Un ambiente sombrío. El sillón tapado
preside el escenario. Al fondo dos tachos de basura. Contra una pared alta con
una ventana pequeña. El silencio de la Sala Casacuberta del Teatro San Martin
es quebrado por la voz inconfundible, gastada pero inconfundible de Alfredo
Alcón en una interpretación memorable de Hamm de Final de Partida de Samuel Beckett.
Alcón actor y director, año 2013. Mi
último recuerdo. La última vez que lo vi en el escenario. Y que recuerdo
Beckett unido a Alcón en una puesta perfecta.
Patrice Pavice, palabras más palabras
menos, en su libro El análisis de los espectáculos. Teatro, mimo, danza, cine, escribió
que el crítico tiene que ver un espectáculo
una sola vez y ponerse a escribir su
comentario. Dejarse llevar por la primera impresión, la primera mirada.
Siguiendo el consejo del académico francés voy a escribir esta semblanza sobre
Alfredo Alcón recurriendo a mi memoria en su memoria hoy que ha partido de este
mundo.
Voy a dejar las frías necrológicas a
los diarios que sacan un párrafo de un
lado y de otro y arman un rompecabezas de circunstancias.
No se cuando fue la primera vez que vi
a Alfredo Alcón en el teatro. El teatro la música y el cine me acompañan desde que mis padres me
engendraron. No tuve la dicha de nacer en
la calle Corrientes porque le habré hecho un guiño a mamá para que no saliera
las noches previas…y seguro que papá habrá perdido alguna reserva.
Pero lo cierto es que mi vida
transcurrió rodeado de estos personajes que como Alcón marcaron una época de
nuestro Cine el Teatro y casi podría decir mis años de vida. Recuerdo las tapas
de las revistas Radiolandia y Antena que muchos tilingos escondían y que Victoria Ocampo, por ejemplo, leía con curiosidad de mujer de mundo.
Insisto no puedo escribir una
necrológica tradicional, escribo lo que
puedo. ¿Un testimonio de una época de mi
vida? ¿Un fragmento de mi memoria? Ya vendrán
los trabajos académicos, los análisis, las críticas y porque no una biografía.
Algunas
pinceladas biográficas
Alfredo Alcón, único hijo, su madre
quedó sola y tuvo que salir a trabajar, entonces la figura de la abuela se volvió
imprescindible. Esas mujeres dejaron huella en su vida, si se hace una
recorrida por los miles de reportajes que le han hecho siempre hay un recuerdo
cariñoso y agradecido hacia ellas, que
lo educaron, y esa gratitud no quedo en palabras. Cuido a su madre y gasto una
fortuna en enfermeras para que tuviera una muerte digna en su casa tras una
larga enfermedad que lo mortificó pero no le quito la alegría.
Cuentan algunos allegados que cuando
ganaba un premio se acercaba a la cama de su madre y aunque ella estuviera
dormida bajo los efectos de las drogas, él le agradecía y le mostraba la
estatuilla.
Un hombre agradecido de su público, de
sus maestros, de los críticos.
Recuerdo que una vez lo entrevisté en
mi programa de radio a mediados de 2005. Lo había visto en el Teatro San Martin
en Enrique IV de Pirandello, dirigido por Rubén Schumacher. Salí conmovido.
Recuerdo que caminé hasta Callao en silencio porque no me salían las palabras
estaba a punto llorar. Y esta
confidencia fue el punto de partida de la entrevista. Estaba tan abrumado por
mi entusiasmo y las llamadas de los oyentes que con vergüenza me confesaba a su
vez que se sentía un impostor y que temía que lo descubrieran…
A los pocos días suena mi teléfono,
hola habla Alfredo yo distraído iba caminando por la avenida Córdoba lo confundí
y continuó Alcón soy Alcón quiero agradecerte la nota me regalaste un día de
sol en medio de la oscuridad que vivía ese dia.
A partir de ese momento fueron varias
las entrevistas. No necesitaba hablar con los agentes de prensa. Siempre estuvo
a mi disposición. Como lo estuvo ante quienes requerían un consejo y hasta su
dirección. En la década del 90 del siglo pasado, un grupo de egresados del
Conservatorio presentó un espectáculo dedicado a García Lorca bajo su dirección
en el Teatro IFT. Allí se notaba su impronta. El escenario despojado para que
se luzca la palabra, la dicción el buen decir.
Se formó en la Escuela Nacional de
Arte Dramático, la época de oro de Cunill Cabanellas, de Alfredo de la Guardia y
se nutrió no solo de las enseñanzas de
sus maestros sino de la experiencia de
directores y actores de quienes aprendió el oficio. Recordaba con gran afecto y
admiración a esa gran actriz que fue
Milagros de la Vega, teníamos un romance decía broma. Con ella compartió el
elenco en 1973 de Las Brujas de Salem de Henry Miller.
Timido, distraído por momentos
aniñado. Contaba que una vez se encontró en el tren con Armando Discépolo y con
sinceridad cerril el dramaturgo le dijo: Usted con esa cara va a interpretar Un
guapo del 900 dirigido por Leopoldo Torres Nilson en 1960. No sabía donde
meterme confesaba risueñamente.
En su larga carrera artística habrá representado
cientos de obras del repertorio clásico. Supongo que le habrá ilusionado hacer
el Rey Lear. El Teatro San Martin lo programó dirigido por Jorge Lavelli
y fue convocado para hacer el protagónico. No sabemos que pasó. Se fue.
No se pelió con el director.
Pero al final hizo su Lear -seguramente según una estética
en la que se sentía más cómodo- en España y en 2009 en el Teatro Apolo dirigido por Rubén Schumacher.
William Shakespeare estuvo muy
presente en su repertorio Hamlet en los años 70, Ricardo III al final de los 80
y en los 90 una versión maravillosa de
La Tempestad dirigido por Lluis Pascual.
Pero en su carrera teatral no fueron
solamente clásicos los que llevó a escena. Su espíritu juvenil hizo que
incursionara con nuevos textos, desafíos, actores y directores.
Uno de sus grandes éxitos fue Una
Filosofía de Vida del escritor mexicano Juan Villoro dirigido por Javier Daulte
y acompañado por Claudia Lapacó y Rodolfo Bebán.
Alfredo Alcón ha dejado el escenario
vacío y nuestra memoria atesora lo que vimos
y no vimos también o tal vez imaginamos. Pero la palabra que tanto
respetaba el gran actor quedará intacta. Escucho su voz interpretando el
Epílogo de la Tempestad encarnando a Próspero y diciéndonos: “Que vuestro
aliento gentil hinche mis velas, o sucumbirá mi propósito, que era agradaros.
Ahora carezco de espíritus que me ayuden, de arte para encantar, y mi fin será
la desesperación, a no ser que la plegaria me favorezca, la plegaria que
conmueve, que seduce a la misma piedad, que absuelve toda falta. Así vuestros
pecados tendrán perdón y con vuestra indulgencia vendrá mi absolución”.