzan animadas por el mundo clásico, hasta que dan un salto de 2.500 años para volver al umbral de esta era del ciberespacio cercada de incertidumbres y quejas por una supuesta incultura en plena revolución del aprendizaje y la comunicación de saberes y relaciones personales y emocionales. Entre bocado y bocado, sus palabras van a empezar a señalar lo mejor y más terrible de ese presente y sus consecuencias.

U. Eco. Internet es la vuelta de Gutenberg. Si McLuhan estuviera vivo tendría que cambiar sus teorías. Con Internet es una civilización alfabética. Escribirán mal, leerán deprisa, pero si no saben el abecedario se quedan fuera. Los padres de hoy veían la televisión, no leían, pero sus hijos tienen que leer en Internet, y rápidamente. Es un fenómeno nuevo.

J. Marías. Esto sería una ventaja.

U. Eco. Es el aspecto positivo.

J. Marías. Pero lo que decíamos sobre el lenguaje, de la generalización del uso del ordenador...

U. Eco. Ése es otro problema, no tiene nada que ver. No creo que el lenguaje se empobrezca, ¡cambia! El inglés es un lenguaje sintácticamente muy pobre en comparación con el francés, el italiano o el español; pero puede decir cosas maravillosas. Por lo tanto, se simplifica, pero puede decir muchas cosas. Las lenguas funcionan.

J. Marías. A veces tengo la sensación de que el exhibicionismo general es omnipresente en estas formas de comunicación. En Internet, por ejemplo, si pones una cámara puedes ver una habitación a todas horas; hay personas que tienen contacto entre sí para ver cómo duermen o preparan la comida, lo que no sería un espectáculo... A veces tengo la sensación de que esto guarda cierta relación con la pérdida progresiva de esa antigua idea, que ha acompañado a los hombres durante siglos, de que Dios lo veía todo, de que Dios los observaba a todos y que absolutamente NADA escapaba a su mirada y escrutinio. De alguna manera, esa idea, que aún tienen algunos de los que leen L'Osservatore, era algo terrible, pero que también consolaba, al haber un espectador que conocía nuestra vida. Aunque fuera la persona menos importante del mundo, había alguien...

U. Eco. ¡Un señor que pagaba una entrada para verte y luego juzgarte!

J. Marías. Te castigaba o premiaba. Al menos existías para alguien. Y esta creencia, obviamente, hablando en términos generales, se ha perdido. Creo que una parte de la población, de forma inconsciente, tiene nostalgia de esa idea. Había una enorme necesidad de ser contemplado, de ser observado.

U. Eco. Hoy van a la televisión o Internet.

J. Marías. Sí... Responde a esa nostalgia vieja de la idea de Dios.

U. Eco. Interesante. Si no, no se explica cómo tienen esta necesidad tremenda de dejarse ver, hasta cuando hacen caca. Y yo digo: ¿por qué?

... ¡Es el aspecto más terrible e importante de la civilización en la cual vivimos! En Italia han sido asesinadas unas jóvenes, y cada noche hay programas de televisión que hablan de ello, ¡es vergonzoso!, porque se hace espectáculo de estas muchachas. Y el único consuelo por haber perdido a tu hija es salir en la televisión.

J. Marías. Ha hablado de consolación. Hay un elemento crematístico, evidentemente. Una ventaja para ellos porque al menos obtienen dinero y audiencia

U. Eco. ¿Pero por qué necesitan la audiencia y explotan incluso la muerte de su hermana y van a la televisión para que les veamos? Volvemos a la tesis de Javier Marías.

J. Marías. Lo que es extraño es que, también, se quiera mostrar la pena. Había cosas que tradicionalmente no se enseñaban.

U. Eco. Hay gente que va a la televisión a decir: "Tengo cáncer. No me voy a callar. Voy a la televisión para que me conozcáis, para que sepáis que existo y ayudo a otros". Ésa es la justificación.

J. Marías. La gente dice ahora, en lugar de "quiero contarte", "quiero compartirte esta experiencia", o "quiero compartir contigo esta experiencia", en lugar de "quiero contarte". Se busca involucrar a otros.

U. Eco. Una frase que ya no se usa es: "A Dios pongo por testigo de", al menos él sabe que yo soy así. Ahora es "pongo a la televisión por testigo, la comunidad". Hay una comedia italiana donde el nombre es una propiedad privada, no debes difundirlo. Y está el dicho de que los trapos sucios se lavan en familia. Antes la privacidad, el mantenerlo todo oculto, era fundamental. Hoy es todo lo contrario. Y cosas peores. No sé el porqué de esa necesidad de que nos vean o de vampirizar vidas ajenas. La explicación sobre la nostalgia de Dios es la más lógica.

J. Marías. Hay un elemento que también tiene que ver con todo esto: son las filtraciones de Wikileaks. Hay algo extraño y divertido

... Normalmente se nos prohíbe saber cosas, sobre todo si son de personas poderosas o con responsabilidades, y verlas ridiculizadas, el rey desnudo, o si meten la pata, eso se entiende. Lo que no entiendo es que después de este pequeño fenómeno haya gente que pida la transparencia: "Basta. Tenemos que saberlo todo. Tenemos que saber qué hacen los servicios secretos, los diplomáticos, lo que piensan". Pero ¡cuidado!, la hipocresía, la doblez, forma parte de la educación; es más, de la civilización. Si hubiera una transparencia general habría muchos más homicidios. Todos hablamos mal de vez en cuando de todos, cuando no están presentes, y también de las personas que amamos. Siempre hay objeciones. Probablemente si estas personas a las que queremos supieran cuáles son nuestras objeciones se olvidarían de todo lo positivo que pensamos de ellas y se obsesionarían con esa pequeña objeción que han conocido y que no habrían debido saber, y sería un desastre.

U. Eco. Las medidas diplomáticas están en la base de la convivencia civil.

J. Marías. Es una cuestión de civilización, es un logro.

U. Eco. Yo no digo: "No voy a cenar contigo porque eres aburrido". Digo: "No voy porque tengo un compromiso".

J. Marías. Entonces, pedir la transparencia general es también algo que iría en contra de los intereses de todos. Porque si todo fuera así se despediría más fácilmente a la gente. Tenemos esa tendencia, este desahogo. Es normal que haya personas que intenten saber lo que no se debe saber, pero también es normal que otras intenten evitar que las cosas se sepan. Lo ridículo es la pretensión de ciertas personas de que los que tienen el deber de evitar que las cosas se sepan renuncien a ese deber. Lo que no se puede es pedir la rendición total de los demás. Y con Wikileaks estoy sorprendido de que no se hubieran dicho cosas más brutales o que no intuyéramos. Son diplomáticos contenidos, educados. Me parece divertido... Es extraña esta pretensión, no entiendo estas ganas por saber todo.

U. Eco. Sí, sí. Y con esta ruptura del pacto de hipocresía, que es un pacto social fundamental ("estoy encantado de conocerle", no estoy encantado, pero hay que decirlo) hemos entrado en una nueva era virtual de la información donde todo es más vulnerable y frágil. Al final tendremos que encontrar otros modos de confidencialidad. ¿Cuáles serán? No lo sabemos. Con Internet ya no es posible ninguna censura. Mire a Julian Assange, es para tirarlo al retrete, o a la basura, pero lo que ha hecho lo han sabido todos. Alguien dijo una vez que si hubiese existido Internet el Holocausto no habría sido posible, porque nadie podría haber dicho: "No lo sabía". En China no han aceptado el Premio Nobel de la Paz pero en China lo han sabido muchos. Lo que se está perfilando, y ya lo escribí años atrás, es un nuevo 1984 con la clase dirigente que tiene acceso a Internet y los proletarios que no tienen acceso, que ven la televisión. ¿Hacia qué futuro nos dirigimos? ¿Habrá más proletarios o más clase informatizada? Porque si un ordenador costara diez euros, quizá mil doscientos millones de chinos lo tendrían, y entonces serían menos los proletarios que los informatizados. Y la censura ya no podría funcionar. Pero si se mantiene una proporción como la actual será todo lo contrario, se puede seguir censurando.

