Sus
restos son velados hoy domingo en Casa Zucotti, Av Córdoba 5080, a partir de
las 19 y el lunes, trasladados al Parque Privado Jardín del Sol
en Pilar. Nuestras condolencias a sus parientes, amigos y compañeros de
trabajo.
ACADEMICUS
UN PUENTE ENTRE EL MUNDO ACADÉMICO Y UNIVERSITARIO Y LA SOCIEDAD.
domingo, 1 de diciembre de 2013
ALEJANDRO URDAPILLETA 1954-2013.
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RECOLETA.CIUDAD DE BUENOS AIRES. ARGENTINA
Reprogramación de la primera función de "Un Ballo in Maschera" de Verdi por La Fura dels Baus
El Teatro Colón ha reprogramado, por razones de fuerza mayor,
la función de Un Ballo in Maschera de hoy domingo 1º de diciembre, a las 17:00,
correspondiente al Abono Vespertino. Eventualmente se hará el
próximo domingo 8 de diciembre, en su horario habitual.
lunes, 21 de octubre de 2013
domingo, 20 de octubre de 2013
FIN DE JORNADA por Alejandro A. Domínguez Benavides
"Los mayores debemos pedirles disculpas a los chicos por no haberles enseñado a divertirse".
Con estas palabras, el entonces Arzobispo de Buenos Aires Cardenal Jorge Mario Bergoglio concluía su reflexión el 27 de octubre de 2007. Recuerdo que era en un día de sol radiante, unos mil padres y madres de colegios parroquiales, congregacionales, laicos y estatales de la ciudad de Buenos Aires seguramente dejaron sus actividades deportivas o recreativas para reunirse en el salón de actos del Colegio La Salle. El encuentro lo había organizado la Vicaría Episcopal de Educación. Tengo la grabación de estas palabras, pero no sé dónde, ya aparecerá el casete, gracias a mis “libretitas” de apuntes que siempre me acompañan tengo párrafos textuales del padre Jorge y de otras personas que releo de tanto en tanto y hoy ante el asombro de lo cotidiano vinieron a mi memoria estas palabras.
Me gusta ir a la panadería a la mañana los domingos generalmente la soledad de las calles alejadas del ajetreo diario me ilusionan de que vivo en otra ciudad pero claro hoy era un día de “fiesta”. No sé por qué a mis vecinos se les ocurre comprar masas el día de la madre pero bueno, paciencia, fue mi natural razonamiento cuando llegué tenía doce potenciales compradores de dulces.
Hoy es un día de “fiesta”. El local estaba envuelto en un clima de histeria más cerca de la Bolsa de Wall Street que de la bolsa de pan. Es domingo. Todos apurados, molestos, impacientes muchas supuestas madres homenajeadas con caras de suegras miraban el reloj, celular última generación en mano, azuzaban a las pobres vendedoras que a las diez de la mañana tenían una cara de cansancio como si hubiesen sido las once de la noche después de un largo velorio.
Yo observaba y vinieron a mi memoria esas palabras que nos dijo aquella lejana e inolvidable tarde de octubre el padre Jorge, hoy Papa Francisco. "La fiesta reúne, la diversión disgrega; cuantas veces en la diversión no estoy ni conmigo mismo; en la fiesta soy yo, en la diversión me fabrico un yo; la
fiesta celebra la vida, la diversión es la huida de la vida".
Contemplaba con pena a toda esa gente que me rodeaba. Cuando fui a pagar la cajera me dijo como me molesta la gente que no sabe esperar. A mí también le conteste.
Y las ideas me dieron vuelta todo el día hasta ahora; la fiesta reúne, en la fiesta soy yo, se celebra la vida. Cuando faltan estos tres elementos se acabó la fiesta. Muchos de esos vecinos a lo mejor se “divirtieron” ¿pero festejaron?
La fiesta no es meramente un día en el que no se trabaja,-afirma Joseph Pieper en Una teoría de la fiesta- sino que en la fiesta se accede a algo diverso de lo cotidiano. Y es en los actos religiosos donde lo encontramos, porque es allí, ante la majestad de Dios donde se percibe lo nuevo, lo distinto.
Recuerda el autor que Santo Tomás de Aquino califica de injusta la burla que hace Séneca del sábado judío, “tan lleno de futilidades”, ya que tal tiempo no se pierde, “cuando se realiza el sábado aquello para lo que está instituido: la contemplación de las cosas divinas”. No es la fiesta sólo un día sin trabajo, una pausa neutral, es una pérdida de ganancia útil. En un mundo configurado al servicio de lo útil, no puede haber espacio de tiempo no útil, “como tampoco puede darse un trozo de terreno sin aprovechamiento”. Aquí está uno de los aspectos fundamentales de la fiesta: la fiesta es esencialmente una manifestación de la riqueza, no precisamente de dinero, sino de riqueza existencial.
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Mezclado, no agitado por Arturo Pérez Reverté en Revista LA NACIÓN.
En octubre de 1964, cuando yo estaba a punto de cumplir trece años, un hermano marista al que apodábamos Dumbo me sorprendió en un pasillo leyendo Goldfinger. El delito era doble: no estaba dentro del aula, y esa novela era para adultos. Eso dio lugar a que mi padre fuera convocado para notificarle que el libro quedaba confiscado y que yo había cometido una doble falta: ausentarme de clase y leer novelas inadecuadas. Pero mi padre estuvo a la altura de las circunstancias. Con mucha calma le dijo a Dumbo que yo asumiría el castigo que el reglamento del colegio estableciese; pero que dos cosas debían quedar claras. Una, que la novela era suya y se la llevaba. Otra, que era él quien decidía sobre lo adecuado en las lecturas de su hijo; y que yo también leyera novelas de James Bond le parecía adecuadísimo, pues eran muy entretenidas, estaban bien escritas y estimulaban la imaginación. Así que, en cuanto regresáramos a casa y yo hiciera los deberes, me devolvería el libro para que acabase de leerlo. Y así fue como ocurrió.
Tengo ese mismo ejemplar a la vista mientras tecleo estas líneas. Esa primera edición de Goldfinger y otra de Operación Trueno del año 66 son las dos únicas novelas de la serie escrita por Ian Fleming que, procedentes de la biblioteca de mi padre, conservo todavía. Las otras murieron por el camino, deshechas de ser leídas y releídas, prestadas a amigos que nunca las devolvieron u olvidadas en cualquier sitio, como suele ocurrir con esa clase de libros en formato de bolsillo, editados en un papel que amarillea y resiste mal el paso del tiempo. Hace unos años, deseando tenerlas de nuevo, compré las catorce novelas de la serie, en edición moderna, y releí algunos títulos disfrutándolos mucho; confirmando por qué a mi padre, que sobre todo era lector de literatura e historia navales, le gustaban las novelas de Ian Fleming tanto como las de otro autor policíaco y de espionaje que también conocí a través de él: Eric Ambler, el autor de La máscara de Dimitrios -extraordinaria película, por cierto- cuyas novelas también procuro recuperar en librerías de viejo y reediciones modernas -con Agatha Christie y otros autores de novela negra ya lo conseguí hace tiempo-, en un intento por reconstruir en lo posible esa parte amena y pintoresca, más caduca, ligera y de difícil conservación, de la biblioteca paterna.
Hoy les cuento eso porque este año se cumplen sesenta desde que Ian Fleming escribió su primera novela sobre James Bond, y no quiero que pase la fecha sin dedicarle un guiño de homenaje. En mi temprana juventud lectora pasé estupendos ratos leyendo sus novelas -incluso antes de tener edad para ver en el cine las películas rodadas sobre éstas-, y malvados como Auric Goldfinger, Emilio Largo o Le Chiffre ocuparon mi imaginación con la misma intensidad que Rupert de Hentzau, Rochefort o Javert; nunca hubo una secretaria eficaz que no me recordase a miss Moneypenny, ni bebí un martini -mezclado, no agitado es una incorrecta traducción de shaken, not stirred- sin recordar al agente 007. Por supuesto, he visto las veintidós películas hechas sobre el personaje, incluidas las mediocres interpretaciones de George Lazenby, Timothy Dalton y Pierce Brosnan, la guasona y divertida encarnación de Roger Moore, y la contundente, casi perfecta, asunción del personaje por el pétreo Daniel Craig. Sin embargo, cada cual es hijo de su tiempo, sus lecturas y su cine. O su tele. Así que comprendan ustedes que, en mi imaginación, James Bond tenga los rasgos indelebles de Sean Connery, del mismo modo que las palabras chica Bond irán siempre unidas, en mi memoria pavloviana, a la espléndida y húmeda imagen de Ursula Andress saliendo del mar con bikini blanco y cuchillo al cinto en 007 contra el doctor No.
