Orquesta Filarmónica de Buenos Aires/ Solista: Gavriel
Lipkind, violonchelo /Director: Enrique
Arturo Diemecke/ Programa: Bloch: Schelomo, rapsodia hebraica para violonchelo
y orquesta; Strauss: Una sinfonía
alpina, Op. 64/ Sala: Teatro Colón.
La Orquesta Filarmónica de Buenos
Aires se presentó el viernes 29 bajo la
conducción musical del maestro Enrique Arturo Diemecke. En la primera parte del
programa el violonchelista israelí Gavriel Lipkind interpretó Schelomo, rapsodia
hebraica para violonchelo y orquesta. Lipkind (Israél 1977) está considerado uno
de los violonchelista de mayor fineza y poderío en el panorama actual. Sus
producciones discográficas Miniatures and Folklore, en que presentó sus propios
arreglos; y Single Voice Polyphony, sobre las suites para chelo solo de Bach,
representan facetas muy diferentes, aunque igualmente importantes, en su
creatividad musical. Se trata de su propia voz como compositor, sumada a un
conocimiento profundo del violonchelo, que le muestran como un músico de
brillantes conceptos estéticos y expresivo virtuoso.
En el concierto del viernes 29 de
agosto pudimos ser testigos de su
calidad interpretativa. La rapsodia hebraica de Bloch estrenada en el Carnegie Hall en 1917.
Expresa la nostalgia del exilio, la
búsqueda de la Tierra Prometida, la esperanza mesiánica. Desde el comienzo
hasta el final con la cadenza inicial, que nos anticipa el tema principal de la
obra y el final poderoso de la orquesta que lentamente se apaga para dejar como único
protagonista el violonchelo Antonio
Garani (Bolonia, 1702) y su interprete dando sus notas con un sonido grave y
profundo. En su rapsodia Bloch imprime
un carácter sacro que se traslucen en un canto religioso judío interpretado
después que las cadenzas del cello dan paso a las cuerdas y permiten al fagot y al oboe transmitir un
sentimiento de melancolía que tanto el solista como la Orquesta lograron con
creces y que el público saludo con entusiasmo .
Una sinfonía alpina, Op. 64 de Richard Strauss.
Entre la rapsodia y la sinfonía
alpina podemos no solamente hallar paralelismos temporales sino que además la
dos obras se interpretan sin iterrupciones.
Compuesta entre 1911 y 1915 y
estrenada en octubre de este año, la 'Sinfonía Alpina', op. 64 puede ser
considerada como el último gran poema sinfónico de Richard Strauss, género al
que se dedicó casi por completo en los últimos años del siglo XIX.
La 'Sinfonía Alpina' se plantea como
un regreso al universo instrumental de la gran orquesta sinfónica. El título, una
jornada en los Alpes bávaros, fragmentada en una sucesión de etapas durante el
ascenso y descenso de una montaña, inspirada, seguramente, por las vistas que
el propio Strauss disfrutaba desde su mansión de Garmisch, pequeña localidad
del sur de Alemania lindante con la frontera austriaca, donde el compositor
hizo construir su residencia principal tras el éxito de su ópera 'Salomé'.
Escrita con una brillante
instrumentación para una orquesta que supera largamente la centena de músicos
-incluyendo instrumentos tan curiosos como el glokenspiel, las maquinas de
viento y tormenta o el popular cencerro- la 'Sinfonía Alpina' enlaza sin pausas
22 etapas que se inician antes del alba al pie de la montaña, coincidiendo la
ascensión con un espectacular amanecer cuya melodía presenta el leitmotiv que
se escuchará en diferentes evoluciones durante todo el trayecto, alcanzando 'la
cumbre' después de haber atravesado bosques, arroyos, torrentes y verdes
praderas. Ya en la cima la hermosa 'visión', punto culminante de la obra, se
expresa con un tutti orquestal muy denso y expresivo. El descenso irá acompañado
al principio por brumas y oscurecimiento del cielo, para dar paso a un momento
de tensa calma antes de que se desencadene la tormenta. Las últimas etapas de
la travesía se ven envueltas en una idílica puesta de sol, cuyo desenlace
prologan unos acordes de órgano, para concluir en la paz que trae la noche
cerrada.
La dirección de Diemecke logró
que la orquesta transmitiera con fidelidad esos veintidos momentos con maestría,
calidez y colores, emoción y alegría que contagia y que conmueve nuestro
espíritu.
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