Foto: Ilustración: Gio
No leer, chatear por el móvil y comer en
clase, aspectos que sacan de quicio a los académicos.
11:48 p.m. | 22 de noviembre de 2014
"La causa de estas quejas no es solo
la pereza cognitiva del alumno, sino también lo que el profesor y la
universidad ofrecen como cultura académica", dice Mauricio Pérez Abril.
Algunos llevan décadas enseñando en las
aulas, varios se cuentan entre los mejor evaluados por sus alumnos, unos dan
clase en los primeros años de universidad, y otros, a los que están al final de
la carrera. Hay quienes enseñan en carreras humanistas, otros son cien por
ciento matemáticos.
El abanico es amplio, pero cuando les
dimos a una decena de profesores de educación superior un minuto de confianza
para desahogar aquello que más les molesta de sus alumnos, las respuestas se
repitieron casi como una letanía. El estudio, que se realizó con una decena de
profesores chilenos, demostró la coincidencia en las actitudes que más les
molestan, desde lo anecdótico a temas más preocupantes.
En Colombia, los motivos de disgusto son
similares, aunque algunos, como Mauricio Pérez Abril, director del grupo de
investigación de Pedagogías de la Lectura y la Escritura de la Javeriana,
señalan que aunque esos son los síntomas, la culpa es compartida. “La causa de
estas quejas no es solo la pereza cognitiva del alumno, sino también lo que el
profesor y la universidad ofrecen como cultura académica”, dice.
A continuación, los aspectos en que hubo
mayor coincidencia:
Ley del mínimo esfuerzo
La lógica instrumental desmotiva a varios
profesores. “Lo que más me molesta es cuando preguntan: ‘¿esto entra para la
prueba?’, con la idea implícita de ‘si no, no me importa’. A veces creo que hay
alumnos que solo quieren sacar el título. No les interesa aprender”, analiza un
profesor senior. El más joven se queja de lo mismo: “Preguntan: ‘¡¿hay que leer
todo el texto?!’, ‘pero, ¿qué va a entrar en la prueba?’. Es la ley del mínimo
esfuerzo”.
“En quinto año, si estiman que lo que uno
pasa no les va a servir, simplemente no vienen”, agrega una docente. “El alumno
hoy está articulado alrededor de ‘para qué sirve’ lo que le enseñan, qué
utilidad tiene –agrega otro–. Y hay contenidos que apuntan solo a desarrollar
la capacidad reflexiva. Les digo: ‘sirve para que sean más inteligentes. Para
que en la próxima reunión familiar parezcan más cultos’ ”, ironiza.
Miran para otro lado
Si no leen, no es raro que su
participación en las clases sea escasa. “No opinan. Uno pregunta y es como si
pasaran un millón de ángeles. Hay hasta un minuto de silencio, y ellos miran
para otro lado”, dice un profesor joven.
Otro que lleva años dictando cátedra
coincide: “A veces algunos hablan aunque no sepan, pero en muchos casos es el
cementerio total. Tienes que mirarlos fijo para que se sientan obligados a
hablar”.
“Es frustrante –agrega otro–, porque uno
prepara material antes de la clase, lleva casos para analizar y espera tener
una clase participativa, pero te das cuenta de que no se puede, porque ellos no
leyeron. Los que opinan son siempre los mismos, cuatro o cinco. Y los otros se
empiezan a aburrir y agarran el celular”, dice.
El móvil es más importante
“La regla es que si el celular suena, el
dueño tiene que salir a hacer una gracia frente al curso, como recitar o
bailar. Como son tímidos, funciona”, cuenta un profesor sobre su experiencia.
Pocos, sin embargo, logran disimular el uso de WhatsApp y redes sociales.
“Mandan mensajes por debajo de la mesa y sonríen como bobos, pensando que uno
no se da cuenta”, delata uno. En otra universidad, “los sacan descaradamente y
chatean. Uno no puede retarlos. No estamos en el colegio”, dice una profesora.
Y otro se queja: “Parece que el mensaje
que les mandan es más importante que la clase. “Intentan disimular, porque
saben que me enfurezco. Les digo: ‘mándele saludos a su noviecita’, y ahí lo
guardan”.
Impuntuales y comelones
Para los académicos, hay actitudes de sus
alumnos impensables cuando ellos fueron estudiantes. “Comen en clases. Sacan
barras de cereal, bebidas... Yo tiré la toalla con la gente comiendo en clase”.
La impuntualidad de algunos también es motivo de fastidio. “Llegan 10 minutos
tarde y se enojan porque no los dejas entrar”. Otra queja de quienes tienen
años de docencia es el saludo. “Que las estudiantes lleguen saludando de beso
me incomoda. Quiebra la distancia de autoridad necesaria”, dice otro.
‘Súbame la noooota’
Al final del año suelen aparecer
estudiantes abrumados por una nota que no les alcanza para pasar. “Considero
extraordinariamente irritante que invoquen razones extracurriculares para
subirles la nota, como ‘soy el primero de la familia que llega a la
universidad’ o ‘con esta nota voy a perder la beca’. ¡Uno no puede subir notas
por razones humanitarias o compasión!”, señala un profesor joven, que condena
igualmente a “algunas chicas que esbozan una sonrisita para que le subas la
nota o incluso visten provocativamente, con escotes, por si les funciona”.
‘No alcancé a leerlo’
Leer parece ser una costumbre en retirada
en la actual generación de estudiantes, pues es el más reiterado y vehemente
reclamo de los profesores. “Lo que más me molesta es que jamás leen. Si no hay
prueba, no leen, y cuando leen te das cuenta de que además tienen muy poca
comprensión de lectura”. “El concepto de lectura obligatoria no significa nada
para ellos, aunque figure en el programa. No está en su hábito hacerse un plan
de lectura”, reclaman dos profesores del área de ciencias sociales. Y otro
agrega, “entonces uno, como las abuelitas, tiene que empezar a contarles de qué
se trataba el texto y decirles ‘esto es lo principal’, y ellos anotan y anotan,
en una actividad intelectual totalmente pasiva”.
EL MERCURIO (CHILE).