Y oigan. Me importa un pimiento frito que estudios de perspectiva diversa, incluido feminismo radical, etiqueten a James Bond como sexista, esnob, asesino, sádico y vulgar. La literatura, buena, mediocre o mala, profunda, de entretenimiento, o la que combina sin complejos todos los niveles posibles, no tiene obligación moral alguna: cuenta mundos, narra miradas, registra recorridos en los diferentes estratos y situaciones que la vida, y los libros que la exploran, despliegan ante los ojos del lector. Y estoy convencido de que, en ese territorio sin reglas ni cánones absolutos, tan útil o interesante puede ser una conversación entre Hans Castorp y Settembrini en La Montaña mágica como los silencios del capitán MacWhirr en Tifón, la muerte de Porthos en el Bragelonne o la tortura de que es objeto Bond, desnudo y atado a una silla, en Casino Royale. Por eso saludo a ese sexagenario 007 como lo que soy: un viejo lector agradecido...
*publicado en La Nación el 20/10/2013
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NOVELAS. JAMES BOND,
SEAN CONERY
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Mezclado, no agitado por Arturo Perez Reverte*
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En octubre de 1964, cuando yo estaba a punto de cumplir trece años, un hermano marista al que apodábamos Dumbo me sorprendió en un pasillo leyendo Goldfinger. El delito era doble: no estaba dentro del aula, y esa novela era para adultos. Eso dio lugar a que mi padre fuera convocado para notificarle que el libro quedaba confiscado y que yo había cometido una doble falta: ausentarme de clase y leer novelas inadecuadas. Pero mi padre estuvo a la altura de las circunstancias. Con mucha calma le dijo a Dumbo que yo asumiría el castigo que el reglamento del colegio estableciese; pero que dos cosas debían quedar claras. Una, que la novela era suya y se la llevaba. Otra, que era él quien decidía sobre lo adecuado en las lecturas de su hijo; y que yo también leyera novelas de James Bond le parecía adecuadísimo, pues eran muy entretenidas, estaban bien escritas y estimulaban la imaginación. Así que, en cuanto regresáramos a casa y yo hiciera los deberes, me devolvería el libro para que acabase de leerlo. Y así fue como ocurrió.
Tengo ese mismo ejemplar a la vista mientras tecleo estas líneas. Esa primera edición de Goldfinger y otra de Operación Trueno del año 66 son las dos únicas novelas de la serie escrita por Ian Fleming que, procedentes de la biblioteca de mi padre, conservo todavía. Las otras murieron por el camino, deshechas de ser leídas y releídas, prestadas a amigos que nunca las devolvieron u olvidadas en cualquier sitio, como suele ocurrir con esa clase de libros en formato de bolsillo, editados en un papel que amarillea y resiste mal el paso del tiempo. Hace unos años, deseando tenerlas de nuevo, compré las catorce novelas de la serie, en edición moderna, y releí algunos títulos disfrutándolos mucho; confirmando por qué a mi padre, que sobre todo era lector de literatura e historia navales, le gustaban las novelas de Ian Fleming tanto como las de otro autor policíaco y de espionaje que también conocí a través de él: Eric Ambler, el autor de La máscara de Dimitrios -extraordinaria película, por cierto- cuyas novelas también procuro recuperar en librerías de viejo y reediciones modernas -con Agatha Christie y otros autores de novela negra ya lo conseguí hace tiempo-, en un intento por reconstruir en lo posible esa parte amena y pintoresca, más caduca, ligera y de difícil conservación, de la biblioteca paterna.
Hoy les cuento eso porque este año se cumplen sesenta desde que Ian Fleming escribió su primera novela sobre James Bond, y no quiero que pase la fecha sin dedicarle un guiño de homenaje. En mi temprana juventud lectora pasé estupendos ratos leyendo sus novelas -incluso antes de tener edad para ver en el cine las películas rodadas sobre éstas-, y malvados como Auric Goldfinger, Emilio Largo o Le Chiffre ocuparon mi imaginación con la misma intensidad que Rupert de Hentzau, Rochefort o Javert; nunca hubo una secretaria eficaz que no me recordase a miss Moneypenny, ni bebí un martini -mezclado, no agitado es una incorrecta traducción de shaken, not stirred- sin recordar al agente 007. Por supuesto, he visto las veintidós películas hechas sobre el personaje, incluidas las mediocres interpretaciones de George Lazenby, Timothy Dalton y Pierce Brosnan, la guasona y divertida encarnación de Roger Moore, y la contundente, casi perfecta, asunción del personaje por el pétreo Daniel Craig. Sin embargo, cada cual es hijo de su tiempo, sus lecturas y su cine. O su tele. Así que comprendan ustedes que, en mi imaginación, James Bond tenga los rasgos indelebles de Sean Connery, del mismo modo que las palabras chica Bond irán siempre unidas, en mi memoria pavloviana, a la espléndida y húmeda imagen de Ursula Andress saliendo del mar con bikini blanco y cuchillo al cinto en 007 contra el doctor No.
Y oigan. Me importa un pimiento frito que estudios de perspectiva diversa, incluido feminismo radical, etiqueten a James Bond como sexista, esnob, asesino, sádico y vulgar. La literatura, buena, mediocre o mala, profunda, de entretenimiento, o la que combina sin complejos todos los niveles posibles, no tiene obligación moral alguna: cuenta mundos, narra miradas, registra recorridos en los diferentes estratos y situaciones que la vida, y los libros que la exploran, despliegan ante los ojos del lector. Y estoy convencido de que, en ese territorio sin reglas ni cánones absolutos, tan útil o interesante puede ser una conversación entre Hans Castorp y Settembrini en La Montaña mágica como los silencios del capitán MacWhirr en Tifón, la muerte de Porthos en el Bragelonne o la tortura de que es objeto Bond, desnudo y atado a una silla, en Casino Royale. Por eso saludo a ese sexagenario 007 como lo que soy: un viejo lector agradecido...
*publicado en La Nación el 20/10/2013
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PEREZ REVERTÈ,
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VOCES DEL SILENCIO POR MARIO VARGAS LLOSA PARA EL PAIS DE MADRID
Aunque no soy un usuario entusiasta de Internet, reconozco que su aparición ha hecho crecer de una manera notable la libertad de expresión en el mundo e infligido un golpe casi mortal a los sistemas de censura que los gobiernos autoritarios establecen para controlar la información e impedir las críticas. Me ha convencido de ello Emily Parker, antigua periodista de The Wall Street Journal y The New York Times, que en un libro de próxima publicación en los Estados Unidos pasa revista a la revolución que han significado la web y las redes sociales en China, Cuba y Rusia en el campo de la información.
Su libro se titula Now I Know Who My Comrades Are (Ahora sé quiénes son mis camaradas), se subtitula Voices from the Internet Underground (Voces del Internet clandestino) y, aunque es un reportaje documentado y riguroso, se lee con la excitación de una novela de aventuras. Emily Parker habla mandarín y español, ha conocido y entrevistado a la mayor parte de los blogueros más influyentes y populares en aquellos tres países y se mueve con total desenvoltura en el mundo de catacumbas en el que aquellos suelen operar, desde el cual han establecido las relaciones digitales que los conectan con el mundo y desde el que han devuelto la esperanza de progreso y de cambio democrático a decenas de miles de sus compatriotas que, antaño, vivían paralizados por la apatía, el miedo y el pesimismo. Hace tiempo que no leía un libro tan entretenido y a la vez tan estimulante para la cultura de la libertad.
No se crea que Emily Parker idealiza excesivamente a los personajes que pueblan su libro, presentándolos a todos como esforzados paladines del progreso y desinteresados idealistas, dispuestos a ir a la cárcel y hasta perder la vida en su lucha contra la opresión. Nada de eso. Junto a admirables luchadores guiados por convicciones y valores principistas, hay también oportunistas y casquivanos, así como aventureros y escurridizos de inapresable filiación y, acaso, hasta infiltrados y espías del gobierno. Pero todos ellos, queriéndolo o no, haciendo lo que hacen, han logrado que retrocedan y a veces se volatilicen los frenos y controles que permitían a las dictaduras manipular la información y conseguido que en la gris monotonía de esas sociedades embridadas de pronto las verdades oficiales pudieran ser cuestionadas, desmentidas, reemplazadas por verdades genuinas, y que el silencio se llenara de voces disidentes y un aire renovador, juvenil, esperanzado, y empezara a movilizar a sectores sociales que hasta entonces parecían petrificados por el conformismo.