J. Marías. Si se rompe la baraja y se extiende la transparencia, probablemente los ciudadanos tienen siempre las de perder ante la posibilidad de intrusión en sus vidas por parte de los Gobiernos, ya que es mucho mayor que al revés. Es el peligro que veo en esa legitimación de que se sepa todo...

U. Eco. Hay gente que lee Internet y no tanto los periódicos, pero quienes usan el ordenador no son por fuerza los más informados, porque si no leen los periódicos no están lo suficientemente informados. Así que los problemas de censura y libertad son difíciles de definir hoy, no son tan sencillos como antes.

J. Marías. Yo recuerdo una cosa que mi padre decía, y que escribió en un artículo, sobre que el hombre contemporáneo corría el riesgo de convertirse en un primitivo lleno de información. Y lo es en cierto sentido. Tal vez no se equivocaba. Y lo decía antes de la existencia, probablemente, de Internet. Hay un exceso de información que quizás impide saber. Ya no hay un filtro, no hay un criterio. Se da importancia a cosas que no tienen ninguna y al contrario. Luego la abundancia, que es un problema porque con el exceso de algo no hay tiempo para ocuparse de ello. Yo aún consulto la enciclopedia.

U. Eco. Yo pertenezco al grupo de los que ve muy cómodo encontrar el dato en el ordenador, soy un estudioso de profesión y no me fío de la primera información. Pero para una persona normal es una dificultad utilizar Internet de forma adecuada. Siempre digo que la televisión ha sido un bien para los pobres, en mi país ayudó a enseñar la lengua italiana, y ha perjudicado a los ricos, no de dinero sino de estudios; y con Internet ocurre lo contrario. Lo preocupante es cómo se enseña a la gente el filtro...

J. Marías. A la gente no le interesa filtrar o saber si son ciertas o no algunas cosas. Es una tendencia...

...Y los dos autores siguen explorando los desafíos, riesgos, temores y dudas agazapadas en la Red, hasta que llega el café y la conversación deriva hacia otro tema que involucra a los dos mundos que son uno, tierra y ciberespacio, y que viene de siempre y va para siempre: el duelo, la pugna, entre la belleza y la fealdad. Con Internet añadiendo más confusión. Es la era del politeísmo estético y de la industria de la fealdad y de las ideas. A una media hora de que el encuentro acabe, Eco y Marías están a punto de descubrirse a sí mismos diciendo que se ven como un anacronismo.

U. Eco. En el último capítulo de mis ensayos sobre la belleza y la fealdad, referido al mundo contemporáneo, hablo del politeísmo de la belleza, de las distintas épocas en las que había diferentes modelos. Hoy valen todos esos modelos, y los medios de comunicación han contribuido a difundir diferentes modelos de mal gusto. Ahí entra la iluminación en Navidad, que ha cubierto los monumentos con unas luces feísimas. Se ha cubierto todo de bombillitas y a la gente le gusta. Ya no hay criterios para distinguir. Por lo tanto, la belleza y la fealdad se convierten sólo en hechos de clase: la belleza para los ricos y la belleza para los pobres. ¿Pero es cierto que antes no era así?, me pregunto. Sabemos que en la antigua Roma había una comedia de Terencio, y en el anfiteatro una lucha de osos, pues algunos abandonaban el teatro y la comedia de Terencio y se iban a ver la lucha de osos. Los intelectuales lamentaban que la gente hubiera abandonado a Terencio para ir a ver a los osos. Y mientras Miguel Ángel hacía la cúpula de San Pedro había espectáculos callejeros que eran modelos de mal gusto, probablemente. Por eso no puedo ser tan severo con ese politeísmo de la belleza y la fealdad, porque tal vez creemos que en alguna época haya habido modelos fijos: la belleza del Renacimiento, del Barroco, son los modelos que se salvaron, pero había infinitos otros que se destruyeron. La pregunta es: ¿por qué se salvaron esos en concreto? Ahí vuelvo a un viejo argumento: en la Poética de Aristóteles se citan numerosas tragedias de las que no sabemos nada, se han perdido. ¿Por qué ésas se han perdido y han sobrevivido las de Sófocles, Esquilo o Eurípides? Hay dos respuestas: porque eran mejores o porque tenían recomendación de otros. Los demás no tenían apoyos. Quizá fueran mejores que ellos, pero no tenían padrinos, así que lo que nosotros identificamos con el gusto clásico de la antigua Grecia, ¿es lo que predominaba entonces o es sólo lo que ha sobrevivido? Y quién sabe, quizá dentro de dos mil años nuestro periodo va a aparecer con el único modelo de belleza o de fealdad que haya sobrevivido; quizás la televisión basura, quién sabe si se identificará con la culminación del arte de nuestro siglo, como ceremonias báquicas.

J. Marías. Tal vez hubo un momento en que la fealdad que el profesor Eco ha estudiado tan bien existía en el arte, pero era algo excepcional. Recuerdo, por ejemplo, la única vez que estuve en Sicilia, en Palermo, y fui a Bagheria; quería ver esas figuras grotescas de la villa Palagonia que habían mencionado Byron, Goethe y gente así que en su tiempo habían viajado expresamente para ver esto, algo horroroso. Figuras grotescas en el jardín de un noble. Esto parecía una excepción que incluso personas como Byron y Goethe iban a ver, como excepción. Lo que no existía hasta hace poco es lo que podríamos llamar una industria de la fealdad. Ahora hay una fealdad industrial totalmente deliberada, como mercado. El valor que podía tener la fealdad de rebeldía, transgresión o de desafío se ha perdido y, en este sentido, ¿qué quedará dentro de dos mil años? No lo sabemos, tal vez algo de este tipo, o tal vez otra cosa. Sobre aquellos que el profesor llama ricos, aunque yo soy un poco proletario, lo cierto es que personalmente creo que me estoy convirtiendo en un anacronismo. Yo mismo soy un anacronismo. No sé si usted también tiene esta sensación.

U. Eco. Esto es siempre un proceso normal de la vejez. Pero no sólo por la edad, sino como usted decía, la gente en lugar de leer a Proust está viendo la televisión, está viendo a Pippo Baudo. Yo, que utilizo el subjuntivo bien, me estoy convirtiendo en un anacronismo...

...Ríen, hacen bromas... La puerta se abre y aparece el fotógrafo. Son las tres y media pasadas. Unas primeras fotos dentro del Balzac. Luego toman cada uno su abrigo, Eco el negro, con su sombrero de paño a juego y su bastón, y Marías el azul marino, y salen a la calle al encuentro de un silencio de amanecer. Guiados por el fotógrafo, caminan calle y media bajo un visillo de nubes grises, sin saber que van estar en un punto de encuentro simbólico de algunos de los temas de los que acaban de hablar: el paseo y jardines fronterizos que unen la iglesia de Los Jerónimos, cerrada por obras, y la ampliación del Museo del Prado. Charlan, posan

... Duque y Rey se despiden. Umberto Eco se marcha en coche a continuar su periplo a cuenta de su polémico El cementerio de Praga; y Javier Marías baja las escaleras que conducen hacia la Puerta de Goya del Prado rumbo a afinar Los enamoramientos.

jueves, 20 de enero de 2011

CARTA DE PABLO GARCÍA CAFFI, DIRECTOR GENERAL Y ARTíSTICO DEL TEATRO COLÓN DE BUENOS AIRES



Buenos Aires, 18 de enero de 2011


AL PÚBLICO DEL TEATRO COLÓN
A LOS CIUDADANOS


Desde su reapertura el 24 de mayo de 2010, recuperamos para la ciudadanía los mejores valores históricos del Teatro Colón. Si bien en un pasado lejano el Teatro gozó de una reputación que a nivel artístico lo ubicaba en el circuito de los mejores espacios líricos del mundo, hoy debemos reconocer que ese prestigio internacional se ha deteriorado.

