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lunes, 1 de septiembre de 2014

Clásica / Concierto.



Orquesta Filarmónica de Buenos Aires/ Solista: Gavriel Lipkind,  violonchelo /Director: Enrique Arturo Diemecke/ Programa: Bloch: Schelomo, rapsodia hebraica para violonchelo y orquesta; Strauss: Una sinfonía alpina, Op. 64/ Sala: Teatro Colón.  

                                                  Alejandro A.Domínguez Benavides

La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires  se presentó el viernes 29 bajo la conducción musical del maestro Enrique Arturo Diemecke. En la primera parte del programa el violonchelista israelí Gavriel Lipkind interpretó Schelomo, rapsodia hebraica para violonchelo y orquesta. Lipkind (Israél 1977) está considerado uno de los violonchelista de mayor fineza y poderío en el panorama actual. Sus producciones discográficas Miniatures and Folklore, en que presentó sus propios arreglos; y Single Voice Polyphony, sobre las suites para chelo solo de Bach, representan facetas muy diferentes, aunque igualmente importantes, en su creatividad musical. Se trata de su propia voz como compositor, sumada a un conocimiento profundo del violonchelo, que le muestran como un músico de brillantes conceptos estéticos y expresivo virtuoso.

En el concierto del viernes 29 de agosto pudimos ser  testigos de su calidad interpretativa. La rapsodia hebraica  de Bloch estrenada en el Carnegie Hall en 1917. Expresa la nostalgia del exilio,  la búsqueda de la Tierra Prometida, la esperanza mesiánica. Desde el comienzo hasta el final con la cadenza inicial, que nos anticipa el tema principal de la obra y el final poderoso de la orquesta  que lentamente se apaga para dejar como único protagonista el  violonchelo Antonio Garani (Bolonia, 1702) y su interprete dando sus notas con un sonido grave y profundo. En su  rapsodia Bloch imprime un carácter sacro que se traslucen en un canto religioso judío interpretado después que las cadenzas del cello dan paso a las cuerdas  y permiten al fagot y al oboe transmitir un sentimiento de melancolía que tanto el solista como la Orquesta lograron con creces y que el público saludo con entusiasmo  .

Una sinfonía alpina, Op. 64 de Richard Strauss.

Entre la rapsodia y la sinfonía alpina podemos no solamente hallar paralelismos temporales sino que además la dos obras se interpretan sin iterrupciones.

Compuesta entre 1911 y 1915 y estrenada en octubre de este año, la 'Sinfonía Alpina', op. 64 puede ser considerada como el último gran poema sinfónico de Richard Strauss, género al que se dedicó casi por completo en los últimos años del siglo XIX.

La 'Sinfonía Alpina' se plantea como un regreso al universo instrumental de la gran orquesta sinfónica. El título, una jornada en los Alpes bávaros, fragmentada en una sucesión de etapas durante el ascenso y descenso de una montaña, inspirada, seguramente, por las vistas que el propio Strauss disfrutaba desde su mansión de Garmisch, pequeña localidad del sur de Alemania lindante con la frontera austriaca, donde el compositor hizo construir su residencia principal tras el éxito de su ópera 'Salomé'.
Escrita con una brillante instrumentación para una orquesta que supera largamente la centena de músicos -incluyendo instrumentos tan curiosos como el glokenspiel, las maquinas de viento y tormenta o el popular cencerro- la 'Sinfonía Alpina' enlaza sin pausas 22 etapas que se inician antes del alba al pie de la montaña, coincidiendo la ascensión con un espectacular amanecer cuya melodía presenta el leitmotiv que se escuchará en diferentes evoluciones durante todo el trayecto, alcanzando 'la cumbre' después de haber atravesado bosques, arroyos, torrentes y verdes praderas. Ya en la cima la hermosa 'visión', punto culminante de la obra, se expresa con un tutti orquestal muy denso y expresivo. El descenso irá acompañado al principio por brumas y oscurecimiento del cielo, para dar paso a un momento de tensa calma antes de que se desencadene la tormenta. Las últimas etapas de la travesía se ven envueltas en una idílica puesta de sol, cuyo desenlace prologan unos acordes de órgano, para concluir en la paz que trae la noche cerrada.

La dirección de Diemecke logró que la orquesta transmitiera con fidelidad esos veintidos momentos con maestría, calidez y colores, emoción y alegría que contagia y que conmueve nuestro espíritu.

 

 

 

 

 

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