Su libro se titula Now I Know Who My Comrades Are (Ahora sé quiénes son mis camaradas), se subtitula Voices from the Internet Underground (Voces del Internet clandestino) y, aunque es un reportaje documentado y riguroso, se lee con la excitación de una novela de aventuras. Emily Parker habla mandarín y español, ha conocido y entrevistado a la mayor parte de los blogueros más influyentes y populares en aquellos tres países y se mueve con total desenvoltura en el mundo de catacumbas en el que aquellos suelen operar, desde el cual han establecido las relaciones digitales que los conectan con el mundo y desde el que han devuelto la esperanza de progreso y de cambio democrático a decenas de miles de sus compatriotas que, antaño, vivían paralizados por la apatía, el miedo y el pesimismo. Hace tiempo que no leía un libro tan entretenido y a la vez tan estimulante para la cultura de la libertad.
No se crea que Emily Parker idealiza excesivamente a los personajes que pueblan su libro, presentándolos a todos como esforzados paladines del progreso y desinteresados idealistas, dispuestos a ir a la cárcel y hasta perder la vida en su lucha contra la opresión. Nada de eso. Junto a admirables luchadores guiados por convicciones y valores principistas, hay también oportunistas y casquivanos, así como aventureros y escurridizos de inapresable filiación y, acaso, hasta infiltrados y espías del gobierno. Pero todos ellos, queriéndolo o no, haciendo lo que hacen, han logrado que retrocedan y a veces se volatilicen los frenos y controles que permitían a las dictaduras manipular la información y conseguido que en la gris monotonía de esas sociedades embridadas de pronto las verdades oficiales pudieran ser cuestionadas, desmentidas, reemplazadas por verdades genuinas, y que el silencio se llenara de voces disidentes y un aire renovador, juvenil, esperanzado, y empezara a movilizar a sectores sociales que hasta entonces parecían petrificados por el conformismo.
Si el testimonio de Emily Parker es exacto, y yo creo que lo es, de los tres países sobre los que escribe, donde la revolución digital ha producido mayores cambios y donde estos parecen haber alcanzado una dinámica difícil de atajar es en China, en tanto que en el que los cambios son menores y más susceptibles de ser víctimas de una regresión es Cuba. Rusia parece dar manotazos en un mar de incertidumbre en el que cualquier cosa puede ocurrir: un discurrir violento hacia más libertad o un retroceso no menos traumático y veloz hacia el autoritarismo tradicional.
Una de las conclusiones más alentadoras de este ensayo es que la revolución tecnológica que hizo posible Internet no sólo es un arma poderosa para combatir a las dictaduras; también, para dar un derecho a la palabra a los ciudadanos comunes y corrientes en las sociedades abiertas de modo que el derecho de crítica deje de ser una prerrogativa de ciertas instituciones y órganos de expresión, y puede extenderse y subdividirse sin límites, exponiendo a la vigilancia y la crítica del conjunto de la sociedad a los propios medios de comunicación. De esto puede resultar, desde luego, una cierta anarquía informativa, pero, asimismo, un sistema en el que la libertad de expresión esté permanentemente sometida a prueba y a perfeccionamiento y discusión.
Los blogueros, talentos y genios de las redes sociales suelen ser tan extravagantes y pintorescos como los artistas —con sus manías, estilos y ambiciones— y uno de los grandes méritos de Emily Parker es retratarlos en su libro no sólo prendidos a sus ordenadores y enviando sus mensajes a través del éter a la miríada de invisibles seguidores y amigos con que mantienen contactos digitales, sino en la intimidad familiar, en los cafés o antros donde se refugian, en el seno de sus familias, en los mítines políticos que promueven o en los escondites donde suelen desaparecer cuando son perseguidos. Eso hace que este libro esté lleno de color y de vida plural, donde la política, la cultura, los problemas sociales y económicos no aparecen nunca como realidades abstractas y desencarnadas, sino humanizados en individuos de carne y hueso, con sus grandezas y miserias y en unos contextos que permiten medir mejor los logros que han obtenido así como sus fracasos.Una de las conclusiones más alentadoras de este ensayo es que la revolución tecnológica que hizo posible Internet no sólo es un arma poderosa para combatir a las dictaduras; también, para dar un derecho a la palabra a los ciudadanos comunes y corrientes en las sociedades abiertas de modo que el derecho de crítica deje de ser una prerrogativa de ciertas instituciones y órganos de expresión, y puede extenderse y subdividirse sin límites, exponiendo a la vigilancia y la crítica del conjunto de la sociedad a los propios medios de comunicación. De esto puede resultar, desde luego, una cierta anarquía informativa, pero, asimismo, un sistema en el que la libertad de expresión esté permanentemente sometida a prueba y a perfeccionamiento y discusión.
Algunos de estos personajes se quedan en la memoria del lector con la vivacidad y el dinamismo de los protagonistas de una novela de Joseph Conrad o André Malraux. Por ejemplo los chinos Michael Anti (Zhao Jing) y He Caitou, los cubanos Laritza Diversent, Reinaldo Escobar y Yoani Sánchez, y el ruso Alexéi Navalni aparecen en estas páginas con unos perfiles tan dramáticos y notables que parecen provenir más de la ficción que de la pobre realidad. Navalni, sobre todo, cuya historia ha dado ahora la vuelta al mundo gracias a su última peripecia que lo llevó a la cárcel y lo sacó de ella para ser candidato a la alcaldía de Moscú, en unas elecciones en las que obtuvo tres veces más votos que los que predecían las encuestas (y probablemente muchos más que los que dijeron los resultados oficiales).
Es un milagro que Alexéi Navalni esté todavía vivo, en un país donde los periodistas muy críticos del régimen que preside el nuevo zar, Vladimir Putin, suelen morir envenenados o asesinados por hampones como la valiente Anna Politkovskaya. Sobre todo porque Navalni comenzó su carrera de bloguero denunciando con pruebas inequívocas las corruptelas y tráficos delictuosos de las grandes empresas (privadas o públicas) y exhortando a sus usuarios o accionistas a emprender acciones legales contra ellas en defensa de sus derechos. No sólo sigue vivo, después de haber calificado a Rusia Unida, el partido de gobierno, de El Partido de los Estafadores y Ladrones, sino se ha convertido en una verdadera fuerza política en Rusia: ha convocado manifestaciones de oposición con asistencia de decenas de miles de personas y es una figura internacional, que habla varios idiomas, domina gran variedad de temas e impresiona por su simpatía y su carisma. En las páginas de este libro descuella sobre los otros disidentes por su apostura, su elegancia, pero también porque es imposible precisar en su caso dónde comienzan y dónde terminan sus ambiciones, sus convicciones y sus principios. No hay duda que es excepcionalmente inteligente y valiente. ¿Pero es también un demócrata genuinamente guiado por un afán de libertad o un populista ambicioso que detrás de todos los riesgos que corre esconde sólo un apetito de poder y de riqueza?Leyendo este libro es difícil no sentir una gran tristeza por ver los estragos que el totalitarismo ha causado en China, Cuba y Rusia. Todos los progresos sociales que el comunismo pudo haber traído a sus pueblos no compensan ni remotamente el atraso cívico, cultural y político en que los ha sumido, y los obstáculos que ha sembrado para que puedan aprovechar sus recursos y alcanzar el progreso y la modernidad en un ámbito de coexistencia democrática, legalidad y libertad. Es clarísimo que ese viejo modelo está muerto y enterrado, pero, aún así, librarse de él definitivamente les significará tiempo y sacrificios. El libro de Emily Parker muestra el invalorable servicio que ha venido a prestar en esta tarea Internet, la gran transformación de las comunicaciones de nuestro tiempo.
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sábado, 19 de octubre de 2013
Una adicción tardía por Antonio Muños Molina para el El País de Madrid
Thomas Bernhard, en una imagen tomada en Viena en 1976. / IMAGNO/ Barbara Pflaum
Cuatro de los cinco breves volúmenes de la autobiografía de Thomas Bernhard que he leído
uno tras otro en poco más de dos semanas tienen marcado el precio en pesetas sobre la pegatina desvaída de una librería de Granada que ya no existe. Su formato mismo ya es adictivo, la delgadez idéntica, el color amarillo de la colección internacional de Anagrama, la sequedad de los títulos, las páginas compactas de la traducción de Miguel Sáenz, sin intervalos de puntos y aparte ni división de capítulos. Los cantos están gastados de tantos viajes, de tantas estanterías distintas en las que los he guardado, primero en Granada y luego en Madrid, en las bibliotecas de varios domicilios de Madrid. He llevado conmigo estos libros de una vida a otra y de unas casas a otras durante más de veinte años, casi un cuarto de siglo, y sólo ahora los he leído. El último, Un niño, lo busqué ávidamente en una librería de Madrid cuando ya había terminado los cuatro primeros, temiendo no encontrarlo. Pero allí estaba, en una estantería alta, y lo alcancé con una codicia que parecería más propia de las lecturas ansiosas de la juventud.