Producto de un proceso de larga data, desde hace décadas la imagen del Teatro Colón se ha visto, en distintas oportunidades, afectada por el incumplimiento, la imprevisibilidad y la indisciplina.

Signo de esa debacle que ha ido socavando sistemáticamente a la institución es, en primer lugar, el menosprecio y la falta de compromiso para con el público, conducta que demuestra el nivel de deterioro al que se ha llegado y el grave perjuicio económico que implica suspender funciones hace que los abusos de la mala política gremial sean injustamente pagados por el contribuyente porteño.

Con este pertinaz daño (del cual es responsable una mal intencionada minoría de trabajadores y dirigentes gremiales) se ha perdido toda cordura, orden y respeto al lugar de trabajo, se ha destruido la mística del arte y se han dilapidado no sólo esfuerzos, talento y recursos, sino también el prestigio de nuestro más emblemático icono cultural.


Nuestra vocación de cambio

Conscientes del valor de la tradición e historia del Colón, nos propusimos desde un primer momento, restablecer las cualidades de nuestro máximo coliseo. No basta con la fama del pasado ni con la arquitectura restaurada. El Colón requiere superar un desafío que no ha podido lograrse hasta el momento: devolver al personal y a los cuerpos estables, a la temporada y al funcionamiento en general del teatro, aquel prestigio del que gozó hace décadas.

El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires asumió decididamente la voluntad de recuperar la excelencia que todos queremos para el Teatro Colón. En tal sentido, iniciamos nuestra gestión emprendiendo con firmeza dos proyectos largamente postergados: la autarquía y la reapertura del teatro.

En la obra de restauración y modernización tecnológica (en la que aún continuamos trabajando para mejorar la infraestructura), se invirtió una enorme suma de dinero y de recursos, con la satisfacción de que esa recuperación edilicia, actualmente considerada un paradigma en el mundo, es hoy orgullo de todos los porteños.

Con igual vocación estamos trabajando porque queremos encauzar el funcionamiento del teatro, restablecer el reglamento de trabajo, mejorar las condiciones laborales, recomponer las situaciones salariales y resolver las jubilaciones, pero sobre todo, porque queremos garantizar una estabilidad duradera en la cual, la temporada y el público no sean constantes rehenes de insensatas prácticas sindicales.

Responsabilidad y compromiso

Sabemos que nuestras responsabilidades no son delegables. Pero sabemos también que el futuro del Teatro Colón requiere del compromiso y la opinión de todos.

Con negociaciones de emergencia (bajo amenaza de asambleas y toma de escenario a último momento, cancelaciones con público sentado a sala llena, etc.), continuaremos invariablemente sometidos a la presión y al riesgo de sufrir salvajes boicots, sumando desgaste y episodios tan amargos como los mencionados, siempre empantanados en la irracionalidad, la obstrucción, la crisis y el conflicto.

Consideramos que los miembros de los cuerpos estables (tanto los que participan de los piquetes en el escenario como aquellos que inocentemente otorgan callando), deben comprender que con su conducta no afectan a este Gobierno, sino que menoscaban su propio prestigio, se ganan antipatía y descrédito frente a los artistas invitados, al público y a los ciudadanos.

En un marco de solución definitiva, para acabar con las crisis y los conflictos permanentes, apuntamos a introducir la regla que gobierna a las mejores salas líricas del mundo: buenas remuneraciones y condiciones de trabajo a cambio de altas responsabilidades. Estamos dispuestos a conceder mejoras a contraprestación de mayor número y frecuencia de actuaciones y ensayos y, sobre todo, concursos y mayor compromiso y responsabilidad para que no se afecte el cumplimiento de la programación y las actividades pautadas por la dirección del teatro.

El público es finalmente el depositario de todos los esfuerzos de producción de un teatro, de manera que consideramos necesario tenerlo informado frente a la confusa y destructiva campaña de aquellos que, como adversarios políticos en decadencia, intentan clausurar las puertas del Teatro Colón para siempre y exhibir semejante hecho como un trofeo de guerra.

Por nuestra parte, y luego de la recuperación edilicia, continuamos decididos a recobrar el valor del trabajo, la cualidad permanente del arte y el lugar que al Teatro Colón le corresponde en su ciudad, en su país y en el mundo.

Les agradecemos su tiempo por leer esta carta y los saludamos con nuestra mayor consideración.


Pedro Pablo García Caffi
Director General y Artístico

viernes, 14 de enero de 2011

LA SOCIEDAD DEL LENGUAJE BASURA por JUAN CRUZ RUIZ para LA NACIÓN




MADRID.- En la última escena de la película La lengua de las mariposas , basada en el relato de Manuel Rivas, un niño pugna con sus padres y otros vecinos en la búsqueda de insultos cada vez más contundentes contra el maestro, un republicano que, en el film, encarna Fernando Fernán-Gómez.

Al muchacho no le llegan los insultos que busca; el maestro al que ahora insultan y apedrean fue quien le enseñó a leer. Luego estalló la guerra y la población se hizo del lado nacional y persiguió al maestro por rojo.

La vecindad le gritaba rojo, cabrón, mientras los sublevados lo cargaban en los furgones terribles. Entonces, el niño encontró en su memoria dos palabras que gritó con todas sus fuerzas: "¡¡¡Tilonorrinco!! ¡¡¡Espiditrompa!!!"

El no había aprendido insultos... En realidad, tilonorrinco es un bicho raro que habita en Australia, y espiditrompa es la lengua de las mariposas... Palabras del maestro. Los insultos tienen su origen en el desdén o en el odio. Como dice el filósofo Emilio Lledó, tienen por objeto "la descalificación del otro, la anulación del prójimo". Es una bofetada, un ninguneo. Y un chantaje. Insultar es grave, pero la sociedad se está acostumbrando. Acaso porque las palabras pesan menos o, como dice José Luis Cuerda, el director de aquella película, "porque las palabras se han abaratado". La costumbre del insulto ha arraigado de tal manera que los insultos se televisan; en reality shows y otros programas de tertulias, mujeres y hombres, a veces con estudios, por ejemplo de periodismo, se descalifican entre sí con insultos que emiten gritando. Son descalificaciones, "intentos", como reitera Lledó, "de anular al otro, chantajes, por tanto".

Si eso fuera pedagogía, "y los medios son pedagogía", eso sería lo que está aprendiendo esta sociedad: que el insulto sale gratis. Juan Marsé, premio Cervantes, dice que lo que se oye en esos programas "se dice para crear crispación"; los moderadores, que están ahí para ejercer ese poder, "parecen recibir órdenes para hacer todo lo contrario", pues cuanto más sube el volumen de la discrepancia más audiencia parece registrarse...

"Si no hay polémica", dice Marsé, "no hay espectáculo". Y es de lo que se trata: el insulto es el espectáculo. José Luis Cuerda reconoce que si lo que se dicen los políticos entre sí, en el Parlamento o en los mítines se lo dijeran otros poderosos (los banqueros, por ejemplo), "estaríamos en una guerra". Imaginemos, consideraba el cineasta, que el presidente del Santander se sube a una tribuna para afearle al presidente del BBVA cómo está gestionando su banco... "E imaginemos que termina así su parlamento: '¡¡Váyase, señor González!!'. Pues en esos niveles estamos".

