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viernes, 13 de agosto de 2010

El malogrado, de Thomas Bernhard



El malogrado, de Thomas Bernhard
Tïtulo: El malogrado (1983)
Autor: Thomas Bernhard
Editorial: Alfaguara
Páginas: 168 p.
ISBN: 9788420470009


Una profunda reflexión sobre el genio y los que viven a su sombra, sobre el ser humano y sus limitaciones.


Hay libros que nos hacen pasar un buen rato, textos entretenidos y amables para leer tranquilamente, en la playa, y al finalizar, cerrarlos con una sonrisa en los labios y permanecer un rato en silencio, con el libro aún en las manos, saboreando el recuerdo de las páginas leídas. Sin duda, éste no es uno de ellos.

Sin embargo, cuando empecé a escribir reseñas, no hace demasiado tiempo, una de las pocas cosas que tenía clara era que, además de los libros que fuese leyendo, había unos pocos, cuatro o cinco como mucho, entre los que se encuentra “El malogrado”, que tenía que releer y comentar aquí. Lo difícil va a ser explicar el porqué de este empeño, ya que es probable que, a estas alturas, los pocos que hayan llegado hasta aquí ya hayan decidido que jamás se acercarán a un libro de Bernhard.

Bernhard es un autor difícil, muy exigente con el lector; sus obras requieren una disposición de ánimo especial y una gran atención. También se suele decir que es un autor de culto, un escritor para escritores, aunque no tengo nada claro si eso significa algo. Es distinto, denso, adictivo, profundo, no hace concesiones ni se detiene en términos medios. Es, si me permiten el tópico, literatura en estado puro.

Es probable que Bernhard fuese alérgico a lo superfluo. Su prosa está completamente desprovista de adornos; sólo lo esencial encuentra sitio en sus páginas. Eso no implica que su estilo sea sencillo. Apenas emplea puntos y aparte (de los cuatro párrafos que tiene el libro, los tres primeros están en la página inicial; el cuatro abarca el resto del texto). Sus frases interminables, laberínticas, llenas de oraciones subordinadas, machacan continuamente una misma idea; un paso hacia adelante, uno hacia atrás. Se repiten casi idénticas, cambiando tan sólo unas pocas palabras, una y otra vez. La reiteración de palabras y expresiones hasta la saturación pueden llegar a exasperar al lector, pero imprimen un ritmo hipnótico al texto, una densidad y un vigor difíciles de imaginar. La prosa de Bernhard es música; una música extraña, reiterativa, obsesiva, contagiosa, pero música.

“Pero la gente no comprendió lo que quería decir, lo mismo que siempre que digo algo no comprende, porque lo que digo no quiere decir que haya dicho lo que he dicho, decía, pensé. Digo una cosa, decía, pensé, y digo algo totalmente distinto, por eso he tenido que pasarme toda la vida con malentendidos, nada más que malentendidos, decía, pensé. Para decirlo más exactamente, nacemos sólo en medio de malentendidos y, mientras existimos, no salimos ya de esos malentendidos, ya podemos esforzarnos lo que queramos, no sirve de nada. Esta observación, sin embargo, la hace todo el mundo, decía, pensé, porque todo el mundo dice algo ininterrumpidamente y es malentendido, en ese único punto se entienden sin embargo todos, decía, pensé. Un malentendido nos pone en el mundo de los malentendidos, que debemos soportar como compuesto sólo de puros malentendidos y que volvemos a dejar con un solo y gran malentendido, porque la muerte es el mayor de los malentendidos, según él, pensé.”