De vuelta a casa ya iba leyéndolo por las escaleras del metro, y luego de pie en el vagón lleno de gente, absorto en esa inmersión inmediata hacia las profundidades de uno mismo y de la experiencia de leer que sólo nos deparan los grandes. No los grandes canónicos, desde luego, no siempre, sino aquellos, mayores o menores en las antipáticas jerarquías de la literatura, que se nos vuelven adictivos al despertar en nosotros una resonancia que tiene algo de estremecimiento, al ofrecernos mundos cerrados y completos que son exclusivamente suyos y que nos llegan contados por una voz que en seguida se nos vuelve tan familiar como la pulsación de nuestro pianista favorito, como la respiración que hay en el saxo de Coleman Hawkins o de Lester Young, no un artificio de estilo sino un particular aliento humano.
No sé si lamentar o agradecer que una influencia tan poderosa no me afectara cuando era mucho más joven
Hasta hace unas semanas yo no había leído nada de Thomas Bernhard. Ahora no paro de leerlo. Me doy cuenta de que la comparación musical puede ser provechosa. Bernhard pertenece al club restringido de los escritores completamente empapados de música: Mann, Proust, García Lorca, Langston Hughes, Faulkner cuando escribía como dejándose llevar por una cadencia de blues, Michel Schneider, el autor de un libro sobre las Variaciones Goldberg que repite por escrito meticulosamente la forma de esa composición incomparable. Un amigo suyo contaba que Bernhard corregía sus poemas leyéndolos en voz alta delante de una grabadora para escuchar su efecto y descubrir sus debilidades y errores. Estudió canto y probablemente habría sido cantante profesional si la enfermedad no se lo hubiera impedido. Estudió seriamente violín. Cuando yo lo leo de lo que me acuerdo es de esas composiciones para violín o violoncello solo de Bach en las que se exploran metódicamente, maniáticamente, todas las variaciones posibles de un tema sencillo o complicado, pero siempre inagotable, y en las que el instrumento, al no estar acompañado, adquiere una pureza expresiva máxima, como la de una voz que no para de hablar, la voz de un monólogo hablado o la de una conciencia obsesiva. A lo que más me recuerdan las tiradas que se prolongan páginas y páginas sin apariencia de esfuerzo o necesidad de interrupción en los libros de Bernhard es a las partitas y sonatas para violín solo de Bach, y es a él a quien me imagino tocándolas, no delante del público sino a solas en una habitación, sin más pausa que la que se necesita para tomar aliento, la que viene indicada como punto y seguido en la página como en un pentagrama. Cada volumen de la autobiografía sucede de la primera página a la última con la misma unidad y la misma precisión de comienzo y final que hay en la interpretación de una larga pieza de música, o uno de esos monólogos errabundos y meditativos en las óperas tardías de Wagner. Una vez comenzada la música, saltado el intervalo del silencio al sonido, no cabe más actitud que la atención entregada. Cada frase se encabalga sobre la anterior en un progreso temporal que no admite vueltas atrás. Si hay breves pausas de silencio servirán para el recogimiento, para la espera de lo que va a venir, no para la respuesta impaciente, ni siquiera, idealmente, para toser, ni para distraerse en nada. Estos libros tienen una extensión tan breve, y tan parecida siempre, porque es el máximo a lo que puede dilatarse ese grado de intensidad. Cada uno habría que leerlo sin interrupción, como se escucha sin interrupción una sinfonía o una suite. Habría que leerlo en voz alta, para apreciar toda su calidad musical. Y para que la lectura fuera plena habría que leerlo, me imagino, en alemán, porque uno intuye que Bernhard es uno de esos escritores que fuerzan al máximo las cualidades específicas del idioma que usan.
Con furia característica, que tiene algo de exhibición de virtuosismo, Bernhard dice que un libro traducido es “como un cadáver mutilado por un coche hasta quedar irreconocible”. Lo dice, desde luego, como lo dice todo para nosotros, en traducción de Miguel Sáenz, que fue su traductor mientras vivía y lo ha seguido siendo después de su muerte, en los libros póstumos que se han seguido publicando, y que yo ahora busco con vehemencia de converso. Lo que ha hecho Miguel Sáenz me parece algo más que traducir textos literarios: ha inventado una lengua que siendo plenamente español es un español raro traspasado por la música del alemán, como los humanistas inventaban una lengua castellana dotada de la dicción solemne del latín que traducían, o Cipriano de Valera inventaba la suya empapada de las cadencias de la Biblia. Si la simple lectura de Bernhard es adictiva y contagiosa, no quiero imaginarme cómo será esa lectura amplificada y extrema que es una traducción, cómo será dejarse llevar por esa música que no se detiene nunca y por esa voz que parece que está sonando en el interior de la conciencia, diciéndonos exactamente todo aquello que preferiríamos no saber ni decir, observando la crueldad, el deterioro, la enfermedad, la ruina, la muerte, con el lujo macabro de una pintura de Valdés Leal, con toda la ira de una imputación y el sarcasmo de una caricatura de Grosz o de un número de cabaret de Kurt Weill.
Qué manera tan rara tienen a veces los libros de llegar a nosotros. Parece que nos esperan sin prisa, como concediéndonos el tiempo que nosotros mismos no sabemos que necesitamos. Durante más de veinte años esos volúmenes de Bernhard han estado conmigo, presentes en mi vida sin que yo los leyera, visibles en mi biblioteca, como una casa junto a la que pasa uno todos los días y la mira y se siente atraído pero no se decide a llamar a la puerta. No sé si lamentar o agradecer que una influencia tan poderosa no me afectara cuando era mucho más joven. Pero a veces da la impresión de que un azar benévolo nos impone los libros en el momento justo en que necesitábamos leerlos.
Un niño. Thomas Bernhard. Traducción de Miguel Sáenz. Anagrama. 160 páginas. 13 euros.
www.antoniomuñozmolina.es
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viernes, 18 de octubre de 2013
Fernando Vidal Buzzi: sus caras menos conocidas por Alejandro Maglione especial para conexión BRANDO
Resulta que el querido Fernando Vidal Buzzi tuvo, al decir de Jorge Luis Borges, el mal gusto de morirse. Algunas veces comentábamos este pensamiento de ese genial e insolente escritor, y se mataba de la risa.
La historia de los argentinos: somos amigos de todo el mundo, olvidándonos que la amistad es una avenida de doble mano, no se puede ser amigo de alguien que no se considera como tal. Fernando era hombre que comentaba a muy pocos sus agravios. Voy a respetar esa decisión suya y mi relato no incluirá sus opiniones sobre algunos que hoy lamentan su partida.
Personalmente, siempre recibía sus elogios a estas notas que escribo para La Nación.com, y el mayor elogio era cuando me decía que le daba algo de envidia que en muchas de ellas me permitía el lujo de ser auto referencial porque era un tipo que había vivido con mucha intensidad. ¡Él hablaba de intensidad de vida! Lo que pasaba con Vidal Buzzi era que le daba pudor a veces contar los momentos enormes que había protagonizado en la vida.
Un emotivo recuerdo del periodista recientemente fallecido
Cien años de soledad
En una de sus vidas, fue gerente de la Editorial Sudamericana. Había hecho una suerte de alianza personal con el hijo del dueño de apellido López Llové, cuyo padre se apellidaba López Llausás. Esa relación permitió que escribiera uno de sus capítulos más curiosos. Me contó que le habían presentado caminando por la avenida Santa Fe, a un colombiano bajito que llevaba bajo su brazo un sobre de papel madera con el manuscrito de un libro.
Su historia decía que quien se lo presentó fue Tomás Eloy Martínez, que sentía un gran aprecio por Fernando, porque lo había ayudado a introducirse en el mundo venezolano cuando tuvo que exiliarse perseguido por la Tripe A. Las versiones han ido y venido un poco. En una cosa todas coinciden: García Márquez pretendía que le dieran 500 dólares para permitir que leyeran su texto (eran años de enorme carencia para el gran Gabo). En la editorial todos dijeron que estaba loco, y Fernando resolvió ponerlos, a pesar de que era un monto considerable para esos años. "Lo leí en una noche. Me enloqueció. Al día siguiente se lo llevé a López Llové y le pasó lo mismo y decidimos publicarla con todo el mundo en contra". La primera edición mundial de Cien Años de Soledad se hizo en la Argentina y gracias al empeño de Fernando.