Así que los medios, sobre todo los medios audiovisuales, están tejiendo la madeja en la que se ha enredado la sociedad del insulto, "la sociedad del lenguaje basura", que dice Emilio Lledó. La conversación se interrumpe, alguien da un manotazo en la mesa y grita "¡Vamos al grano!". "El que grita más se lleva el turno, y ese que grita ¡vamos al grano! es apreciado porque es más directo y más sincero; cuanto menos elaborado es el lenguaje, más aprecio parece tener lo que dice". Quien señala a los que gritan "¡vamos al grano!" es otro filósofo, ahora ministro de Educación, Angel Gabilondo. "Es el mundo al revés: el que habla bien, correctamente, no tiene sitio; el más descuidado, el que grita o insulta tiene una recepción más considerada, como si aquel que cuida su expresión fuera sospechoso de falta de compromiso...".

Lledó dice que "el mal hablado suele ser el mal pensado, el que piensa mal"; pero el mal hablado tiene hoy mucho predicamento, en la vida y en los medios. Alex Grijelmo, presidente de EFE, que reformó el Libro de Estilo que El País tenía vigente, y además escribió un libro que se titula El estilo del periodista, considera que la impunidad del insulto ha agrandado su presencia en la sociedad. "Y no hay insulto justificable. No es justificable insultar a un cargo público, pues en su sueldo no está el hecho de que pueda ser insultado. Y no se puede insultar a nadie, por principio. En los medios podrías justificar ciertas expresiones descriptivas, aguafiestas, por ejemplo, o lerdo, y la reproducción de insultos dichos en público se puede justificar tan solo por la relevancia de la persona que los ha proferido, el contexto en que se haya dicho, y sólo tiene sentido si se entrecomilla..."

El insulto es compañero de la mala palabra, que puede resultar, en sí misma, insultante... Grijelmo ve el taco o el insulto más en los medios audiovisuales que en los medios impresos. Para el taco dicho en los medios, o a destiempo en las intervenciones públicas, o incluso en las conversaciones privadas, tiene una comparación: "Los tacos son como la ropa. No puedes ir con un pijama a una boda ni meterte en la cama con un traje... En un determinado ámbito los tacos funcionan y son útiles. Un médico puede soltar un taco muy eficaz en una conversación informal, pero sentaría muy mal escuchar el mismo taco en un congreso de cirugía...".

Se está produciendo una degeneración del trato, dice Marsé, y se está produciendo una degradación del lenguaje público, añade Grijelmo. Y, por tanto, se está despreciando el significado de las palabras. "Ahora", cuenta Grijelmo, "se dice censura, tortura, nazismo, en circunstancias en que no es correcto decir que alguien ha censurado, o que alguien ha torturado, o que determinada actitud es propia del nazismo. Se dicen esas palabras y quienes las dicen no las pesan". De ese tipo de degradaciones viene lo que Lledó llama el lenguaje basura, basado en el insulto.

Humberto López Morales, el académico de origen cubano que acaba de publicar el libro La andadura del español por el mundo (Premio Isabel de Polanco de Ensayo) se quedó a cuadros un día en que miraba en su casa un programa de la televisión española en el que se incluía una entrevista a un escritor. El escuchó atónito que el locutor le preguntaba al autor sobre el calificativo "mierda" que le había dedicado un colega. Inmutable, el interpelado se entretuvo en la palabra que le habían arrojado y la conversación giró en torno a la mierda. "En América eso hubiera sido imposible, y es imposible. En España", dice López Morales, que en aquel libro estudia la evolución social del español en el mundo, "se ha degradado la conversación cotidiana, y los medios audiovisuales son el origen y el amplificador de esta situación...". Hace unos días estuvo en un bar elegante escuchando hablar a chicas elegantes de Madrid. "Lo que decían, aquel es un cabrón, lo otro es acojonante, es impensable en América, y eso significa que palabras que fueron tabúes ya han sido objeto de una destabuización, como decimos en sociolingüística...".

"Palabras tradicionalmente proscritas de la conversación, y sobre todo de la conversación en los medios, ocupan el centro de la mesa, y aparecen también por escrito, sin comillitas ni nada", dice López Morales. "Lea usted artículos de gente muy relevante, en la prensa diaria española; verá que traspasan todos los límites, hablando de los políticos, por ejemplo. El insulto, las palabras que lo conforman, parece que ha llegado para quedarse, lo que produce un bajón de calidad del discurso público y, por ende, del discurso privado."

El insulto es una cobardía que pretende dejar al otro indefenso. Es lo que dice José Luis Cuerda. "Un insulto tiene siempre resultados irremediables. Tú insultas a alguien. ¿Cómo te puede responder? La conversación es una cuestión de causa-efecto. Si tú le dices a otro 'hijo de puta', ¿qué esperas que pase luego? Alguna vez he ensayado, cuando me han llamado hijo de puta, a hacer esta consideración: 'Es imposible que eso te conste'. Pero, claro, no siempre puedes reaccionar así...". Cuerda se pregunta cómo se puede aguantar, en el ámbito político, la esquizofrenia de los que insultan por oficio y luego han de convivir. "Esos políticos que se suben al atril, despotrican, y luego bajan y le preguntan al contrincante al que han puesto verde cómo va el hijo con la gripe...".

El insulto ya es una institución amparada por la tele, sobre todo. Ahora enchufas el aparato, buscas determinados diales, y si te has situado ante la pantalla con ganas de bronca la tienes. Marsé cree que "si no hay polémica no hay espectáculo"; Alicia Gómez Montano, la directora de Informe semanal, de Televisión Española, está de acuerdo; ella ve con espanto cómo algunos compañeros (y otros intrusos) prolongan o excitan los insultos, entre ellos mismos o entre sus invitados. Eso invierte las reglas del oficio "tal como nos lo enseñaron; teníamos que ser respetuosos con la ética, nos teníamos que basar en la dialéctica y en la retórica, teníamos que cuidar el lenguaje, había que respetar a todo el mundo, a los anónimos y a los protagonistas... En lugar de eso, asistimos a esos SMS defectuosos de la comunicación, estos mensajes cortos y eficaces que tienen el efecto de paralizar a los insultados".

Los espectadores, incitados por esa cadena de basura (por decirlo como lo define Emilio Lledó), "tienden a repetir lo que oyen. Y ahí tenemos el lío armado".

Marsé cree que algunos moderadores de programas en los que unos y otros pugnan por hablar más alto reciben indicaciones para que el griterío sea mayor. "Muchos hechiceros de la información", añade Montano, "saben que valen lo que insultan o lo que gritan, y saben que tienen el tiempo tasado. Gritan e insultan para hacer ese tiempo más rentable".

Nuria Espert, la actriz, contempla el panorama con "una preocupación creciente. La conversación se ha degradado de una manera alarmante, va camino de una vulgarización fatal... Como si hablar bien fuera de presuntuosos". Ahora ya no valen los límites de la vida privada, tampoco los que impone la privacidad de los políticos, "se han bajado tantos escalones... Los políticos, para ser más cercanos, se han aligerado su equipaje verbal; deben creer que no es rentable hablar bien, y deben ser conscientes, como algunos comunicadores, de que la zafiedad y la pobreza de pensamiento les acerca al electorado. Qué deben pensar que es el electorado".

En La lengua de las mariposas el niño que le grita al maestro arroja por fin una piedra, el insulto máximo. A veces las piedras son menos contundentes que las palabras, incluso que la palabra tilonorrinco si ésta se dice para insultar al otro.