Donde no encontraremos complicación es en la trama, ya que en realidad no es más que una excusa para encajar una digresión tras otra. El narrador viaja a una aldea suiza para acudir al entierro de su amigo Wertheimer, que se ha suicidado. Ambos estudiaron piano en el Mozarteum, en Salzburgo, junto a Glen Gould (un Glen Gould de ficción, aunque casi idéntico al real). Pese a ser pianistas notables ambos, la comparación con el genio de Gould arruina sus carreras: el día en que lo escuchan interpretar las Variaciones Goldberg mueren sus aspiraciones y, desde entonces, cada uno de una manera diferente, viven a la sombra del virtuosismo de Gould. ¿Qué sentido tiene continuar después de contemplar esto?

¿Y Gould? El virtuoso, el intérprete que maravilla al mundo, no corre mejor suerte: obsesionado con la idea de ser un mero vehículo entre Bach y el piano, su don le tortura tanto como a sus dos compañeros de estudios.

“Glenn, durante toda su vida, quiso ser el Steinway mismo, odiaba la idea de estar entre Bach y Steinway sólo como mediador musical, y de ser triturado un día entre Bach y Steinway, un día, según él, quedaré triturado entre Bach, por un lado, y Steinway, por otro, decía, pensé. Toda mi vida he tenido miedo de quedar triturado entre Bach y Steinway, y me cuesta el mayor esfuerzo sustraerme a ese temor, decía. Lo ideal sería que yo fuera el Steinway, que no necesitara a Glenn Gould, decía, que pudiera, al ser el Steinway, hacer a Glenn Gould totalmente superfluo. Pero todavía no ha conseguido ningún pianista hacerse a sí mismo superfluo, siendo Steinway, según Glenn. Despertar un día y ser Steinway y Glenn en uno, decía, pensé, Glenn Steinway, Steinway Glenn, sólo para Bach.”


El texto es, en realidad, un prolongado monólogo jalonado de disgresiones, una reflexión espontánea y desordenada acerca de la creación artística y su inutilidad, las limitaciones del ser humano, la frustración, el fracaso y, en última instancia, la locura y la muerte. Sin ninguna estructura que guíe al lector, continuamente se abren paso distintas voces (Wertheimer, Gould), que se superponen a la del narrador, intercalándose entre sus propias reflexiones. A pesar de todo ello, “El malogrado” es una de las obras más accesibles del autor, quizá por ser una de las últimas.

Aunque Bernhard utiliza la repetición de expresiones de un modo rítmico en todas sus obras, en “El malogrado” este recurso cobra una dimensión especial; en cierto sentido está haciendo con la escritura lo mismo que hizo Bach con la música en las Variaciones Goldberg: toma un tema sencillo y lo repite una y otra vez cambiando algo en cada ocasión.

Bernhard fue un crítico implacable de la sociedad en la que le tocó vivir. Vehemente en todas sus opiniones, no podía soportar la estupidez, la ignorancia, la maldad que percibía a su alrededor, en todas partes. Todo eso se filtra en sus libros, en sus personajes. No hay nada de admirable en ellos, y tampoco se puede decir que sean unos perdedores; sencillamente se trata de seres tan limitados por sus miedos y sus obsesiones que su única alternativa es el desastre.

Pero no se llamen a engaño, Bernhard no es un escritor deprimente. Por el contrario, tiene un gran sentido del humor que muchos, que se toman su obra con demasiada literalidad, no han sabido ver. En palabras de Javier Marías, “lo que hay en él sobre todo es la desolación de la farsa, o si se prefiere, la farsa de la desolación.”

No, desde luego no es un libro para pasar un rato distraído. Es para esos días en que nos apetece esforzarnos para obtener algo a cambio; para abrir puertas que solemos mantener cerradas. Es un libro que nos obligará a plantearnos muchas preguntas, cuestiones que quizá no podamos contestar, pero que es sano hacerse a uno mismo de vez en cuando. Como ya dije, es difícil transmitir lo que representa leer a Bernhard, y tengo la sensación de que, después de leer esta reseña, muchos ni siquiera lo intentarán. Para aquellos que, a pesar de mi falta de pericia, decidan hacerlo, este es un buen libro para comenzar.

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