Esa vida del mundo editorial lo llevó a formar la Editorial Huemul, y haber mantenido una fluida correspondencia con escritores como José Bianco, Alberto Pezzoni, el nicaragüense Sergio Ramírez. go sería gerente para toda Sudamérica del Grupo Rizzoli, uno de los más importantes del mundo. Un amigo recordaba que eran años de vértigo en su vida, y que a pesar de trabajar hasta el agotamiento, con su esposa de entonces, Teresita, madre de su hija Cayetana, era un tenaz frecuentador de las noches de Mau-Mau. Alardeaba: ".creeme que bailaba bastante bien, che".
Clubes
Buenos Aires ha sido cuna de grandes clubes de gourmets. Y muchos lo vieron como fundador y animador. The Twelve True Fishermen fue uno de ellos y el otro fue The Fork Club. Justamente, en ese club convivimos durante lustros, hasta que su salud se lo permitió. Apartado durante años, en una de mis últimas comidas lo invité a cocinar juntos. Donde, con gorro y todo, se puso a mi lado y preparó su famoso risotto alla sbiraglia. Fue una noche de intensa felicidad para él, donde se reencontró viejos amigos y compañeros de buenas comidas. Verlo en esas tenidas -recuerdo ahora- era ver el paradigma del gourmet-gourmand, porque comía todo lo que había en el plato, y hasta cuando había perdices o becacinas, chupaba los huesitos, de manera tal que su plato terminaba siendo una pila de éstos.
Infancia campestre
Se enamoró de la cocina, como tantos otros, viéndola a su abuela Fermina, preparar la comida para la familia. Era en un campo familiar ubicado en Unzué, partido de Bolívar, provincia de Buenos Aires. En los últimos años me contó que el famoso dirigente rural Buzzi era un primo segundo suyo y agregaba "mirá las vueltas de la vida".
Sus ires y venires hicieron que estudiara Derecho casi hasta recibirse de abogado. Dependiendo del día en que se le preguntara, se había recibido o no. Cuando se lo hacía notar se mataba de risa. Esa relación con el Derecho hizo que se asemejara a los grandes críticos de vinos y gastronomía, que muestran esta curiosa coincidencia.
La música
Su vocación temprana fue la música clásica, sobre la que escribía desde sus 17 años. Sus últimos años lo encontraron frecuentemente, en el living de su casa, con su adorada Maite Auzmendi, su última esposa (tuvo 4), donde se instalaban frente a un televisor enorme, y allí disfrutaban de ver y escuchar sus óperas preferidas.
Un emotivo recuerdo del periodista recientemente fallecido
El crítico
Esta fue la actividad por la que fuera más conocido, lo que no quiere decir que fuera la que más lo divertía. Consideraba a la crítica gastronómica una tarea menor. "Escribir sobre restaurantes es fácil, lo difícil es pensar un tema sobre gastronomía y desarrollarlo. Eso requiere saber y además investigar, algo que no les interesa mucho a los jóvenes periodistas.". Y machacaba: "no se puede escribir sobre gastronomía si no se sabe cocinar. Hay que poder saber si un plato está bien o mal hecho. Del mismo modo, se aprende de vinos tomando mucho. Yo mismo no sabía nada, y me fui haciendo probando en mis viajes a Europa, luego algún libro completó mi formación. Pero lo importante era haber tomado muchos vinos". Su primer vino importante se lo hizo probar su padre en el viejo Pedemonte. Era un Châteu Pape Clement 1928. Tenía 10 años. Luego lo llevó al Colón a ver Las bodas de Fígaro. De esa noche dijo Fernando: "a los 10 aprendí en un mismo día los que serian mis grandes amores: el vino y la música".
No obstante, la comodidad de la crítica no le desagrada: "no es más que objetivar en una nota lo que es una impresión subjetiva. No hace falta pensar". Pero le daba algo de rabia que la gente en su columna de la revista Noticias miraba casi exclusivamente su puntaje expresado en pescaditos, y no prestaba mucha atención a sus comentarios.
Por años intercambió esta tarea con la de consultor en el Estudio Jebsen, del que comenzó a formar parte en 1980. Allí nos conocimos nosotros. Lo había consultado por un tema de Recursos Humanos, y tuvimos un colpo súbito, por lo que al fundar Cuisine & Vins, Fernando fue un número puesto Miguel Brascó, en un infrecuente momento de franqueza, me dijo un día: "Alejandrito, si me pasara algo, Fernando es el único que reconozco para acompañarlos con la revista" (todavía vivía la inolvidable Lucila Goto).
A los jóvenes periodistas que lo consultaban sobre la mejor forma de ejercer la crítica, les recomendaba conocer tanto a los chefs como a los mozos de los restaurantes. "Hay que conocer a ese morocho que vino de Santiago del Estero y pasa su vida transpirando en una cocina". De él aprendí eso de meterme en las cocinas a saludar a las brigadas.
Solía decir divertido: "si me hubiera avivado antes lo fácil que resulta hacer televisión, creo que no habría escrito nunca".
Restaurantes
Fernando imaginaba un rectángulo que se formaba con el río de un lado, la av. Rivadavia y luego se extendía de manera difusa hasta el Tigre. "Hasta allí llega como máximo la crítica gastronómica. Todo lo demás, sea bueno o malo, desgraciadamente se ignora.". Y siempre pensó que en Buenos Aires sobran restaurantes, expresando su disgusto por una tendencia a usar los precios de los platos como un símbolo de estatus: "creen que la gente piensa que si sos caro, sos bueno.Pero al final van a comer donde encuentran mejor relación de calidad-precio".
Un emotivo recuerdo del periodista recientemente fallecido
Viejos amigos
Siempre hablaba de Roberto Fernández Beyro, que sospecho que fue un espejo en que se miró en sus comienzos. Luego los cocineros todos: el Gato Dumas, al que le prologó sus libros; Ada Cóncaro; Pedro Muñoz; Francis Mallmann; Santiago Acevedo; Peloncha Perret; Dolli Irigoyen; Emilio Garip, en fin, los conoció y se hizo apreciar por todos. Con Miguel Brascó tuvo una relación oscilante. Miguel un día no lo deja escribir más en Cuisine & Vins -lo que provocó una fuerte discusión conmigo- porque, seguramente por celos, le molestó muchísimo que comenzara a escribir para La Nación. Corriendo la vida, lo perdonó y lo solía invitar a su casa, donde le dedicaba su tiempo con generosidad.
Fue amigo de todos los miembros de los clubes a los que perteneció. Como así también del capítulo argentino de la Academia Italiana Della Cucina, de la que formamos parte juntos. Mi memoria atesora aquellas mesas que compartíamos con Roberto Rocca y Clorindo Testa, mientras el siempre eficiente Pietro Sorba se ocupaba generosamente de la organización.
Periodistas
"Las mujeres me gustan más que el dulce de leche" me repetía, será por eso que muchos de sus trabajos fueron con mujeres periodistas como Daniela Di Segni o Raquel Rosemberg. Si bien, el vínculo con ellas, aclaro por las dudas, me explicó que siempre fue estrictamente profesional. Pero hablaba con mucho respeto de Daniel Viacava o Augusto Foix, el primero lo llevó a La Nación, y con el segundo hicieron un estupendo libro de vinos. Pero, sin duda, sus últimos años fueron de una gran gratitud y reconocimiento para con Jorge Fontevechia, el número uno de la Editorial Perfil.
La Isla de los Sibaritas
Durante dos años me acompañó en este programa de radio. Venía contento, puntual, prolijo. Trataba de ordenarme, y yo no paraba de explicarle que el secreto estaba en el caos, la espontaneidad. Fue en esas tardes frente al micrófono que comenzó a mostrar que algo ya no funcionaba como antes. No me resultó fácil aceptar que se quedara en su casa mientras La Isla salía al aire.
Conclusión
Fernando se fue a cocinar con el Gato al que adoraba. A expresar sus críticas por omisión "no decir nada de un lugar, ignorarlo, es mejor que criticarlo.". Compartimos viajes a Goya en Corrientes a ver que andaban haciendo los tabacaleros; fuimos a Suipacha para ayudar a lanzar la incipiente Ruta del Queso; comimos cientos de veces en lugares diversos, desde el Plaza Hotel hasta lo de Silvano cerca de Mercedes. Todo lo demás, ya fue o será dicho. Un excelente profesional, con una magnífica biblioteca especializada donde los libros lucen muy usados. Un muy buen tipo. Sus hijas, Alejandra y Cayetana, que trabajaban codo a codo con él, lo extrañarán. Maite, que alegró sus últimos años con su chispeante compañía, sentirá su ausencia. Todos sus amigos y conocidos, extrañaran no tenerlo siempre disponible a tiro de llamada telefónica o de mail, que siempre respondía. ¡Chau Fernando! Ya sos parte de los "vivos de allá", que te sigan disfrutando ellos.