Copyright 2011 SA LA NACION, 14.01.2011 | Todos los derechos reservados.

jueves, 13 de enero de 2011

CUIDADO CON LA WEB... por JOSEFINA CAPRILE de FERNÁNDEZ LLORENTE* para LA NACIÓN



Mientras el remolino de las comunicaciones gira por el mundo, con las redes sociales de la Web se corre el riesgo de que todo fluya demasiado vertiginosa y libremente. Todo. Nuestros datos, direcciones, invitaciones, eventos y amistades... Se puede terminar así con el más íntimo de los patrimonios: la privacidad. Nos encontramos con cibernautas envueltos en innumerables contactos virtuales. Escriben, invitan, anuncian, reenvían, aceptan, muestran, los muestran, se exponen y los exponen. Difunden y delatan. Chatean mucho, dialogan poco. ¿Quiénes son? Son el grupo. Son todos. El fenómeno de las redes sociales va en aumento y sus usuarios son cada vez más jóvenes.

¿Divertido? Bastante. A quién no le divierte ver y verse en Facebook, esa eterna pasarela virtual. ¿Práctico? Por supuesto: no hace falta moverse ni salir de casa (con el consabido riesgo que esto supone) para "conocer" y aceptar cuantos contactos requieran solicitud de amistad. "Tengo 932 amigos -afirma Fer (16 años)-. En realidad, conozco personalmente a menos de la mitad." Patri (17) tiene el récord entre sus compañeros de curso: 1321 "amigos". Y, como no ha puesto pautas de privacidad, va por más.

Sabrina (15) subió 216 fotos de su viaje a las sierras y Felipe (18) mostró 64 imágenes de su partido de fútbol. "Si todos se muestran, no puedo quedarme afuera", declara Luli (15), mientras cuelga las fotos sacadas en el preboliche del sábado. Lo que quizá Luli no tuvo en cuenta es que una vez subida a Internet, su foto es de todos y ya no hay vuelta atrás. Lo advierte un video de YouTube: "En Internet, tu foto ya no es tuya. Pensá antes de subirla".

No sólo los contactos se cuentan de a cientos o miles. También son innumerables las horas frente a las pantallas. "Para mi hijo, despertarse y conectarse es casi la misma cosa. Hasta las tostadas me las pide por MSN", afirma Gaby, madre de Tiago (18). Pero ¿qué necesidad hay de estar permanentemente conectados? ¿Qué necesidad hay de informar que estás comiendo ravioles o cambiando de zapatillas? Sin duda, la irresistible necesidad de estar conectado puede volverse obsesiva. Como siempre, la medida y el criterio serán nuestros óptimos recursos para sacar los mejores frutos de la Web.

Buscando un sano equilibrio, Antonio Grandúa, un padre de familia español, optó por hacerse de una mesita de la cocina y denominarla "estacionamiento nocturno de pantallas". "A cierta hora del día -explica-, todos los miembros de la familia «estacionamos» nuestras pantallas: celulares, iPod, notebooks, etc., sobre este mueble para poder cenar, conversar y descansar sin distracciones. Confieso que no me es fácil apagar el celular, pero entiendo que dando yo primero el ejemplo estoy mostrando a mi esposa e hijos que a la hora de la cena estar con ellos es lo prioritario."

Al más puro estilo "promo", nos estamos acostumbrando a informar, hablar y mostrar todo junto al mismo tiempo. ¿Con qué quiere acompañarlo? Responda ahora mismo. Si no, ya fue. Quizá necesitemos un momento para la respuesta. Para analizar, razonar y reflexionar. Pero da la impresión de que el pensamiento es un proceso que lleva tiempo y la tecnología informática, un invento poco amante de los procesos. El pensamiento pide pausa; la tecnología pide pista. Y nos plegamos deslumbrados a la autopista de la tecnología atendiendo varios focos simultáneos. Tal vez, demasiados: las fotos, el detalle de la cuenta del banco, las compras, la formidable dieta que titila en la pantalla y la participación de casamiento del hijo de la amiga que llegó por mail. Todo de una.

Hace mucho fueron el fuego y la rueda. Luego dicen que fue una máquina de coser la que abrió paso a la revolución industrial. Más tarde, el tren, el teléfono y la televisión lograron lo imprevisible. Hoy es la Web. Los desafíos que afronta este progreso tecnológico son sorprendentemente parecidos a los de las épocas anteriores. La clave está en disfrutar de la Web sin atolondrarnos ni enceguecernos, dejando espacio para las admirables posibilidades del ser humano: la reflexión, el encuentro real con la familia y los amigos, el resguardo de la intimidad, la concentración y la contemplación sin apuro.

Sencillamente, parecido a lo de siempre.

© La Nacion,jueves 13.01.2011.

*La autora es escritora. Su novela más reciente es ¿Quién conoce a claroscuro?

DEL CONVENTILLO A FACEBOOK por DIANA COHEN AGREST PARA LA NACIÓN


EL CONVENTILLO DE LA PALOMA DE ALBERTO VACAREZZA TEATRO CERVANTES 2010


Narra el Génesis que a quienes huían despavoridos de la ciudad de Sodoma, Dios les prohibió volver su cabeza y contemplar la gigantesca pira que consumía en sus llamas a quienes en su vida no lo habían pasado nada mal. Pero la esposa de Lot no resistió la tentación y giró su cabeza. Lo que vio, a ciencia cierta, no lo sabemos. Sí sabemos que, por desobedecer el mandato divino, se dice que ese Dios inmisericorde la convirtió en estatua de sal.

Castigo aterrador que revela la carga transgresora que, desde los inicios de la historia humana, selló el deseo irrefrenable de espiar la vida de los otros.

También sabemos que lo que vio, lo vio "en vivo y en directo", expresión acuñada, tal vez por esas ironías del lenguaje, para aludir a una realidad mediada por la imagen de una pantalla.

Mientras que el filósofo político Guy Debord denunciaba en La sociedad del espectáculo , en 1967, que la imagen sustituyó a la vida social auténtica, en el despuntar del siglo XXI la imagen, voraz, fagocita la realidad.

Entiéndase bien: con la irrupción a escala global de las nuevas tecnologías de comunicación, la imagen ya no es una representación de lo real sino que, más bien, la imagen agota la realidad misma. En el mejor de los casos, la realidad no es sino un apéndice atrofiado.

El desplazamiento de la realidad por la imagen se acompañó de un proceso creciente aunque gradual de exposición pública, satisfaciendo con esa mostración tantas veces obscena aquel deseo primario de hurgar en las vidas ajenas que tan caro debió pagar la mujer de Lot. Exposición pública que, paradójicamente, siguió un itinerario de descorporalización de los vínculos humanos. Si retrocedemos en el tiempo, en el conventillo se mostraban amores y desengaños que hacían de sus habitantes testigos y testimonios de la vida que allí bullía. Esos inquilinatos eran también una suerte de red social, como lo eran el club, el barrio, el café de la esquina, todos ellos asentados en vínculos solidarios que albergaban penurias aliviadas de tanto en tanto por algún que otro gesto heroico. En esos escenarios se era testigo involuntario, cuando no se espiaba aquello que no debía verse, a sabiendas de que se corría el riesgo, más tarde o más temprano, de servir de blanco de la mirada ajena. Porque al igual que en las antiguas batallas donde se ofrendaba la propia vida, en esa fraternidad las pasiones y los enconos se dirimían cuerpo a cuerpo.