La importancia de los Buenos Modales por Alberto Benegas Lynch (h)*
“El hábito no hace al monje” reza un conocido proverbio a lo que mi amigo Jacques Perriaux agregaba “pero lo ayuda mucho”. Las formas no necesariamente definen a la persona pero ayudan al buen comportamiento y hace la vida más agradable a los demás.
Hoy en día, en gran medida se ha perdido el sentido del buen hablar. En primer lugar, debido al uso reiterado de expresiones soeces. Las denominadas “malas palabras” remiten a lo grotesco, a lo íntimo, a lo repugnante y a lo escandaloso. Los que no recurren a esas expresiones no es porque carezcan de imaginación, es debido a la comprensión del hecho de que si se extiende esa terminología todo se convierte en un basural lo cual naturalmente se aleja de la excelencia y las conversaciones bajan al nivel del subsuelo. Por su parte, los términos obscenos empobrecen el lenguaje y como éste sirve para pensar y para la comunicación, ambos propósitos se ven encogidos y limitados a un radio estrecho.
Entonces, aquello de que “el hábito no hace al monje, pero lo ayuda mucho” pone en evidencia una gran verdad y es que las apariencias, los buenos modales y, en general, la estética, tienen una conexión subliminal con la ética. Cuanto más refinados y excelentes sean los comportamientos y más cuidados los ámbitos en los que la gente se desenvuelve, más proclive se estará a lograr buenos resultados en la cooperación social y el indispensable respeto recíproco como su condición central.
Esto no significa que un asesino serial pueda estar encubierto y amurallado tras aparentes buenos modales, significa más bien que se tiende a reforzar y a abrir cauce al antes mencionado respeto recíproco. Se ha dicho en diversas oportunidades que en la era victoriana había mucho de hipocresía, lo cual es cierto de todas las épocas pero no cambia el hecho de que en esa etapa de la historia el ocultamiento de lo malo traducía un sentido de vergüenza que luego se perdió bajo el rótulo de la sinceridad que pusieron al descubierto las inmoralidades más superlativas con la pretensión de hacerlas pasar por acciones nobles.
Las normas morales aluden al autorrespeto y al respeto al prójimo en las respectivas preservaciones de las autonomías individuales basadas en la dignidad y autoestima. De más está decir que lo dicho nada tiene que ver con el dinero sino con la conducta, lo que ocurre es que en las sociedades abiertas los que mejor sirven los intereses de los demás son los que prosperan desde el punto de vista crematístico y, por ende, se espera de ellos el ejemplo, lo cual en los contextos contemporáneos ha mutado radicalmente puesto que en gran medida los patrimonios no son fruto del servicio al prójimo sino de la rapiña lograda con el concurso de gobernantes que se han extralimitado en sus funciones específicas de proteger derechos para, en su lugar, conculcarlos. Mal puede esperarse ejemplos de una banda de asaltantes.
La literatura, la escultura, la pintura y la música son evidentemente manifestaciones de cultura por antonomasia. Sin embargo, en la actualidad, tal como he consignado antes, por ejemplo, Carlos Grané apunta en El puño invisible: arte, revolución y un siglo de cambios culturales que el futurismo, el dadaísmo, el cubismo y similares son manifestaciones de banalidad, nihilismo, vulgaridad, escatología, violencia, ruido, insulto, pornografía y sadismo (en el epígrafe de su libro aparece una frase del fundador del futurismo Filippo Tomaso Marinetti que reza así: “El arte, efectivamente, no puede ser más que violencia, crueldad e injusticia”).
¿Qué ocurre en ámbitos cada vez más extendidos en aquello que se pasa de contrabando como arte? Es sencillamente otra manifestación adicional de la degradación de las estructuras axiológicas. Es una expresión más de la decadencia de valores. En este sentido se conecta la estética con la ética. No se necesitan descripciones acabadas de lo que se observa en muestras varias que a diario se exhiben sin pudor alguno: alarde de fealdad, personas desfiguradas, alteraciones procaces de la naturaleza, embustes de las formas, alaridos ensordecedores, luces que enceguecen, batifondos superlativos, incoherencias múltiples y mensajes disolventes. En el dictamen del jurado del libro mencionado de Grané —que obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco (presidido por Fernando Savater), en Guadalajara— se deja constancia de “los verdaderos escándalos que ha vivido el arte moderno”.
¿Qué puede hacerse para revertir semejante espectáculo? Solo trabajar con paciencia y perseverancia en la educación, es decir, en la trasmisión de principios y valores que dan sustento a todo aquello que puede en rigor denominarse un producto de la humanidad, alejándose de lo subhumano y lo puramente animal, en un proceso competitivo de corroboraciones y refutaciones que apunten a la excelencia y no burlarse de la gente con apologías de la fealdad y explotar el zócalo del hombre con elogios a la indecencia, la ordinariez y a la tropelía.
Incluso la forma en que nos vestimos trasmite nuestra interioridad. La elegancia y la distinción se dan de bruces con los piercing, los tatuajes, los pelos teñidos de colores chillones, estrambóticas pintarrajeadas del rostro y las uñas, la ropa zaparrastrosa y estudiados andrajos en el contexto de modales nauseabundos, ruidos guturales patéticos que sustituyen la fonética elemental. La bondad, lo sublime, lo noble y reconfortante al espíritu naturalmente hacen bien y fortalecen las sanas inclinaciones. El morbo, el sadismo, lo horripilante y tenebroso dañan la sensibilidad y afectan lo mejor de las potencialidades del ser humano.
Hace años con mi mujer observamos en un subterráneo londinense un enorme cartel con la figura de Michel Jackson con los labios pintados, cambios en la pigmentación y operaciones y estiramientos varios en el que se leía “If this is the outside, what goes on in the inside?” ("Si este es el exterior, ¿qué pasa en el interior?"). También ingleses que trasmitían radio en el medio de la nada en África durante la Segunda Guerra Mundial lo hacían vestidos de smoking “to keep standards up” ("para mantener los estándares elevados").
El deterioro en los modales que subestima la calidad de vida al endiosar la grosería y lo chabacano, también tiende a anular el sentido de las expresiones ilustrativas que se consideran pasadas de moda tales como caballero y dama pero que se utilizaban para indicar conductas excelsas que presuponen buenas conductas. Ya Confucio, quinientos años antes de Cristo, escribió que “Son los buenos modales los que hacen a la excelencia de un buen vecindario. Ninguna persona prudente se instalará donde aquellos no existan” y, en 1797, Edmund Burke sostenía que para la supervivencia de la sociedad civilizada “los modales son más importantes que las leyes”.
Estimo que antes de las respectivas especializaciones profesionales, debiera explorarse el sentido y la dimensión de la vida para lo cual hay una terna de libros extraordinarios que merecen incorporarse a la biblioteca: The Philosophy of Civilization de Albert Schweitzer, Adventures of Ideas de Alfred N. Whitehead y Human Destiny de Lecomte du Noüy. Después de esa lectura tan robusta y de gran calado, entre otras muchas cosas, se comprenderá mejor el apoyo logístico que brinda la cobertura de los modales al efecto de preservar las autonomías individuales.
Termino esta nota periodística con una nota a pie de página sobre cambios de formas y modas que son en verdad neutras sobre las que nada hay que objetar. Tengo in mente lo que viene ocurriendo con las librerías a raíz de la irrupción de los ebooks. Al cierre de la célebre cadena Borders, ahora se agrega la clausura de la librería Universal de Miami que ha hospedado a tantos hispanoparlantes. Personalmente no concibo la posibilidad de reemplazar la mirada sobre los lomos en mi biblioteca, ni el olor a tinta, ni la satisfacción de acariciar el papel. Puede que sea un tanto anticuado, pero siento que en mi biblioteca están muchos de mis amigos a los que necesito recorrer con la vista diariamente como una especie de liturgia o gimnasia ritual que abre las puertas del alma y prepara y sirve de introito a las faenas de la jornada.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de América (EE.UU.) el 17 de octubre de 2013.
Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
Publicado en el blogs del Cato Institute 1000 Massachusetts Avenue N.W. Washington D.C. 20001-5403.
Ubicación:
rECOLETA. CIUDAD DE BUENOS AIRES. ARGENTINA.
lunes, 14 de octubre de 2013
Entre caballeros andantes y juglares por Mario Vargas Llosa 6 OCT 2013 -
PIEDRA DE TOQUE. Martín de Riquer se movía por la Edad Media como por su casa y nadie que yo haya leído me ha hecho vivir tan de cerca y con tanta verdad lo que debió ser la vida en Occidente hace mil años
Lo traté apenas en persona a Martín de Riquer —que acaba de morir, poco antes de cumplir cien años—, pero lo leí mucho, sobre todo en mi juventud, cuando, entusiasmado por la lectura del Tirant lo Blanc, me volví devoto de los libros de caballerías. Descubrí la gran novela catalana en la maravillosa edición que hizo de ella Riquer en 1947 y en 1971, cuando vivía en Barcelona, le propuse hacer una edición de las cartas y carteles de desafío de Joanot Martorell (El combate imaginario), lo que me permitió visitarle. Recuerdo con gratitud esas dos tardes en su casa repleta de libros, su amabilidad, su sabiduría, su prodigiosa memoria y la desenvoltura con que se movía por una Europa de caballeros andantes, ermitaños, trovadores, magos y cruzados, mientras acariciaba su eterna pipa y le brillaban los ojitos de alegría con aquello que contaba. En el otoño de su vida dijo a un periodista que “nunca había trabajado, que no había hecho otra cosa que disfrutar”. No era una pose: su inmensa obra de historiador, de filólogo y de crítico por la que desfilan media docena de literaturas —la catalana, la castellana, la provenzal, la francesa, la portuguesa y la italiana— rezuman amor y entusiasmo contagiosos.
La erudición no es siempre garantía de cultura; a veces es una máscara del vacío o de la mera vanidad. Pero en Martín de Riquer, la prodigiosa información que sustenta sus estudios manifiesta su pasión por el conocimiento, no es nunca gratuita, alarde pretencioso; por el contrario, enriquece con detalles y precisiones la gestación y el contexto histórico y social de los textos, su genealogía, sus influencias, lo que es tópico y lo que es invención, la trama profunda que acerca, por ejemplo, las fantasías eróticas de un trovero ambulante y las heladas discusiones teologales en los concilios papales. Se movía por la vasta Edad Media como por su casa y opinaba con la misma versación sobre las novelas de Chrétien de Troyes, La Chanson de Roland, las leyendas artúricas, el Amadís de Gaula, los juglares y el Poema del Cid, que sobre heráldica, las armas, las armaduras, la gastronomía, las reglas del combate singular en los torneos y las distancias siderales que había a menudo entre lo que se creía, se decía, se escribía y se hacía en esa sociedad medieval que él tanto amaba.
Había en Martín de Riquer algo de esos caballeros andantes que se lanzaban a los caminos en pos de aventuras, sobre los que escribió páginas tan hechiceras, aquellos que por ejemplo recorrieron media Europa para responder al desafío del bravucón leonés del Paso Honroso, o los —medio héroes, medio bandidos— que acompañaron a Roger de Flor a batirse en Grecia y liberar a Bulgaria de los turcos. Nadie que yo haya leído, ni siquiera el gran Huizinga de El otoño de la Edad Media, me ha hecho vivir tan de cerca y con tanta verdad como los ensayos de Martín de Riquer lo que debió ser la vida en Occidente hace ochocientos o mil años, esa sociedad donde la espiritualidad más refinada y la brutalidad más feroz se confundían y se pasaba del cielo al infierno o viceversa sin darse cuenta: de los salones cortesanos donde se inventaba el amor, a los helados monasterios donde se resucitaba a Platón y Aristóteles y se traducía a Homero, a los bosques plagados de forajidos, de santos, de peregrinos, de locos y leprosos, o a las plazas de las aldeas donde masas de analfabetos escuchaban, alucinados, las venturas y desventuras de las canciones de gestas. Para poder transmitir todo aquello con la elocuencia y el vigor con que lo hizo, Martín de Riquer debió al mismo tiempo vivirlo: dar y recibir los mandobles, ponerse y quitarse las pesadas armaduras, tocar la vihuela y componer endechas, enamorarse de doncellas imposibles como la princesa Carmesina, decapitar y ser decapitado innumerables veces.
Como un homenaje a su memoria, acabo de leer un pequeño librito suyo que no conocía, Cervantes en Barcelona (1989). Es una pura delicia. Comienza y termina con una pequeña descripción de la casa que lleva el número 2 del Paseo Colón de la Ciudad Condal en la que, según una persistente leyenda que Riquer conoció de niño de boca de su madre, habitó el autor de El Quijote en algún momento de su vida. El libro escudriña con lupa la vida de Cervantes y descarta o valida las diferentes tesis sobre su estancia en aquella ciudad, a la vez que describe con minucia todas las alusiones a Barcelona en las novelas cervantinas. Las páginas más seductoras son aquellas en las que contrasta el famoso bandolero catalán que aparece inmortalizado en El Quijote, Roque Guinart, con el personaje de carne y hueso que le sirvió de modelo. Esta comparación se enriquece con una animada descripción de las bandas de asaltantes que en el siglo XVII hacían de las suyas y volvían peligrosos los alrededores de Barcelona y todas las grandes ciudades españolas. Al final, queda probado que la única estancia posible de Cervantes en la ciudad fue en el verano de 1610 y que, si de veras llegó a habitar el tercer piso de la casa del Paseo Colón, tuvo desde ese balcón una vista inmejorable del Portal del Mar y la playa, el paisaje que describiría en Las dos doncellas, una de las novelas ejemplares.
El mejor crítico de Martorell fue al mismo tiempo uno de los más eminentes cervantistas; sus ediciones críticas del Tirant lo Blanc y del Quijote son un modelo de rigor y, al mismo tiempo, de una accesibilidad que pone ambas obras maestras al alcance de los lectores comunes y corrientes. También en esto Martín de Riquer fue un ejemplo de intelectual sin fronteras, un ciudadano del mundo, desprovisto de fanatismo y de complejos, que volcó su amor por la literatura, la historia, la lengua y la cultura sin otro interés que la búsqueda de la verdad, la exaltación de la belleza, la justa valoración de la obra de arte y de las ideas en función de valores universales y no de menudos intereses políticos de circunstancias. En los años setenta, cuando yo vivía en Barcelona, muchos no le habían perdonado que durante la Guerra Civil optara, espantado “por el asesinato de algunos amigos y por cierta afinidad con los ideales religiosos y de orden del otro lado”, según dijo, por los nacionales y combatiera en una formación requeté. Pero, para entonces, Riquer había abandonado aquellas ideas y optado por una línea democrática. De otro lado, en toda la vasta obra de él que ha llegado a mis manos, no recuerdo haber leído un solo texto de reivindicación del autoritarismo. Y, con motivo de los artículos necrológicos aparecidos en estos días, me ha alegrado saber que, en los violentos días que sucedieron a la Guerra Civil, se movilizó para salvar del fusilamiento a escritores y profesores republicanos.
Es interesante señalar que, al mismo tiempo que investigaba en archivos y bibliotecas preparando trabajos del más estricto nivel académico, Martín de Riquer no desdeñó escribir manuales o dirigir colecciones de clásicos dirigidos al gran público, como la historia universal de la literatura que emprendió con José María Valverde. Había detrás de estos empeños una convicción: la cultura no debía quedar confinada en los recintos universitarios y ser monopolio de clérigos; tenía que salir a la calle y llegar al mundo profano, como llegaban en tiempos remotos las hazañas caballerescas al gran público a través de los cómicos de la legua y los troveros ambulantes. El gran medievalista no era un hombre del pasado; vivía en el presente, y, cuando no estaba sumergido en polvorientos infolios, se distraía leyendo novelas policiales.
La muerte de Martín de Riquer me apena mucho porque personas tan valiosas deberían ser tan longevas como los patriarcas bíblicos; también porque, probablemente, él será uno de los últimos de su especie, quiero decir esa tradición de humanistas de cultura múltiple y de visión universal, a la que pertenecieron Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Octavio Paz y un Jorge Luis Borges. Ya no los habrá porque el conocimiento futuro estará sobre todo almacenado en el éter y cualquiera podrá acceder a él apretando los botones indicados. La memoria, el esfuerzo intelectual, serán prescindibles; o, mejor dicho, patrimonio exclusivo de las pantallas y los ordenadores. Gracias a estos artefactos, todos sabremos todo, lo que equivale a decir: nadie sabrá ya nada.
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© Mario Vargas Llosa, 2013.
CARLOS MANUEL ACUÑA 1937-2013
Corría en las venas de Carlos Manuel Acuña la tradición de la patria argentina por la que sufrió con pasión hasta el final de sus días. Descendiente de lustres linajes: los Aldao, de Achaval, de Lezica, Lastra, Ramos Mejía no lo encandilaron- como a otros- que inmovilizan sus vidas al contrario supo arriesgar su libertad y su vida cuantas veces fue necesario.