Esa reciprocidad latente que doblegaba pero también igualaba con las leyes inapelables del azar tuvo su ocaso con la invención del reality show y del universo tinelliano , simulacros donde se es mirado sin mirar y donde se aspira a una fama cuyo precio es caer en gracia al espectador anónimo, pero dotado del poder omnímodo de premiar o aniquilar. No sólo eso: ya no es necesario espiar la vida de los otros porque son estos mismos otros quienes se ofrecen voluntariamente como piezas de exhibición, aun cuando sea a costa de mostrar lo más abyecto de la condición humana. Como si esa exposición no bastara, nuestra televisión autorreferencial y parasitaria repite esos simulacros hasta el cansancio, en una nueva mediación que aleja al espectador, todavía más, de esa seudorrealidad que fue gestada y parida ya degradada.

Huelga decir que los vínculos fundados en la reciprocidad del conventillo fueron desterrados tanto del reality como de los escenarios tinellianos por la asimetría que exigen sus formatos. Y habrían de sufrir un nuevo giro con las redes sociales, multiplicadas en el ciberespacio, donde se pierde la carnadura de lo real que aquellos shows, pese a su ficcionalidad, no alcanzan a opacar. En los muros de Facebook (por nombrar sólo la red más difundida), el proceso de desmaterialización en la exposición de sí mismo -una marca de la cultura contemporánea- es legitimado cuando el internauta es invitado a confeccionar su propio perfil virtual. A diferencia de la ineludible espontaneidad del conventillo, Facebook permite la construcción de un perfil cuya veracidad no se puede confirmar y con él, la posibilidad de construirse otra identidad. Se exige, a lo sumo, la verosimilitud de esa autoimagen hecha pública, límite que puede hacer del muro de Facebook un arma perversa. Porque si es tan cierto que se es libre de soñar lo que nos plazca como que todos querríamos ser a veces quien no podremos llegar a ser nunca, la virtualidad ofrece la oportunidad de exhibir no sólo una imagen de sí idealizada, sino una vida inventada, una ilusión a conciencia fraguada. Lo que no estaría nada mal si las reglas del juego fueran transparentes, como quien lee una novela a sabiendas de que no es sino una ficción. Pero cuando no es posible distinguir entre lo que es y lo que parece ser, cuando un "amigo" puede ser un impostor, nos deslizamos hacia otra dimensión.

En el mejor de los casos, como se trata de tener un millón de amigos, cuanto más atractivo parezca ese yo virtual, cuanto más adorne u oculte su insignificancia de carne y hueso, más sencillo será ganarse ese millón que destrona a las relaciones sociales genuinas. Y cuando no media impostura alguna, el perfil del usuario suele ser la consumación de un ejercicio narcisista a compartir en un intercambio que tiene mucho de curiosidad, algo de información y nada de esa verdad insustituible que marca la presencia real del cuerpo del otro. Ese espacio virtual de Facebook, sin embargo, todavía se construye con ladrillos propios de la realidad, como lo son las fotografías que se cuelgan del muro. Pero dado que toda tecnología es rápidamente opacada por lo novedoso, en ese proceso de desmaterialización progresiva ya irrumpieron los ciento cuarenta caracteres de Twitter.

Esta aplicación reciente permite a sus usuarios estar en contacto en tiempo real con personas de su interés a través de mensajes de texto por medio de una simple pregunta: "¿Qué estás haciendo?". Pese a que su autoría es tan imposible de verificar como lo es el sexo de los ángeles, seguir a una celebrity alienta la ilusión de que uno comparte su intimidad, que es uno de los suyos, hermanados por esa lacónica cotidianidad. Puesto que ni siquiera requiere "amigos" (eufemismo que le presta cierta pátina de dignidad a ese negocio millonario que resultó ser Facebook), el microblogging vuelve realidad el sueño de "seguir" a Maradona o a Ricky Martin o al ganador de un Nobel: el seguidor se jacta de saber qué almuerza Maradona, qué film ve Ricky Martin o qué perfume usa quien obtuvo el Nobel, como si esos datos presuntamente fieles nos revelaran los gustos de un chef o de un crítico de cine o de un fashionista . Al tener (o creer tener) acceso a esos gestos minúsculos e intrascendentes que hacen a la vida de todos los días, se vive en la ilusión de que se comparte la intimidad de quienes, sin la bendición de una tecnología de alcance global, jamás estarían al alcance de tantos ilustres desconocidos. Inmersos en la cultura del "úselo y tírelo", en ese peregrinar cibernético se erigen, día tras día, nuevos ídolos de pies de barro a través de breves mensajes que obturan el tiempo muerto y, por su instantaneidad, liberan de todo ánimo reflexivo.

Lejos de añorar un mundo sin pantallas, se trata de reflexionar en torno al uso que se hace de las tecnologías de la información -que, en sí mismas, no son ni buenas ni malas-. Twitter fue una bendición en Irán tras los resultados de unas elecciones sospechosas de fraudulentas que le dieron la victoria a Ahmadinejad, a través del cual se logró transmitir el descontento de los ciudadanos por los resultados eleccionarios. El gobierno fundamentalista contraatacó reduciendo el ancho de banda con el fin de impedir la difusión de las protestas, en una batalla cibernética en donde se jugaban el derecho de expresión y el libre acceso a la información. Pero no siempre la tecnología es orientada hacia objetivos tan excelsos: en la vida política nacional, su empleo parece acotarse a los consabidos alardes pugilísticos en una especie de cuadrilátero virtual, donde los breves mensajes, por su contundencia, pretenden dejar en knock out al circunstancial contendiente, obturando todo debate argumentativo en torno a ideas. Es cierto que, semejante a una epidemia, la tinellización ha contagiado a la política. Aunque lo ominoso parece desconocer cualquier límite: la misma tecnología pudo servir a fines siniestros al ser usada para propagar una "broma" brutal en el Día de los Inocentes cuando en un micromensaje se anunciaba mendazmente la recuperación de Gustavo Cerati de su coma profundo.

El ciberespacio -a través de la creciente gama de dispositivos diseñados para ese fin- invita a un tiempo sin discontinuidades, en el que vivimos hiperconectados y donde nuestro cuerpo ha pasado a ser una terminal orgánica de la gigantesca maquinaria de la Red: cada gesto del usuario -subir un video, una foto, un texto- asegura que lo que piensa, vive y hace será compartido por otros usuarios, visibilizando su intimidad y perdiendo el anonimato. De forma inercial, se adopta cada nueva tecnología, a menudo sin atender a los riesgos potenciales que entraña una vida privada hecha pública: desde empleados despedidos por pedir licencia por presuntas enfermedades desmentidas prontamente por videos vacacionales subidos a la Red hasta niños y jóvenes capturados por las redes de pederastas que operan en la aldea global. Por añadidura, las redes sociales propician un universo digital que exonera del compromiso sellado con la presencia del otro, albergando bajo sí desde los acosos privados devenidos públicos hasta las denuncias infundadas, desde la difusión de la intimidad hasta la banalización del dolor. En la infinitud del ciberespacio nos entregamos dócilmente a esa cultura del espectáculo tan efímera como intangible que se despliega en la asepsia virtual, sin darnos cuenta de que esos simulacros canibalizan lo real y, en ese gesto, nos canibalizan a nosotros.

© La Nacion, jueves 13 de enero de 2011 | Publicado en edición impresa.

"MARÍA ELENA WALSH, PRENDA DE UNIÓN DE LOS ARGENTINOS


MARÍA ELENA WALSH
EDITORIAL DEL DIARIO LA NACIÓN
Jueves 13 de enero de 2011

La escritora será recordada no sólo por su obra literaria, sino también como ejemplo de conducta democrática
La muerte de María Elena Walsh ha repercutido como es lógico con una enorme fuerza en los argentinos. Muchos de ellos lo expresaron claramente, acercándose a darle el último adiós o enviando mensajes llenos de afecto a través de algún medio de comunicación. Con ella se van dulces e innumerables recuerdos de infancia compartidos, de padres a hijos y entre distintas generaciones, porque sus canciones, sus poemas y sus libros para chicos han atravesado por muchos años con felicidad y alegría la vida de todo un pueblo. Es más, han constituido también un regalo muy poco habitual: tener para siempre un tesoro cultural único, una literatura infantil propia, algo que a otros pueblos y a otras civilizaciones les ha tomado a veces siglos elaborar.

Sin embargo, la ciudadana María Elena Walsh ha sido importante también por otras razones, igualmente o aún más poderosas. No es fácil -no lo será tampoco en el futuro inmediato, probablemente- encontrar un nombre que, como el de ella, sea prenda de unión entre nosotros los argentinos, siempre divididos por las pasiones, sean del origen que sean, políticas, intelectuales o futbolísticas.

En las horas que siguieron a su fallecimiento y en el mismo lugar del velatorio, se vio compartir dolor y afecto a personalidades de la cultura y de la política argentinas de muy distintos, sino enfrentados, signos políticos, junto a otros ciudadanos que concurrían obedeciendo a un mandato profundo, para agradecer el haberse sentido interpretados y reflejados en las canciones y los poemas de María Elena.

Efectivamente, al conjuro de su nombre, y por el respeto que su pensamiento y su libertad para expresarlo imponían, muchos aceptaron escucharla o leerla, pensar en lo que decía una y otra vez sobre el respeto a las instituciones republicanas, a la democracia, al derecho a disentir de buena manera, incluso con su humor tan característico.

Porque María Elena Walsh tenía, y todos se lo reconocieron, el derecho de decir lo que pensaba. Había sustentado eso en momentos en que muchos callaron. Su texto sobre el País-Jardín-de-Infantes de 1979 aún hoy conserva actualidad, lo mismo que la nota que escribió en este diario sobre la carpa docente. Y porque conocía como nadie a sus compatriotas, sabía de nuestra endémica inmadurez para convivir los unos con los otros y respetarnos, y, por ello, solía alertar con ironía y muchas veces con honestidad brutal sobre los excesos y los prejuicios a los que la sociedad argentina es tan propensa.

El resto de su obra literaria -sus libros de poemas para adultos, los que reúnen sus textos periodísticos y las dos novelas que escribió sobre sus recuerdos personales- está esperando ser estudiada como corresponde para ocupar su lugar entre las de los grandes escritores argentinos. No hay apuro, se hará sin duda.

Lo que importa ahora no es sólo recordarla con la admiración y el cariño merecidos, sino también tomarla como ejemplo de conducta democrática. Lamentablemente son muy pocos los ejemplos que hoy tenemos los argentinos entre nuestras figuras públicas, y mucho menos una como ésta, que logró ponernos de acuerdo y enseñarnos con la sabiduría de una maestra inigualable. Por eso, en estos tiempos de divisiones y enfrentamientos entre argentinos, la muerte de María Elena Walsh debería hacernos reflexionar también sobre el valor de la unidad nacional.

Copyright 2011 SA LA NACION | Todos los derechos reservados.

lunes, 10 de enero de 2011

LA POESÍA ETERNA DE MARÍA ELENA WALSH por Alejandro A. Domínguez Benavides


María Elena Walsh

Los poetas tienen una ventaja enorme frente a sus contemporáneos, saben elevarse y compartir el misterio que Dios secretamente les confió: el don del profeta; encontrar belleza donde otros sólo ven basura o descubrir la sencillez de la palabra alejada de la palabrería.
María Elena Walsh tuvo el privilegio de ser poeta y supo conquistar un terreno dificil del universo: donde habita la imaginación dormida de los niños. Como poeta que era aprendió ese lenguaje, les habló de igual a igual y sus palabras fueron más musicales todavía y se convirtieron en "Canciones para mirar"; la imagen fue su recurso. Cerremos los ojos y recorramos su poesía y de pronto nos encontraremos en medio de secuencias cinematográficas frescas como ese cuento que contaban las abuelas, las madres, las tías en las épocas donde el amor conservaba la solidez del dulce de leche y no la licuada bebida sin calorías, artificial, que inunda nuestro tiempo.
Si bien Walsh recibió el don de poetizar el mundo, no se quedó cruzada de brazos fue una trabajadora incansable. Sus estudios musicales sobre todo en los años cincuenta junto a una autoridad del riguroso folklore como Leda Valladares se observan en -la baguala, la chacarera- de muchas de sus composiciones, así como en los ritmos de otras latitudes del mundo como el jazz, el twist y la balada con que acompañaba las historias que quedarán flotando en la memoria y seguiran su decuso más allá de algo tan banal, tan circunstancial, tan cotidiano como la muerte.

La enfermedad no le impidió subir a los escenarios la sobrellevó en silencio con dignidad. Que lejos estuvo de la sociedad del espectáculo que ofrenda la intimidad en aras de una supuesta autenticidad. Tampoco le impidió enfrentarse a los poderosos de turno y escribir artículos punzantes en la década del 70, del 80 y del 2000 también. No se si la persiguieron, la amenazaron, lo que sí se, es que no huyó. Se quedó en el país y su pluma libertaria no cesó de criticar lo que consideraba reñido con sus ideas y principios. María Elena Walsh atravesó el último misterio. Que se encuentre con el Gran Poeta, en la eternidad, es nuestra plegaria.

domingo, 9 de enero de 2011

PATOLOGÍAS LIBRESCAS por SERGIO C. FANJUL


Biblioteca de Javier Marías



Hay gente que se vuelve chiflada con los libros. Algunos sufren de bibliofilia, el amor desaforado por los libros. Los coleccionan, los almacenan en inmensas bibliotecas, persiguen de forma enfermiza incunables, ejemplares raros o primeras ediciones durante años en librerías de viejo escondidas por toda la faz del planeta