Acuña, había nacido en 1937, padre de cinco hijos, abuelo de varios nietos y bisnietos, eligió el periodismo, dio sus primeros pasos en el diario La Nación. Padeció durante la adolescencia la tiranía de Juan Domingo Perón y deja esta vida en plena lucha por la verdad bajo un gobierno peronista encabezado por los seguidores de una asociación ilícita disimulada tras las formas de un partido político fundado por aquél Gran Corruptor. Profesionalmente siguió paso a paso las intimidades de las crisis que se sucedían sin solución de continuidad. Tuvo la experiencia viva de la política como periodista parlamentario y como seguidor de las tertulias que todavía mantenían un aire de bohemia y espontaneidad que hoy se ha perdido. Si bien se trataba de un periodismo cuyas formas, estilo y esencia se modificó sustancialmente, el rigor profesional se percibe en este primer libro de Acuña sobre un tema tan apasionante cuyas alternativas lo mantienen actualizado. Como periodista, el autor ocupó toda la gama de la actividad profesional, hizo radio y televisión, dirigió agencias noticiosas, fue corresponsal de publicaciones extranjeras y nacionales, columnista de La Prensa durante los años ochenta, de la bahiense La Nueva Provincia y de otros diarios importantes del interior del país.
No escapó al compromiso político conservador por estilo y tradición fue un hombre de consulta.
Escritor de pluma ágil y fluida en estas últimas décadas echó un manto de luz a la vilipendiada lucha antiterrorista. En una de sus obras Por amor al Odio y en otras obras, deja un testimonio a las futuras generaciones de indudable valor. Como buen caballero que fue luchó por causas supuestamente perdidas. Cultivó la amistad muchos extrañaran su presencia en los salones del Jockey Club.
Por todo lo dicho. Hoy la Argentina -como ha escrito uno de esos tantos amigos que supo elegir en la vida- ha perdido a uno de sus más preclaros hombres, a un valiente y sobre todo a un gran señor. En una sociedad que se ha caracterizado por la abdicación de permanente de quienes debían conducirla, fue uno de los pocos, muy pocos que asumió el papel que la historia le tenía reservado.
sábado, 27 de abril de 2013
RETABLO DE SAN JORGE
Tabla del Retablo de San Jorge, de Andrés Marzal de Sax, que representa la Batalla del Puig, en la que el Rey Jaime I el Conquistador (con manto y gualdrapa de las barras de Aragón) liberó el Puig del yugo mahometano, auxiliado por el Matadragones (con sobreveste y gualdrapa de la Cruz de San Jorge).
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ARTES PLASTICAS
viernes, 4 de enero de 2013
Temporada de verano El CERVANTES por los caminos El Martín Fierro, ahora en gira por las playas de la costa atlántica
La compañía de payasos y actores trashumantes -recientemente creada por el Teatro Nacional Cervantes- que viene de realizar una extensa gira por la provincia de Entre Ríos con el espectáculo El Martín Fierro versión de Claudio Gallardou, sobre el poema gaucho de José Hernández, inicia el próximo 9 de enero la gira de verano por localidades de la costa atlántica bonaerense.
Este elenco que integran Carlos Scapatura en el personaje de Martín Fierro, Mercedes Torre como la dama joven, Hernán Lewkowich el maestro de pista y Luciano Medina como el cómico, recrea la gran epopeya del Gaucho perseguido en una versión basada en el trabajo y la investigación sobre el Circo Criollo, utilizando los géneros y recursos artísticos de la época, como el recitado gauchesco, el humor de los Tonys, el melodrama, la destreza de espadas y los bailes folklóricos, con una estética caricaturesca que recuerda las imágenes de Molina Campos. El espectáculo se juega en un espacio que remite a las viejas arenas del circo criollo.
Como ya se informó, con la creación de esta compañía, el Teatro Nacional Cervantes puso en marcha en el marco de CERVANTES FEDERAL el Programa nacional de giras a pueblos y localidades adonde no llega el teatro institucional ni comercial, y donde probablemente no exista el teatro independiente. Lo denominó El Cervantes por los caminos. Para llevarlo adelante, partió de la idea de conformar un elenco de actores jóvenes que pudieran dedicarse con exclusividad a la propuesta dado que las giras programadas serán extensas y el objetivo a largo plazo es realizar funciones en todas las provincias argentinas. El recorrido se inició en noviembre pasado en la provincia de Entre Ríos. La experiencia fue extraordinaria. El elenco realizó veintinueve funciones en treinta y cinco días, en plazas, calles, centros vecinales, de localidades cuyos habitantes en muchos casos jamás habían tenido la oportunidad de estar frente a una representación teatral. Casi ocho mil quinientos espectadores, grandes y chicos, aplaudieron la propuesta, rieron y se conmovieron en todas las presentaciones y hoy, el Teatro Cervantes está recibiendo cartas y mails de pobladores de pequeñas localidades que relatan la “inolvidable experiencia”.
El Martín Fierro que dirige Tony Lestingi, tiene voz en off de El indio Apachaca, máscaras de Claudio Gallardou, la coreografía es de Soledad Algañaraz, la música de Oscar Cardozo Ocampo, la iluminación de Jorge Merzari, el diseño de vestuario de Jorge Micheli, la asistencia de escenografía y vestuario de Romina Mengarelli y la producción en gira de Leandro Fernández.
El espectáculo inicia su gira de enero de acuerdo al siguiente programa:
Miércoles 9 - Mar de Ajó. (Avellaneda y la playa, parador cultural, 19:30 hs.)
Jueves 10 - San Bernardo. (Parador municipal, 19:30 hs.)
Viernes 11 - Aguas Verdes. (Playa y calle principal, 19:30 hs.)
Sábado 12 - Mar del Tuyú. (Plaza Perito Moreno 19:30 hs.)
Domingo 13 - Santa Teresita. (Carabela Santa María 19:30 hs.)
El Martín Fierro continuará su gira por la costa durante el verano para luego iniciar el recorrido por provincias patagónicas. El programa de presentaciones se irá informando a medida que queden confirmadas las localidades.
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ESTRENOS TEATRALES
jueves, 3 de enero de 2013
TEATRO PRESIDENTE ALVEAREL JOROBADO DE PARÍS
El miércoles 9 de enero a las 20.30 se realizará, en el Teatro Presidente Alvear
(Avenida Corrientes 1659), el reestreno de El jorobado de París, el musical con libro, letras y dirección general de Pepe Cibrián Campoy, y música original, orquestaciones y dirección musical de Ángel Mahler. El elenco está integrado por Nacho Mintz, Diego Duarte Conde, Florencia Spinelli, Adriana Rolla, Mauro Murcia, Nicolás Bertolotto, Manuela Perin, Ramiro Moreno, Diego Cáceres, Cristian Irrute, Erica Nuñez, Magalí Saisi, Mara Del Federico y Miguel Gómez Vicari. El diseño escenográfico es de Osvaldo Mahler, Luis Blanco y Damian Demattei, el diseño de vestuario de Alfredo Miranda, los arreglos corales y la dirección de Carlos Di Palma, la iluminación de Pepe Cibrián Campoy, la puesta de sonido de Osvaldo Mahler, el repositor de puesta y coreografía es Nicolás Bertolotto, la coordinación de puesta es de Federico Brunetti y la producción ejecutiva de Liliana Mahler - Julieta Kalik - Ángel Mahler. La producción general es de Julieta Kalik - Ángel Mahler para LA CRYPTA S.A.
Producción asociada: COMPLEJO TEATRAL DE BUENOS AIRES - LA CRYPTA S.A.
La función para prensa e invitados especiales se realizará el
martes 8 de enero a las 20.30.
Las funciones se realizarán de martes a viernes a las 20.30, los sábados a las 18 y a las 21.30, y los domingos a las 19.30.
Platea y Palcos bajos: $ 130.- Platea alta y Palco balcón: $ 100.- Tertulia: $60.-
Martes, día popular: Platea y Platea alta $ 80.-Tertulia $50.-
El jorobado de París
El jorobado de París aborda el tema de la libertad del hombre y de sus valores más allá de la belleza exterior. El protagonista es un ser marginado por el mundo que lo rodea, pero que encuentra la paz a través del amor más puro, el amor incondicional, aún a costa de ofrecer su propia vida.
En esta obra hay dos mundos. Uno pasional, brutal y desenfrenado representado por el personaje de Claudio Frollo, Archidiácono de París y Príncipe de la Iglesia, quien cae abrumado ante la belleza de Esmeralda. El otro es el mundo festivo de Magot y Filipon, Reyes de la Corte de los Milagros, un lugar subterráneo y peligroso.
Etiquetas:
TEATRO/ ESTRENO.
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