Hay gente que se vuelve chiflada con los libros. Algunos sufren de bibliofilia, el amor desaforado por los libros. Los coleccionan, los almacenan en inmensas bibliotecas, persiguen de forma enfermiza incunables, ejemplares raros o primeras ediciones durante años en librerías de viejo escondidas por toda la faz del planeta. A la inversa, otros sufren de bibliofobia, no los pueden ver delante, hasta el extremo de caer en la biblioclastia, o destrucción de libros (en hogueras, por ejemplo, perpetrada por nazis e inquisidores). Hay muchos que caen irremisiblemente en la bibliocleptomanía, el robo de libros, tanto en librerías, grandes superficies o casas de amigos... ¿Cuántos libros prestados de buena fe no llegan a ser devueltos? Los más raros llegan hasta, literalmente, comérselos: son los terribles bibliófagos. Cuídense de ellos. De todas estas patologías librescas trata Enfermos del libro. Breviario personal de bibliopatías propias y ajenas (Universidad de Sevilla), del diplomático, y bibliófilo a la sazón, Miguel Albero. Por lo detallado y exhaustivo de su tratamiento, bien podría usarse como libro de texto para una hipotética asignatura universitaria sobre bibliopatías (si no existe, desde aquí recomendamos su creación). Albero hace un recorrido por todas estas aproximaciones perversas al libro con estilo depurado, una dosis elevada de humor, ironía y muchas y ricas anécdotas. Como complemento ideal a esta especie de tratado, podría recomendarse Bibliofrenia (Melusina), de Joaquín Rodríguez, una galería que ahonda en la biografía de 25 de estos curiosos especímenes. Ejemplos: el historiador prusiano Theodor Mommsen, que escribió 1.500 obras y murió cuando, utilizando una vela para leer un libro encaramado a una escalera de su extensa biblioteca, su cabellera prendió en llamas. O Richard Heber, que recopiló una biblioteca tan fabulosa (tenía tres copias de cada libro) que necesitó ocho casas para albergarla. O Aaron Lansky, que recorrió el mundo de punta a punta hasta reunir una colección de más de 11.000 libros escritos en yídish, lo que es hoy el National Yiddish Book Center estadounidense. Alrededor del bibliómano, los libros se reproducen silenciosamente y, como musgo, van colonizando lo que tienen alrededor, las mesas, las estanterías, el suelo, los armarios, restando espacio al resto de la vida cotidiana. En Tocar los libros (Fórcola), que nació como una conferencia, el periodista Jesús Marchamalo empieza tratando de averiguar cuántos volúmenes forman su biblioteca y acaba firmando una obra personal y sencilla, cargada de humor y de sincero amor por los libros y la literatura. Siguiendo el hilo, Jacques Bonnet continúa dándole vueltas a las bibliotecas en el ensayo Bibliotecas llenas de fantasmas (Anagrama). En este caso, los fantasmas no son terroríficos espectros venidos del más allá, sino los huecos que quedan en una estantería cuando falta un volumen. Además de por los libros desaparecidos, Bonnet también se pregunta de dónde vienen esos libros que aparecen en sus anaqueles, qué casualidades, encuentros y vicisitudes les ha llevado a su poder. Y ahora llegan los libros electrónicos y todo cambiará o no, pero antes de ellos la lectura ya había cambiado mucho a lo largo de su larga historia. Es lo que cuenta Román Gubern, catedrático emérito de Comunicación Audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona, en Metamorfosis de la lectura (Anagrama). Gubern hace un recorrido panorámico y cristalino que empieza muy por el principio: "En el principio era el Verbo", comienza el libro de los libros, el best seller eterno: la Biblia, hasta llegar a la actual escritura en las pantallas de los dispositivos electrónicos. ¿Qué opina Gubern del tema del momento? Pues que el libro tradicional y electrónico convivirán. Eso sí, aquellos que se han criado y crecido en la cultura del libro impreso mantienen una fuerte dependencia emocional con él; a juicio del autor, este reúne unas condiciones que no tiene el electrónico: capacidad de ser fetiche, objeto de diseño gráfico, valor sentimental, comodidad para ojear y hojear... y hasta se puede leer en una bañera o en una piscina. Sobre este particular trata en gran parte Nadie acabará con los libros (Lumen), una recopilación de charlas entre Umberto Eco y Jean-Claude Carrière, dos bibliófilos preocupados por el futuro del libro, la llegada del soporte digital, la conservación de la memoria almacenada... aunque menos por los contenidos. Porque, como dice Eco en la cita que resume este título, "el libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor".

BABELIA 08/01/2011


© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

LA INTIMIDAD AL DESNUDO POR TERESA BATALLANEZ*


HIPATIA ANTE EL MARTIRIO de Charles William Mitchell Su único trabajo famoso, mostrado en 1885, y probablemente inspirado por la novela de Charles Kingsley, "Hypatia or New Foes with an Old Face". Esta obra se encuentra en el Laing Art Gallery, Newcastle, Inglaterra.



Sobrevuela en estos tiempos un discurso reiterado y extendido entre jóvenes y adultos en el que impera un afán notable por alcanzar lo que parecerían ser los ideales máximos de una moralidad de moda: transparencia y autenticidad. En palabras de sus usuarios, "mostrarte tal cual sos", "hacer lo que sentís" y "no tener nada que esconder".

Aunque en apariencia suenen como frases vinculadas al valor de la honestidad y suene también loable la defensa de la transparencia y de la autenticidad, la realidad muestra, repetidas veces, una distorsión de esos valores. Hoy son muchos los que consideran la transparencia como un valor a aplicar sobre la persona misma y no sólo referido a sus actos, a su proceder. Entienden que lo moral es ser hombres y mujeres que se muestran a sí mismos transparentes, enteramente como son, y para ello nada más práctico que exponerlo todo, contarlo todo, y así evitar el círculo sospechoso de los que tienen algo que guardar.

La misma teoría designa como auténticos a aquellos capaces de mostrar al desnudo sus actos y sus pensamientos, sin barreras ni filtros. La intimidad se mira como un valor retrógrado, represivo, puritano, típico de conventos o monasterios de los que ya quedan muy pocos. De ahí el auge, a veces desmedido, de los reality shows, donde la vida transcurre en vivo y a la vista de audiencias multitudinarias; de facebooks y sitios similares donde cada uno muestra sus fotos, sus preferencias, sus conversaciones, sus amigos, su humor, sus datos de contacto; de blogs que lo cuentan todo. No hay filtros, o siquiera los menos posibles, para no traicionar el ideal de total transparencia. Figuras públicas de todo tipo ventilan sin tapujos todo lo que se les da la gana decir siempre, claro, en nombre de la autenticidad. Hay sitios de Internet que se dedican a revelar conversaciones o mensajes privados, en defensa, por supuesto, de la transparencia. No importan las consecuencias, hay que jugarse, hay que mostrarlo todo. En pos de la autenticidad que sólo garantizan los sentimientos íntimos, se expresa sin filtro un caudal emocional que justifica cualquier ofensa, cualquier desconsideración, simplemente porque es lo que brota del corazón. Los sentimientos mandan esta moralidad de las "buenas personas", un grupo sin religión ni ideología que incluye sin distinción a todos los que aspiran como máxima a ser "buena persona".

Desde ya, no todos los que usan Facebook o escriben blogs comparten esta filosofía proclive a desnudar la intimidad. Pero la tendencia es notable y más fácilmente visible en esos sitios y esas formas. Y así como se desparraman los virus en las computadoras, hay pensamientos volcados en frases comunes que se van desparramando de unas bocas a otras sin que muchas se detengan a pensar en su significado. Están de moda, son muletillas que queda bien intercalar, que otorgan estatura moral a cualquier conversación: "Lo importante es mostrarte tal cual sos y hacer lo que sentís". Apenas un reflejo de la era de la transparencia total que, con la llegada de Internet, como decía un periodista del Corriere Della Sera hace poco, "ha difundido la cultura de la casa de cristal".

Para ser personas de bien conviene prestar mayor atención a lo que se es que a lo que se muestra. Es importante ser honestos, no mentir, ser coherentes. Y para ello no hace falta darse un baño de transparencia que exponga toda la intimidad a la luz. Saber guardar y preservar una parte de los pensamientos y de las acciones es una delicadeza necesaria para el buen trato con los demás o para la consolidación del ser individual. También se es grande por lo que se sabe callar, por lo que se sabe mantener en reserva, por cuanto se sabe alimentar y hacer crecer ese núcleo íntimo desde donde se define cualquier moralidad. Tener algo que guardar no es sinónimo de robo ni de estafa; cuando se refiere a mantener en la intimidad, es una sabiduría que muestra la capacidad de desafiar el instinto que manda a desahogarse sin reparos. La transparencia es valiosa si se ejerce en la forma de hacer las cosas de tal modo que éstas expresen la honestidad de la persona. Por su parte, la autenticidad no es gran cosa si significa liberar sentimientos o acciones sin que importen los efectos. Un auténtico valioso es aquel que piensa por sí mismo, que mide las derivaciones y que actúa en consecuencia. Cada cual tiene derecho a tener la moral que se le da la gana. La moralidad revela la intimidad de quien la ejerce, por lo que nada más digno que saberse autor de las propias decisiones y no mero repetidor de virus, muletillas y discursos extendidos.

revista@lanacion.com.ar


* Publicado en La NACIÓN REVISTA el 9 de enero de 2011. La autora es periodista de la Redacción de LA NACION